Los derechos de los animales no dependen de sus obligaciones
Para gozar de derechos sólo se requiere ser un sujeto
Una de las críticas infundamentadas más frecuentes contra los Derechos Animales es aquélla de que los demás animales no pueden contar con derechos reconocidos porque no tienen obligaciones en sociedad. Otra, derivada de ésta, afirma que no hay razón para respetar a los no humanos debido a que ellos no respetan nuestros derechos. Ambas perspectivas incurren en una serie de omisiones y contradicciones por desconocimiento de las implicaciones de tales términos.
Un derecho es la protección de un interés. Todos los animales contamos con intereses inalienables a raíz de la posesión de un sistema nervioso. Puesto que este único requisito basta para reconocer derechos en nuestra especie, resulta contradictorio negarles un amparo jurídico a otras especies animales que también tienen intereses inalienables. Ello implicaría obviar una constatación científica y ya ha habido congresos de juristas que así lo han reconocido. Si propugnamos que el interés de un humano vale más que el de otro animal por el hecho de que no son exactamente como nosotros, incurrimos en un prejuicio discriminatorio. Ningún humano es exactamente igual a otro. Nadie es igual a un segundo. Incluso en los gemelos univitelinos se detectan cambios minúsculos originados por mutaciones posteriores a la separación. Gracias a los avances sociales, actualmente la mayoría de la sociedad acepta sin contemplaciones que nadie puede ningunear nuestros derechos por motivos de sexo (sexismo) o raza (racismo). No obstante, casi todos los humanos del siglo XXI sí rechazan sistemáticamente aceptar o hablar siquiera de Derechos Animales por una cuestión de especie (especismo). La raza es una variable continua (blanco níveo, moreno, negro, etc.). Y la especie lo es asimismo. Ambos se reducen a un concepto subjetivo y arbitrario que sirve para la separación taxonómica en biología; mas no para una distinción moral.
¿Por qué tenemos que respetar a los animales?
Los humanos con plenas facultades somos agentes morales (individuos responsables de sus actos); mientras que los niños y otros animales son seres amorales (individuos no responsables de sus actos). En consecuencia, los restantes animales no respetan nuestros derechos a causa de que no diferencian entre el bien y el mal. Resulta curioso, cuando menos, que muchos se consideren superiores per se a tales miembros mientras simultáneamente comparan sus comportamientos con los propios para tratar de justificar una obra contraria al principio ético de igualdad.
Las personas humanas inmaduras o con algún grado de minusvalía psíquica no adquieren ningún tipo de obligación dentro de nuestra sociedad; sin embargo, a tenor del motivo anterior, sí poseen derechos. Sólo pueden contraer obligaciones en sociedad quienes sean capaces de asumir sus acciones. Paradójicamente, se afirma muy a la ligera que los nohumanos no satisfacen ninguna obligación a pesar de que innumerables formas de explotación se basan en forzarlos a realizar una acción determinada como medio para un fin. ¿Leones en circos? ¿Carruajes de caballos? La esclavitud consiste en someter la voluntad y en obligar a alguien a hacer aquello que no desea. Eso es una obligación implícita. Por ende, bajo este mismo criterio, dichos animales debieran contar con una protección legal. Pero, claro, entonces es cuando se dice que «un animal es un animal» como afirmando que «se le da lo que merece», una postura tan injusta y arbitraria como las de los antiguos negreros.
¿Cuál es el estado legal actual de los animales?
Todos los animales no humanos, sin excepción, se consideran «bienes muebles semovientes» y carecen de derechos legales. La legislación ha venido precedida de una cosificación moral, y ésta se ha derivado de nuestra habilidad cognitiva para intervenir sobre las vidas ajenas. Desde antaño, hemos confundido adrede la capacidad de realizar algo con la legitimidad de efectuarlo. Hemos mezclado el deber con el poder para aprovecharnos de los más débiles y muchos de quienes supuestamente defienden a los animales, sólo buscan hacer creer que intentan cambiar su situación legal para lucrarse por su miseria. Participar en la explotación de otros animales incurre en la misma injusticia por la cual nos reparamos en que sería una atrocidad explotar niños, humanos seniles u otros individuos en condiciones de vulnerabilidad.
Por fortuna, no estamos forzados biológicamente a ingerir productos de origen animal ni a explotar animales de ninguna manera. La explotación animal responde únicamente a una razón cultural transmitida a lo largo de las generaciones. No basta con rechazar el «maltrato animal» ni con exigir regulaciones sobre su explotación. Debemos oponernos a toda forma de explotación animal para luchar contra su injusto estatus de propiedad. Si podemos evitar víctimas tanto en la alimentación como para otros servicios , la pregunta sería: ¿por qué no intentarlo?