¿Matar animales por su propio bien?


Introducción
La versión más extrema del argumento de explotar animales por su propio bien quizás lo encontramos en esos amores que matan. ¿Acaso sería ético matar animales por su propio bien? En esta entrada hablaré sobre el concepto de «sacrificio ético de animales» como mantra accesorio de animalistas, gobiernos y empresas explotadoras que siguen políticas de «Bienestar Animal». Este artículo se relaciona, a su vez, con un ensayo previo. Recomiendo leerlo —enlace anterior— para entender mejor éste.
Como he expresado en más de una ocasión, es más fácil que cualquier explotador de animales se vuelva vegano antes que un animalista. Quienes se denominan de tal forma suelen mostrar preocupación hacia los animales mientras mantienen los mismos hábitos y creencias que el resto de la gente. Sin embargo, como ellos se perciben a sí mismos como buenas personas hacia los animales, consideran que ya hacen lo correcto o suficiente.
Posiblemente, el caso más flagrante sobre el especismo animalista se evidencia en que muchos animalistas estarían dispuestos a matar a sus propios animales rescatados antes que darlos en adopción.
A continuación, expondré una de las consecuencias más terribles del bienestarismo y por qué esta ideología es tanto incompatible como un obstáculo para la comprensión generalizada de los Derechos Animales.

Un anciano con cáncer asesina a sus 13 perros
Hace poco, me topé con la noticia de que un anciano con cáncer terminal se había quitado la vida tras asesinar a sus 13 perros. El anciano, al parecer, lo hizo por la creencia de que sus perros estarían mejor muertos que vivos cuando él muriera. Esta forma de pensar responde a un amor cosificador con que los humanos nos adjudicamos potestad para decidir sobre las vidas de los animales e imponer nuestra voluntad, y creencias acerca de la realidad hasta el punto de decretar su asesinato.
Lo que haga cualquier persona humana —especista promedio— no me sorprende; pero sí lo hace, con mayúsculas, que un grupo de personas autoconsideradas veganas pase a decir que ellos también lo habrían hecho. Tener que explicarle a un vegano que matar a un animal está mal creo que sería como descubrir América o algo semejante.
Al leer esto, habrá quienes dirán: «no son veganos pero tampoco son animalistas». Esto es un error. La corriente mayoritaria del animalismo está conformada por los bienestaristas. Un bienestarista sólo está en contra del «maltrato animal», es decir, del sufrimiento de los animales.
Un bienestarista siempre preferirá la muerte de un animal ante el riesgo o la posibilidad de que sufra, aun cuando no sea real ni tengamos legitimidad alguna para decidir sobre sus vidas.
Sin ir más lejos, PETA ha reconocido en muchas ocasiones que ha practicado el asesinato de perros abandonados para evitar que sufrieran. Y las organizaciones de ámbito hispano, como PACMA, Igualdad Animal y Anima Naturalis, tienen exactamente la misma mentalidad.
Da igual si el responsable humano considera que estarían mejor o peor tras su fallecimiento, no tendríamos la legitimidad para hacerlo con nuestros perros como tampoco con nuestros hijos. Este caso me recuerda al del fanático Joseph Goebbels —mano derecha de Adolf Hitler— y a su esposa, quienes mataron a sus seis hijos para «protegerlos» de vivir en un régimen comunista tras la caída de Alemania.
Tales supuestos veganos —que no lo son, por incumplir la definición— están diciendo, en pocas palabras, que se creen con derecho a quitarles la vida a sus animales por su sola creencia de que esos animales estarán únicamente bien con ellos. Ese argumento es exactamente igual que el de un maltratador y de quien se autopercibe como dueño de una propiedad.
Se vuelve imposible hablar sobre veganismo si la sociedad adolece del mínimo entendimiento de ética básica. ¿Cómo alguien va a comprender que los animales merecen respeto si piensa que sus animales adoptados —o sus hijos— deben morir si ellos lo estiman oportuno?

Reino Unido manda caballos viejos del Ejército al matadero «por su propio bien»
El cinismo humano alcanza su cúlmen hacia los animales cuando, más allá de justificar su explotación y tortura en beneficio humano, llega a excusar su asesinato como una acción virtuosa que se haga por el bien de los mismos. Este «sacrificio ético de animales» no un argumento que esté reservado a individuos enfermos o desesperados; sino que, asimismo, es una falacia de la potencialidad esgrimida por gobiernos y empresas para ocultar intereses lucrativos bajo un halo de virtud bienestarista.
El ser humano es capaz de mentir, engañar, defraudar y soltar cualquier barbaridad por tal de ocultar sus verdaderas intenciones. A menudo, lejos de lograr ese efecto, sólo cabe preguntarse cuán podridos pueden estar por dentro para asesinar animales por dinero y, más tarde, tratar de justificarlo diciendo que lo han hecho por el bien de los animales.
Como ejemplos grotescos tengo una noticia grotesca relacionada con la explotación ecuestre, aunque no se limita a ésta: El ejército de Reino Unido vende a los caballos viejos del Ejército para exportar su carne a países de Europa.
Tal como cita la noticia del medio anterior, el portavoz del Ministerio de Defensa de Reino Unido alegó expuso la siguiente razón para enviar a un centenar de caballos viejos del ejército para vender su carne en Europa: «Los caballos han estado condicionados toda su vida a los desfiles y al ruido de Londres. No estarían felices de retirarse a la tranquilidad del campo y creemos que este es el final más humano para ellos».
Esta persona está diciendo, tan tranquilamente, que un animal habituado a los ambientes humanizados y ruidosos no encuentra apacible eso de estar en el campo, ser algo más libre y no tener que cargar con humanos. Según este portavoz, un caballo no prefiere vivir sus últimos días en un verde prado; sino ser conducido a la línea de un matadero, oír los relinchos de sus congéneres y recibir un golpe en la corteza frontal que lo deje paralítico mientras lo despellejan y lo desmiembran. Menuda comparación, ¿eh?
Como biólogo y conocedor del comportamiento animal, no puedo sino tener unas ganas tremendas de agarrar a este sujeto y arrastrarlo a un matadero para hacerle tragar sus frívolas y malévolas palabras. ¿Tan difícil resulta afrontar la verdad? ¿Por qué no dicen «vamos a enviar a nuestros caballos viejos a mataderos para así darles una salida sencilla, evitar gastos de mantenimiento y obtener un beneficio lucrativo que el Alto Mando se gastará en brindar con champán?
Si ser jinete y participar en cualquier forma de explotación ecuestre —y animal, en sentido amplio— es injusto, más incluso deberían reflexionar aquellos humanos que ejercen o quisieran ejercer en el ejército montado. Los caballos, como todos los demás animales, están contemplados como meros recursos o herramientas al servicio del ser humano. Otras instituciones, ya sean ganaderías, zoológicos, acuarios, o equipos de investigación, higienización o de contención biológica practican un asesinato sismático de animales apelando, muchas veces, al bien de éstos.
El amor o la pasión de alguien hacia los perros, gatos o caballos no significa nada, salvo su opresión, mientras sea partícipe de aquel régimen que permite y fomenta su explotación y asesinato.


El argumento de matar animales por su propio bien («sacrificio ético de animales») procede de una cosificación moral
La base del problema está en que tales individuos, ya fueren veganos o no, perciben a los animales como objetos que sufren; en lugar de como sujetos que valoran sus vidas y que quisieran seguir viviendo a toda costa.
Muchos animalistas y gente autoconsidera vegana cree, erróneamente, que lo más básico que podemos hacer por los animales consiste en «evitarles sufrimiento». El sufrimiento, en tanto que es subjetivo e incuantificable, nunca puede funcionar como criterio moral para establecer si una acción es correcta o incorrecta. Nuestro deber reside en respetar a otros sujetos y no tomar decisiones por sus vidas sin su consentimiento. Los animales no nos dan su consentimiento para que los matemos.
Nuestro deber con los animales reside en respetar sus intereses inalienables: vida, libertad e integridad. Matarlos por el riesgo potencial de que otros lo hagan equivale a matar a nuestros hijos con el argumento de que terminarán en adopción, con un familiar borracho o yo qué sé. Si los mata el Estado o un posterior adoptante, el asesino es el Estado o el adoptante; si los matamos nosotros, los asesinos somos nosotros.
Este ejemplo resulta muy similar a cuando el Estado o cualquier autoridad competente decreta el asesinato («sacrificio») de determinados animales por estar enfermos, infectados o, siquiera, por la posibilidad de que lo estén. Excusar acciones en el presente apelando a la potencialidad es siempre falaz.

La falacia de la potencialidad en el «sacrificio ético de animales»
Por si no hubiera quedado claro, se denomina «falacia de la potencialidad» al argumento de que está bien una acción en el presente porque tendrá —o podría tener— beneficios en el futuro. Esta falacia está íntimamente relacionada con la mentalidad bienestarista típica de los animalistas.
De hecho, esta falacia de la potencialidad es la que lleva a muchos animalistas a defender la castración y otras formas de mutilación en animales. La creencia o hipótesis de que los animales podrán sufrir o padecer enfermedades en el futuro no justifica atentar contra sus vidas y cuerpos en el presente. Incurre en el mismo argumento errado de justificar la castración o mutilación en nuestros hijos e hijas para prevenir un futuro cáncer de mama o de próstata.
Hay quienes tratan de excusar o autoengañarse sobre sus acciones utilizando eufemismos como «eutanasia» o «dormir». Matar a alguien con un fin se denomina «asesinato». Y si entendemos que los animales son personas —sujetos— en un sentido ético, matarlos entonces se denominaría de esta manera.
Y huelga señalar que, al usar el término «dormir», el objetivo interiorizado del emisor no es otro que asimilar o equiparar estar muerto con estar dormido. No tiene nada que ver lo uno con lo otro. No podemos discutir la moralidad de una acción si quienes las perpetran o excusan utilizan términos absolutamente diferentes de los requeridos para tratar un asunto moral.
Que los animales quieren seguir viviendo es científicamente objetivo porque eso nos lo demuestra la observación empírica. Si uno se pone a investigar sobre perros discapacitados, descubre que más quisiera un ser humano tener esa capacidad de autosuperación. Ellos desean vivir en situaciones en que un ser humano normal y corriente desearía el suicidio.
No obstante, hay animales, como los delfines, que aprenden a suicidarse por depresión al estar encerrados en delfinarios. Nuestro instinto de supervivencia prevalece siempre. Incluso aquellos humanos que se suicidan se arrepienten de haberlo hecho milésimas de segundo más tarde.
No ayuda en nada que un animalista trate de atemperar sus emociones ocultando la trascendencia de sus acciones. Una valoración racional nos exige eliminar las emociones y a pensar con cabeza fría. Que uno pretenda lo mejor para otros no significa que sus acciones sean éticamente correctas por defecto.

Conclusión
Quienes justifican el argumento de matar animales por propio su bien no han entendido, por desgracia, que la vida de sus animales importa por encima de todo, incluido el hipotético sufrimiento que pudieran experimentar después. Nosotros no somos responsables de lo que otros hagan ni tampoco de si ocurre un terremoto u otra desgracia natural; pero sí somos responsables de matar o de perjudicar a aquéllos que decimos amar si así lo hacemos.
Esta creencia deriva del bienestarismo y se expresa en sumo grado en quienes se autodeminan «sensocentristas». Para este colectivo utilitarista, los animales son objetos que el ser humano debe manejar y gestionar con el único fin hipotético de que no sufran. Si esta gente considera que un animal estará mejor muerto, lo matarán con sus propias manos. En este sentido, cabe recordar un buen artículo del activista Luis Tovar, titulado «El ángel de la muerte».
El veganismo se basa en el respeto hacia los animales para la defensa de los Derechos Animales. Quienes propugnan para los animales acciones que no aplicarían para sí mismos o para otros humanos incurren en un sesgo especista —y egoísta— derivado de su propio antropocentrismo.