La corrección política y el empoderamiento animal
Introducción
La corrección política está muy extendida en nuestros días en multitud de ámbitos, desde sociales hasta artísticos. Ésta podría definirse como la actitud de moderación, censura y autocensura respecto a la expresión de alguien en sus opiniones en lo tocante a temas que generan debate, suscitan indignación o están vinculados a ciertas creencias religiosas o rasgos endogrupales de determinados colectivos humanos.
Para mí, un misterio casi inexplicable subyace en cómo aparece y prolifera la corrección política. Como ocurre con los eufemismos, su manifestación simple, la corrección política parece encontrar su origen y recovecos en la mediocridad humana, la incapacidad para una confrontación y diálogos racionales, la falta de habilidad para debatir y de exponer ideas con respeto y razonamiento. Y, por supuesto, está causada en gran medida por el avance imparable del posmodernismo y su dogma de que todas las acciones o creencias son respetables si pertenecen a la supuesta cultura de un grupo social.
En esta entrada, voy a lanzar una reflexión para relacionar la actitud hipócrita y disonante del ser humano cuando practica la corrección política mientras no duda en participar y en exponer manifiestamente el prejuicio moral del especismo y sus terribles acciones contra los animales.
Si algunos colectivos humanos están seguros de su necesidad y derecho de ser empoderados, yo argumentaré aquí que debemos hablar primero de empoderamiento animal antes que de muchas otras cuestiones banales.
Nuestra sociedad se desgarra las vestiduras por situaciones injustas mientras participa, directa o indirectamente, en situaciones de injusticia contra otros humanos y animales.La corrección política como reconstrucción de una neorrealidad antropocéntrica
Hoy, parece normal encontrarnos una serie o película supuestamente basada en la Antigüedad, en la Edad Media, en el Renacimiento o en la Revolución Industrial —en localizaciones y épocas históricas— en donde aparece gente negra y mujeres en puestos y funciones sociales que tenían claramente vetados en sus respectivos momentos y lugares.
Hubo mujeres guerreras, sacerdotisas, profetas, monarcas y mucho más, claro. También hubo pequeñas poblaciones de gente negra en Europa, generalmente traídos como esclavos, desde la Edad Media hasta bien entrados en la Revolución Industrial. A título personal, he estudiado cómo fue la esclavitud de negros, canarios e indios en las Américas y en la Península Ibérica en el siglo XVI a manos de los españoles, que no se diga.
Sin embargo, la existencia de un entorno real y de gente reales no conducen a relaciones sociales reales. Con esto me vengo a referir que, ante nuestro grave desacuerdo con las acciones del pasado, nuestra sociedad del siglo XXI, obsesionada con la corrección política, busca reconstruir la historia y plasmar cómo le gustaría que hubiera sido en lugar de cómo fue realmente.
¿Cuáles son esos motivos?: ¿Para honrar a las víctimas? ¿Para no hacernos sentir tan mal al saber que toda nuestras civilizaciones, presentes y pasadas, han existido y evolucionado a costa de aprovecharse y de esclavizar a los débiles? Somos una especie ancestralmente esclavista que encontró en la esclavitud su vía para prosperar.
Un colectivo oprimido, marginado, discriminado y esclavizado puede ser también opresor, marginador, discriminar y esclavizador de otros sujetos. A menudo se vierte una visión romántica de la esclavitud animal ejercida por colectivos oprimidos. Ni la gente negra existe para servir a la gente blanca ni los animales para servir a los seres humanos.Humanos empoderados y animales esclavizados
Cada día podemos ver noticias, películas, series, novelas y un largo etcétera de obras artísticas que, mientras cuidan su lenguaje y descripción de los hechos para promover valores de igualdad, justicia y no ofender a nadie, estos mismos contenidos dan por sentado, válido y adecuado la transmisión de ideas, juicios y valores en donde el ser humano afirma y reafirma su superioridad frente a los animales, los cosifica, los explota y los asesina sin pudor, mérito ni necesidad.
A diario, nos encontramos con películas, series y libros muy modernos con mujeres negras y valientes que no dudan en montar a caballo, ser ganaderas y cazar animales con sus propias manos; en un intento de reafirmar sus habilidades y su igualdad cometiendo las mismas acciones y crímenes tradicionalmente reservados al varón.
Nunca antes en la historia ha habido tantísimos justicieros e individuos supuestamente defensores de la justicia. Sin embargo, cuando a estas mismas personas se les habla sobre que los animales también merecen respeto, adoptan exactamente la misma actitud, postura y dialéctica de aquéllos a quienes se oponen. ¡Qué irónico!
Y esta dialéctica de la hipocresía no acontece únicamente en el terreno de las artes o de la opinión. Con frecuencia, la corrección política institucional ejerce la más estricta censura cuando el movimiento vegano cuestiona el especismo y señala analogías evidentes con otras formas de esclavitud humana.
Incluso el Tribunal de Estrasburgo, dedicado a la defensa de los Derechos Humanos, censuró una campaña que, según ellos, ofendía al colectivo judío al comparar el holocausto ejercido por los nazis con aquel que ejerce toda la sociedad a diario contra los animales.
Irónicamente, lejos de ser una analogía poco acertada, fueron no pocos autores judíos y supervivientes del holocausto quienes apelaron a ésta para defender los Derechos Animales. Como ejemplo de ello tenemos la obra de Eternal Treblinka, de Charles Patterson.
Nos topamos, pues, con un ejemplo de cinismo colectivo y de silenciamiento de unas víctimas en favor de otras según su especie y de los intereses políticos del momento.
A menudo, en documentos y análisis de nuestra historia se tocan ciertos temas humanos con mucho tacto mientras se trata la explotación de los animales como sin ningún tipo de cuestionamiento moral.La corrección política oculta e invisibiliza la violencia contra los animales y su opresión sufrida
Hoy se oculta y maquilla la violencia contra los animales por el mismo mecanismo de corrección política que se aplica a situaciones humanas. No obstante, si a un humano se lo empodera poniéndolo en una clase social alta, nuestra sociedad actual no empodera a los animales mostrándolos en manadas libres o independientes de los humanos.
Nuestro mundo del presente no considera que los animales necesiten ser libres ni que tengamos la obligación moral de brindarles derechos legales reconocidos como sí se reconocieron a otros esclavos. Nuestra sociedad sólo cuestiona el trato y las condiciones en que viven los animales, no el propio hecho de que sigan siendo nuestros esclavos como las mujeres, negros e indios en épocas pasadas.
En producciones cinematográficas y otras obras artísticas no aparecerá, salvo necesidad de la trama, cómo un personaje golpea a animales o los violenta de múltiples maneras. Esto también es —y era— tan cotidiano como tener a una mujer como esclava sexual o a cuatro negros que llevaran a una condesa en una silla de manos.
No obstante, nuestra sociedad actual no percibe la necesidad de «reformular» la realidad pasada porque coincide con su sentimiento de adecuación moral respecto a la realidad presente.
Explotamos a los animales porque podemos. No hay ninguna razón científica que justifique el hecho de criar, encerrar y asesinar animales por gusto y placer.El empoderamiento humano silencia el empoderamiento animal
No vale con decir, como muchos hacen sin razonar nada, que los esclavos humanos eran humanos y que los esclavos animales son animales. Antaño también se decía que una mujer era una mujer y que un negro era un negro. Este razonamiento circular sólo evidencia desconocimiento y desprecio hacia quienes se considera diferentes.
Con todos los animales compartimos la mayor parte de nuestro ADN. Acciones obvias y actuales, como la experimentación animal, se practican porque nuestros cuerpos y mentes son tan parecidos que lo experimentado o sufrido por ellos muy probablemente nos sirva a nosotros de alguna forma. Nuestra diferencia con otros animales, en todos los casos, está en nuestro grado de semejanza. Algo que señaló el propio Charles Darwin. Y discriminar por grado de semejanza es científicamente arbitrario.
Hoy no cabe negar la sintiencia ni la conciencia de los animales. A los animales no se los explota o esclaviza porque carezcan de inteligencia o sentimientos, sino porque no pueden defenderse de nosotros. Como se ha estudiado en antropología, primero se establece la relación de dominación y luego se busca el argumento para excusar dicha relación. Así ha ocurrido con todas las relaciones esclavistas habidas entre seres humanos y otros sujetos, ya fueren humanos de otra nacionalidad, religión o raza; u otros animales.
Lo mismo ocurrió con negros y mujeres: primero se los redujo a la esclavitud y a la sumisión y luego se buscaron maneras de perpetuar ese statu quo. Esto está estudiado desde el Neolítico. Mucha gente lo entiende cuando lo sufre en sus carnes, pero parece olvidarlo cuando son otros las víctimas de sus acciones.
Así ocurre porque el grueso de quienes se autollaman «defensores» de la igualdad y de la justicia son únicamente tribalistas que se aprovechan de una lucha global para obtener un beneficio particular.
Como he señalado en más de una ocasión, ser vegano y promover los Derechos Animales constituye una nueva etapa en el progreso de nuestra sociedad. A pesar de ello, como cualquier avance social, éste no se reconoce hasta siglos posteriores.
En una sociedad enferma e idiotizada es más común encontrarse con gente que se indigna cuando se le dice la verdad que con ánimo de razonar siquiera cuanto tiene ante sus ojos.La realidad no está reñida con la fantasía
Cabe señalar que una representación utópica o «buenista» de la realidad no está reñida con luchar por las víctimas, siempre que exista un contraste claro entre nuestra idea concebida y la realidad que padecen los animales.
No critico a las series actuales por tratar de empoderar a quienes fueron víctimas; sino por no cuestionar que siquiera lo fueron y por contribuir a la perpetuación de la injusticia hacia los animales implicados.
A menudo, estas producciones reciben buenas críticas por el afán de ensalzar temas candentes como el feminismo o la diversidad racial. Al mismo tiempo, con un cinismo estratosférico, se vierten centenares de malas críticas —o simples comentarios estúpidos— hacia aquellos documentales que plasman o versan la realidad de los animales esclavizados en granjas y en otras situaciones.
Lo que en el caso de los humanos se convierte en un «testimonio esperanzador de una época de opresión» pasa a convertirse en «un intento vegano por adoctrinar al espectador al humanizar a los animales». Se respira una hipocresía de tomo al lomo cuando el crítico se da cuenta de que él o ella es quien oprime a la víctima.
Entre otros ejemplos, hay noticias en donde se aclama a perros policía o a otros animales que rescatan de humanos sin cuestionar que tales animales han sido obligados a ello. Y nos topamos con reportajes sobre los beneficios de las terapias con animales sin que nadie se cuestione —ni les importa demasiado— los perjuicios que conlleva para tales animales. En resumen, vemos que se aclama, proclama, excusa y justifica por doquier incluso las formas de explotación animal más crueles y triviales.
La corrección política es el resultado de la hipocresía humana y de la incapacidad de tocar asuntos esenciales con rigor.Conclusión
La corrección política genera una paradoja y una hipocresía. La paradoja está en que maquillar y alterar el pasado no nos enseña historia ni nos educa para impedir que crímenes como aquéllos vuelvan a ocurrir.
Y la hipocresía está en que, en estas mismas obras donde aparecen mujeres empoderadas y negros nobles en la Edad Media europea, o durante la Revolución Industrial, no existe reparo alguno para mostrar y tratar a los animales exactamente como hoy se los percibe: como esclavos y objetos que existen para servirnos. Y lo que es aún peor, los mismos practicantes de la corrección política, que ensalzan movimientos sociales contra el racismo o el sexismo, emplean los mismos argumentos de los antiguos esclavistas del siglo XIX para justificar la explotación y asesinato de animales.
La sociedad todavía adopta una postura hostil ante los argumentos de la empoderación animal porque, más allá de sus prejuicios dependientes de la inercia social imperante, implica un cambio radical en nuestro modelo económico. Un modelo que, como debemos recordar, se basa hoy en la esclavitud animal más incluso que durante el Neolítico.
La justicia no sólo no debiera discriminar según la raza o el sexo de la víctima, sino tampoco por su especie.