La campaña «Hazte vaquero» y la publicidad ganadera
Introducción
A lo largo de estos años he escrito asiduamente acerca de la ganadería y de sus consecuencias para las vidas de millones de animales. Como activista vegano, mi objetivo al hacerlo es el de mostrar la triste realidad que padecen los animales explotados por la industria ganadera con fines alimenticios. Tales animales sufren un grado máximo de cosificación moral al convertirse en meros objetos criados y torturados por el placer humano, tan frívolo, de degustar sus cadáveres.
En esta entrada me centraré en la campaña «¡Hazte vaquero!», orquestada por el consorcio ganadero Provacuno, y en varios ejemplos específicos de publicidad ganadera para tratar de argumentar dos hipótesis:
- La industria ganadera, en su conjunto, teme el avance del veganismo y se siente forzada a crear una narrativa romántica sobre sus actividades (un realce de los valores ganaderos), su papel en el mantenimiento de la familia (granjas familiares) y del entorno rural (conservación de la naturaleza). Para ello, se aprovechan de su poder mediático y gubernamental para acaparar subvenciones, ayudas y altavoces con que difundir su propaganda al estilo de Joseph Goebbels.
- El grueso de la humanidad es fácilmente manipulable por medio de sensaciones e intereses primarios. La propaganda ganadera busca resaltar preconcepciones y creencias simples ya asentadas en el acervo cultural occidental. Se presenta a la carne y las proteínas como representantes de la «buena alimentación», de la fuerza y de la superioridad humana según mitos pseudointelectuales; se refuerza el papel de la ganadería, el dominio de los animales y la mejora de razas autóctonas como elementos de nuestra identidad, de nuestra patria, de nuestras costumbres y de nuestro estilo de vida mediterráneo.
La publicidad ganadera de Provacuno sigue una línea editorial tan bien estudiada que, por momentos, recuerdan al Ministerio de Progaganda de la Alemania nazi. El desarrollo sostenible es incompatible con la ganadería porque no hay nada ecológicamente sostenible en malgastar varios órdenes de magnitud en recursos de agua y espacio al criar un animal que invertirlos en cultivos vegetales. Y tampoco contribuye al desarrollo rural; sino al surgimiento de macrogranjas que maximizan la producción por hectárea invertida y dejarán el pueblo como un erial de estiércol al estilo estadounidense.
Contradicciones políticas que reflejan la ineptitud social
Decía Lenin que hacer política consistía en cabalgar con contradicciones. En nuestra época actual, aforismos como éstos se quedan muy cortos. Nuestros políticos, tanto el ámbito nacional como supranacional, legislan sin el menor sentido de la lógica —aparte del interés propio— y ello los lleva a incurrir en absolutas contradicciones cuando dedican fondos a cuestiones contrarias entre sí. ¿Se imaginaría usted que Europa subvencionara campañas feministas y machistas a la vez? ¿Que se dedicaran campañas contra el racismo a la par que se les dieran ayudas económicas a grupos nazis? Si sigue leyendo, verá que no se requiere jugar con la imaginación.
Hoy sabemos que la industria ganadera genera la mitad del metano presente en la atmósfera terrestre. Este hecho, sumado a los ingentes recursos necesarios para sostenerla —dos tercios de las plantaciones agrícolas del planeta— y al gasto de combustibles asociados al transporte subsiguiente de los productos y subproductos animales, es la causa número uno indiscutible del mayor impacto antrópico sobre el planeta Tierra en suelo, agua y atmósfera.
La propia FAO, cuya objetividad no está en entredicho, ya realizó hace un par de años un estudio científico en el que pedía el cese absoluto de la ganadería en virtud de que era absolutamente insostenible. En éste instaba a suprimir todas las actividades ganaderas a tenor de que el consumo de recursos por parte del ganado supera con con creces las necesidades alimentarias humanas. Hasta el 70% de la producción agrícola se destina al ganado esclavizado y el 50% de la deforestación, emisiones de metano y eutrofización de aguas está causada por la ganadería.
Sin embargo, la Unión Europea prefiere hacer oídos sordos cuando se trata de ejercer cambios radicales y absolutamente imprescindibles, siquiera para la hipotética supervivencia futura de la especie humana. En el año 2020, mientras la Unión Europa perseguía medidas contra el cambio climático y contra la destrucción de acuíferos por la contaminación ganadera, se aprobó una subvención europea para promover el consumo de carne animal.
Esta campaña recibe el nombre de «¡Hazte vaquero!» y cuenta con múltiples profesionales para darle eco en redes sociales y crear todo un arsenal de imágenes propagandísticas que se resumen los intereses del consorcio ganadero en Europa. Y, para más inri, se financia con los impuestos de ciudadanos que, como yo, estamos en contra de la ganadería y de toda forma de explotación animal.
La publicidad ganadera siempre mostrará bellos paisajes para transmitir la falsa creencia de que la naturaleza o nuestra armonía con el medio ambiente esté estrechamente vinculado a la existencia de vacas marcadas y con crotales en las orejas, tal como figura en el propio logo de Provacuno. Se lanza una falsa visión mutualista según la cual los animales esclavizados viven apaciblemente y son felices de servirnos y de terminar convirtiéndose en chuletas para dotar de proteínas al prodigioso cuerpo humano. Los parecidos con la publicidad esclavista del siglo XIX resulta pasmoso.
La campaña «Hazte vaquero» y cómo las empresas ganaderas se sostienen a costa de crear una narrativa sobre sus «granjas familiares» y los «valores ganaderos»
El consorcio ganadero de España y de Europa entera está templando ante el auge del veganismo. Dado que no pueden pararnos con argumentos, se sienten obligados hacerlo con mentiras y engaños financiados con nuestros impuestos.
Aparte de la propia inmoralidad de la explotación animal, nos encontramos que los impuestos de quienes somos veganos se destinan a criar y a asesinar animales. Luego nos topamos con ínclitos individuos que tienen los santos cojones de decirnos que «los veganos imponemos», mientras ellos reciben dinero de mi IVA e IRPF para mantener sus «granjas familiares».
No en vano, las difamaciones, las noticias falsas y demás ataques contra el veganismo y sus practicantes están orquestados desde arriba por el consorcio ganadero ante la expectativa de mantener ignorantes y engañados a sus consumidores.
Son tan rastreros que, con dinero público, han abierto una página web y distintas páginas en redes sociales para promocionar el consumo de carne apelando al «buen cuidado de los animales» y a la «sostenibilidad ecológica». Es imposible acometer mayor ruindad y falta de ética que cuando se transmite una información contraria a la realidad y a los estudios científicos.
Se habla mucho en nuestros días sobre las famosas «noticias falsas» —del inglés «fake news»— y de la importancia de denunciarlas en redes sociales y dondequiera que fuere. No obstante, al parecer, las noticias falsas dejan de serlo cuando vienen financiadas por el Estado y transmitidas por los medios de comunicación, sus vomitadores de desinformación.
La campaña «¡Hazte vaquero!» lanza un ataque desvergonzado e irrespetuoso hacia los veganos al sugerir, falsamente, que comer carne evita la necesidad de recurrir a suplementos y que quienes no comemos carne —ni participamos en ninguna forma de explotación animal— carecemos de nutrientes, del sentido del gusto y del buen comer. Este tipo de mensajes forma un cóctel explosivo en humanos que se amoldan a los mensajes subliminales en lugar de cuestionarlos.
Los ataques descarados de Provacuno contra el veganismo y los veganos
Cuando aún usaba Facebook, dejé varios comentarios en la página oficial de la campaña «¡Hazte vaquero!». Tal como esperaba, sólo hay dos respuestas posibles para quienes alzamos la voz contra el fraude y la malicia: marginación y silenciamiento; o ignoran tus mensajes o directamente los borran.
Recuerda que son ellos quienes deben ilustrarte a ti mediante fotografías edulcoradas, caricias a vaquitas y un decorado de verdes prados, no van a permitir que un «sucio plebeyo comehierba» los deje en evidencia ante el resto del vulgo. Saben que cuentan con una gran baza: millones de humanos tan fácilmente manipulables como corderitos. ¿Acaso un ganadero no tiene experiencia manejando rebaños, brutos y alimañas?
Cómo no, en ninguna publicidad ganadera y antivegana pueden faltar la aparición de niños felices comiendo carne o de niños enfermizos por comer verduras. Tampoco deja marguen para la casualidad el hecho de que instituciones aparentemente fiables, como la Asociación Española de Pediatría, recomiendan engañar a los niños y obligarlos a comer carne aun en contra de que ellos expresen empatía y sentimientos hacia los animales que son brutalmente asesinados por gusto e indiferencia de los adultos. Por otra parte, en este cartel se señalan las virtudes de la carne de vacuno —ni siquiera les dejan «hueco» a los productores de otras carnes— mientras hablan de «dieta equilibrada». Cualquiera con conocimientos básicos de nutrición sabe que el consumo de carne no es equilibrado, carece de vitaminas y tampoco tiene por qué abundar en hierro. Se obtienen muchas más vitaminas, hierro y proteínas mediante una dieta bien planificada con frutas, verduras, legumbres y cereales.
Ejemplos concretos de adoctrinamiento infantil y de publicidad engañosa
Escasos análisis se publican en nuestros días sobre cómo los medios de comunicación difunden y trabajan duramente para blanquear las acciones cotidianas de la industria ganadera. Ningún ensayo podría omitir el papel que ocupan los medios tradicionales para construir en el receptor la idea de que la ganadería sea buena o esencial.
No solamente omiten o invisibilizan la realidad; sino que la pervierten para transmitir la creencia de que todo cuanto haga un ganadero, así sea enviarlos al matadero, tirarlos a un cubo de basura si nacen enfermos o enterrarlos vivos por alguna medida antiepidémica, se hace por un bien universal o del propio animal.
Aparte de los ya mentados intereses económicos, se produce un fuerte conflicto de intereses en el ciudadano medio porque analizar estos fraudes lo llevaría a plantearse, entre otras, cosas que consumen carne y participan en la explotación animal por fruto de un adoctrinamiento perpetrado desde su infancia y de una aparente incapacidad de vivir sin un rumbo ya prefijado por terceros. Y a nadie le gusta verse como malo o estúpido, aunque objetivamente lo sea.
En España, el blanqueo mediático que existe hacia la ganadería roza niveles orwellianos.
Mentirle a la gente es legal cuando viene amparado por gobiernos y empresas. En esta captura vemos una publicidad engañosa de la empresa Food Print Balance, la cual afirma que uno puede comer carne tranquilamente y compensar la huella de carbono. Según los estudios académicos, esto es científicamente imposible.
«Consume carne tranquilamente compensando la huella de carbono»
El simple hecho de consumir carne implica aumentar entre diez y cien veces la huella ecológica de carbono por una sencilla cuestión de termodinámica: más del 90% de la energía consumida por el animal durante su vida se degrada en forma de calor y nunca pasa a formar parte de los tejidos de cuales se alimentan los consumidores (especistas). Si algunos especistas, más iluminados en sus designios, están abriendo granjas de insectos es precisamente porque éstos son los animales que tienen mayor tasa de aprovechamiento por biomasa consumida.
Cuando ciertas empresas hablan de compensar la huella de carbono o de que sus envases tienen «cero emisiones de dióxido de carbono» —una nueva arenga— se refieren únicamente a las emisiones directas por el envasado o el transporte. Así pues, si ellos transportan sus carnes en vehículos eléctricos —cuya energía suele provenir de electricidad producida mediante combustibles fósiles— o producen los envases con máquinas impelidas por energías renovables, soltarán por la cara aquello de «compensación de la huella de carbono».
En otros casos, cuentan batallitas sobre que plantan árboles o que contribuyen a medidas de regeneración de parajes naturales o para la recuperación de especies, cuyo hábitat ellos mismos han destrozado y contaminado con purines y otras sustancias que nitrifican y alteran el pH del suelo.
Y, por supuesto, obvian adrede que esos mismos árboles deberán ser talados en un futuro para proporcionar espacio y alimento a una población de animales esclavizados que no para de crecer a un ritmo exponencial por medio de una inseminación forzada como parte de su proceso de domesticación.
¡Qué pose tan imponente! ¡Qué gran héroe sin capa! Este ganadero seguro que ama a sus animalitos.
«Ganadero salva una raza de vaca endémica de Soria»
De noticias publicitarias sobre el consumo pasamos a relatos aleccionadores sobre los «valores ganaderos» en «granjas familiares» para así inculcarnos una narrativa de bondad y amor que ensombrecería a Heidi.
El País nos presentaba esta noticia, según la cual, este ganadero buscaba evitar la extinción de una variedad autóctona de vacas en Soria. De una manera tan curiosa, se les transmite a los lectores dos enfoques sesgados: que este hombre lucha contra la «extinción de especies» y que «trata de salvar del matadero a 260 reses de raza serrana negra soriana».
El empleo de estas palabras origina una explosión psicológica llenas de recortes mentales sobre aquello que les han inculcado acerca de lo malísimo que está la extinción de especies y sobre lo buenísimo que es salvar animalitos. La interpretación esperable del individuo medio no deja lugar para la duda: este ganadero es un héroe que salva la vida de vacas en peligro de extinción. ¡Démosle una medalla!
Este ganadero no ha salvado ni busca salvar ninguna vaca endémica de esa raza serrana negra soriana, lo único que busca es impedir que el Estado se las cargue antes que él porque se quedaría sin negocio.
Los animales son bienes muebles semovientes (objetos con movimiento autónomo). En caso de epidemias, el Gobierno tiene legitimidad para expropiar y obligar a una gestión de la propiedad contra los deseos del propietario. ¿Se han olvidado ya del famoso caso del perro Excálibur, sacrificado por las políticas contra el ébola? Mismo caso, diferentes víctimas y una distinta conmoción social por un especismo de preferencias.
Aquí tenemos, ni más ni menos, a un propietario de animales esclavizados, que se lucra con ellos y que los envía al matadero en condiciones normales, que se niega a que el Estado lo obligue a deshacerse de todas sus reses. Esto le haría perder dinero y ya no contaría con el nicho de mercado correspondiente de criar a una raza endémica de ganado. No en vano, la industria ganadera y los ecologistas están empecinados en lograr el «reconocimiento de la importancia del ganado endémico para la economía rural».
Esta noticia y su titular están al nivel de «un motorista salva a su moto legendaria del desguace». La salvedad está en que una moto especial puede conservarse en un museo, en cambio, todas estas vacas endémicas irán al matadero cuando este ganadero lo decida. Eso sí, para entonces ya le habrán concedido un 'honoris causa'.
En los epígrafes de «ganadería» y similares de cualquier periódico siempre figuran éxitos y buenas acciones de los ganaderos. Se pone hincapié en que los ganaderos fueron aplaudidos —por otros ganaderos, omisión importante— por el hecho de recuperar una valiosa propiedad que, con gusto, mantendrán el tiempo necesario antes de llevarla a morir donde le tocaba: al matadero. El ganado siempre debe ser descuartizado y devorado por humanos, que lo haga un predador cualquiera no es natural ni supone un alarde de nuestra bondad y supremacía.
«Vaca rescatada por ganaderos en Galicia junto al río Deza»
En la misma tónica tenemos esta otra noticia sobre una vaca rescatada por ganaderos en Galicia. Según nos relata el medio de turno, varios ganaderos unieron sus esfuerzos altruistas para salvar la vida de una pobre vaca que se hallaba atrapada junto a la orilla del río Deza. Oh, qué buena gente. Cualquier persona con dos dedos de frente se preguntaría: ¿Y acaso estos ganaderos no habrían hecho lo mismo para sacar un tractor de una zanja? ¿Significaría eso que les preocupa la «vida» del tractor?
No, amigos. La vida de esa vaca no le importa a nadie. Lo importante estriba en evitar una pérdida de bienes no asegurados o cuya damnificación supondría un perjuicio económico. Si esa vaca moría allí, no acabaría en el matadero y, por ende, no retribuiría los beneficios que el ganadero espera por cada cabeza de ganado. Que participen varios ganaderos no es una acción altruista hacia la vaca, sino un caso de contractualismo social al ayudar al vecino para que éste, en un futuro, te eche un cable a ti cuando lo necesites.
El activista Manuel Gil Estévez dirige críticas acertadas y lapidaria contra la explotación animal y sus absurdas justificaciones. En la imagen, publicidad de una organización ecologista que promueve la explotación animal con fines conservacionistas.
«Burros y sanitarios para limpiar las playas de Doñana»
Como último ejemplo de noticias orquestadas para lavar la imagen de los ganaderos y de sus negocios, tenemos esta última ocurrencia. Este relato persigue una clara moraleja: «los animales existen para servirnos y dejarán de existir si no tienen un propósito, así pues, los humanos somos buenos al acordarnos de ellos y de cuánto pueden hacer por nosotros».
Los animales podrían vivir en sus hábitats naturales si los dejáramos a ellos y sus entornos en paz. No cabe confundir la situación que nosotros hemos causado con una suerte de perentoriedad divina que nos obligue a buscarle una finalidad a cada especie para lograr su conservación. No podrá haber animal cuyo destino esté libre de violencia o persecución mientras no desterremos la mentalidad de que ellos nos pertenezcan y de que existan para servirnos.
Esto podemos constatarlos en el diferente tratamiento que recibe una especie animal según el interés que prime en el momento. ¿Hay pocos? Los reproducimos en cautividad. ¿Hay muchos? Les disparamos desde helicópteros, matamos a los adultos y dejamos que las crías de mueran de hambre junto a los cadáveres de sus padres. Somos tan «humanitarios» que eso de matar a recién nacidos no nos va...
Lo más cínico radica en que, como ya he señalado en más de una ocasión, este tipo de redacciones sugieren la existencia de una voluntad altruista en los animales. Y sí, los animales pueden manifestar comportamientos altruistas. Sin embargo, algo muy distinto es presuponer que un burro quiere ser domado y utilizado para fines humanos aun arriesgo de su libertad, autonomía e integridad. Cuando la hipotética voluntad del esclavo coincide con la del esclavista, algo falla en el relato.
Noticias como la presente no educan ni enseñan valores, sólo redibujan un marco social que se autopercibe como moderno o progresista por reasimilar y racionalizar costumbres y pensamientos heredados desde hace milenios. Y no ahítos, hay quienes exclaman «¡los animales viven como reyes!». Si eso es «realeza», prefiero seguir siendo un vegano plebeyo.
Ejemplos cotidianos que evidencian la escasa capacidad cognitiva de la población humana y la tremenda facilidad con que asimilan un discurso. Viendo esto, ¿acaso todavía alguien duda que la Alemania de los años 30 asumiera el nazismo y cometiera barbaries? Ponle un «profeta» a un colectivo de humano intelectualmente mediocre y se obtendrá un ejército. ¿Origen de las religiones?
¿Qué opina la gente al conocer estas noticias?
Los medios saben perfectamente que a la sociedad hay que darles con cucharita lo que deben pensar por el bien de quienes señorean el mundo. Según estos ejemplos, tenemos a un ganadero heroico que salva a unas vacas en peligro de extinción, a varios ganaderos que se juegan su vida por salvar a una vaca y a otros héroes sin capa que les dan una «función» a burros por el propio bien de estos animales.
Ante semejante alarde de manipulación y sacarina, los receptores se limitan a adoptar la postura manipuladora y edulcorada del medio en cuestión. Dejo algunas capturas para presentar pruebas fidedignas de la estupidez humana.
El hecho de que miles de humanos aplaudan y consideren «héroes» a quienes hoy rescatan a la vaca para llevarla al matadero dentro de unos meses son la evidencia sublime de con qué facilidad el ser humano promedio puede ser manipulado y manipulable. Se trata de buen ejemplo de cómo funciona el concepto de «neoverdad» que George Orwell acuñó para su novela «1984». Lo triste está en que no nos encontramos ante una obra de ficción, sino ante la propia realidad.
La publicidad ganadera, inclusive actividades de pesca y acuicultura, muestran una cierta originalidad a la hora de mejorar la imagen de sus productos para convertirlos en una suerte de bienes de consumo estrictamente necesarios para sobrevivir. Nótese, nuevamente, que estas campañas de ejemplo están ejercidas por la Junta de Andalucía con fondos europeos e impuestos patrios. Se destinan direcciones y ministerios a condenar el abandono y el maltrato de perros mientras destinan otros para causar muerte y sufrimiento a otros animales que no son perros.
La «frescura» y la originalidad de la publicidad ganadera
Si dejamos a un lado el tratamiento publicitario basado en la tranquilización de la conciencia y del buen obrar de los ganaderos, llegamos a otro bastión de la publicidad ganadera: la frescura de sus productos.
Siempre me ha llamado la atención, desde pequeño, el afán cuasiobsesivo de los productores e intermediarios por colocar el epíteto de «fresco» a todo lo que, casualmente, no tiene nada de reciente, higiénico ni salubre para el consumo humano: leche fresca, carne fresca, huevos frescos, etc.
- La leche está rebajada, pasa por un proceso de pasteurización, se le añaden conservantes y presenta ciertas cantidades de antibióticos, hormonas y restos celulares de las víctimas de quienes procede.
- La carne contiene agua añadida para incrementar su volumen, se le agregan colorantes para que no se decolore y se le adicionan una verdadera tabla periódica de conservantes por tal de que no se descomponga antes de llegar al estómago del insensible de turno.
- Los huevos, aunque algunos se sorprendan, salen de la cloaca de una gallina, recubiertos de heces, serrín y de millones de bacterias.
Si nos ceñimos al concepto de «originalidad», quizás aquí pueda englobarse un sinnúmero de anuncios que recurren a juegos de palabras, dobles sentidos y a suscitar emociones primarias para promover la explotación animal.
Uno de muchos negocios que viven del mascotismo y que recurren a mensajes publicitarios fáciles para una sociedad incongruente y sin sentido común.
Las empresas de servicios y otros ejemplos de publicidad ganadera
A menudo, los animalistas, cegados por su odio hacia taurinos y cazadores —no tanto hacia los ganaderos porque tienen una visión romántica de la esclavitud animal y consumen sus productos— olvidan que ellos mismos se dejan manipular por la publicidad de organizaciones animalistas y comercios relacionados con el cuidado de perros, gatos y otros animales con el epíteto «de compañía».
En otras entradas ya me he centrado en el mascotismo y la explotación de los perros cual objetos de lujo y decoro, por ende, aquí sólo quería relacionar la publicidad ganadera con otro tipo de propaganda que se lanza a quienes se consideran «amantes de los animales».
Como ejemplo tenemos la empresa Tiendanimal y su eslogan de «Entendemos a las mascotas», el cual resulta semánticamente ridículo al concebir que las «mascotas» requieran un entendimiento diferenciado con el de otros animales no catalogados como tal. Por no señalar la obviedad de que se dedican a vencer toda clase de animales a quienes deseen tenerlos su casa, ya vayan a tratarlos bien o abandonarlos al día siguiente.
«Mascota» significa «esclavo de compañía». El mensaje vertido por esta empresa se resume en que ellos entienden a los esclavos explotados como compañía para el ser humano. Y esto es absurdo porque, si así fuera, no participarían de un negocio basado en la cosificación y explotación de sujetos que no quieren ser cosificados ni explotados. Aunque muchos no vayan a comprender la analogía y otros tanto se ofendan a la mínima, este lema publicitario es igual de ridículo que si un esclavista hubiera expresado en el siglo XIX aquello de «Entendemos a los negros». ¿Y esto es algo de lo que enorgullecerse?
Nunca oí a un animal decir «cástrame», «véndeme», «insemíname», «sepárame de mis crías» o algo similar. Será que estos presuntos amantes de los animales, como los ganaderos, tienen un don especial para comunicarse con sus víctimas y saben mejor que los veganos aquellos que les conviene.
Tenemos, pues, lemas estúpidos y superficiales para una sociedad estúpida y superficial. Y no desearía entrar de lleno en el caso de las empresas veterinarias porque sería para echarles de comer aparte.
A los veganos nos dicen que buscamos llamar la atención y diferenciarnos. Algo que nunca entenderé —y que tampoco entendía antes de ser vegano— es el hecho de que algunos humanos sienten una atracción irracional hacia el consumo de carne como si ellos mismos se vieran cual leones o grandes depredadores.
Quizás, de esta forma, ante la ausencia de razones científicas o de una necesidad biológica para comer animales, el humano de turno genera así una autoimagen de superioridad mediante el control, la cautividad y el asesinato de quienes no sean miembros del grupo hegemónico. Allá donde ellos se perciben como atractivos o sugerentes por estas gesticulaciones pueriles, a mí me evidencian una limitación cognitiva por el cual el individuo es incapaz de crear o seguir modelos ajenos a la masa.
Conclusión
Hasta cierto punto, puedo entender que los Derechos Animales no estén en la agenda política porque no benefician a asuntos humanos. No obstante, las contradicciones políticas en materia medioambiental claman al cielo. La campaña de «¡Hazte vaquero!» es el fiel reflejo de que nuestros políticos —y como se aduce a los animales— viven en un presente perpetuo y parecen incapaces de afrontar las terribles consecuencias de sus decisiones. Hoy en día se lanzan campañas para promover la planificación familiar al mismo tiempo que se busca fomentar la natalidad en un mundo sobrepoblado y con recursos limitados. Es de chiste.
Nos topamos ante una publicidad constante, y orquestada con fondos virtualmente infinitos, que busca blanquear la industria ganadera y el consumo de carne aun cuando sabemos, científicamente, que es insalubre, perjudicial para el medio ambiente y causante principal del cambio climático. No satisfechos con una publicidad utilitaria, el avance del veganismo los ha llevado a centrarse en una serie de ideas románticas que toman como eje las «granjas familiares» y de los «valores ganaderos» para así publicitar la ganadería como un elemento tradicional y ejercido por personas honorables en sus desempeños.
Entre las falacias que calan entre la gente por efecto de la publicidad ganadera destaca, constantemente, el mito de que el veganismo causa deforestación por el cultivo de soja. Esto me lleva a plantearme que, o bien la publicidad ganadera hace muy bien su trabajo, o los especistas medios presentan algún componente genético que los dota de homogeneidad en cuanto a sus excusas baratas y su desbordante imaginación para tratar de justificar sus actos. ¿Se estará produciendo una especiación simpátrica?
Nuestros gobernantes sólo quieren consumidores tranquilos, no gente especializada que denuncie sus mentiras. Aun cuando las organizaciones ecologistas se llenan la boca hablando de medio ambiente y de las consecuencias de las acciones humanas, nunca profundizan en el origen de estas problemáticas porque se venden al capital y al antropocentrismo banal. Este pensamiento especista y cortoplacista lleva a muchos a creer y a difundir que tenga algo de justicia o de sentido criar animales para luego abatirlos en cotos de caza o que acaso merezca un tratamiento ético distinto de un animal autóctono que uno alóctono.
Muchos ecologistas toman algo de conciencia más allá de las típicas mantras de sus respectivas organizaciones y se oponen a la ganadería industrial por motivos ecológicos. Esto es un error que los convierte en parte del problema. No basta con el cese de la ganadería industrial —algo que, de hecho, es imposible en términos productivos—, sino que se requiere la supresión absoluta toda forma de explotación animal por una razón primordial: la ética.
Afortunadamente, cada vez más gente comprende que no está bien explotar animales y decide no participar en su explotación. No hay nada justo en conformarse con minimizar nuestro impacto sobre los animales cuando cada ápice de violencia ya es injustificable por sí misma. No hay nada justo en tratar a los animales como esclavos y menos excusarlo con que se haga por su bien.
Los animales poseen intereses inalienables: sienten, padecen y tienen conciencia. Podemos y debemos vivir sin participar en ninguna forma de explotación animal. El veganismo es un principio ético referido al cese de la explotación animal en reconocimiento de que los animales merecen derechos. Su práctica implica un menor impacto en el medio ambiente, sin embargo, su fundamento aspira a respetar y defender a los animales como sujetos e integrantes de la naturaleza. Depende de nosotros escoger entre ser individuos librepensadores, o quedar reducidos a las acciones de los ganaderos de la misma forma en que éstos explotan y se aprovechan de sus esclavos.