El sacrificio halal y el especismo estético
El sacrificio halal no es diferente de lo que se practica en un matadero
Las distintas sociedades humanas explotan a los animales de formas diferentes porque la explotación animal es de origen cultural. Sin embargo, como fruto de la incomprensión o xenofobia, las diferentes culturas tienden a excusar los daños cometidos por sus respectivos colectivos y a condenar las malas acciones de quienes presentan una religión o perspectiva de vida muy desemejante. En esta publicación, quisiera lanzar una reflexión sobre el sacrificio halal para señalar que los animales merecen respeto con independencia de las creencias religiosas o culturales.
El sacrificio halal es un rito o modalidad de sacrificio animal asociado al islam. En Occidente, cada año se vierten numerosas críticas y muestras de odio ante el hecho de que millones de musulmanes degüellen animales como parte de sus festejos y celebraciones. La triste realidad reside en que la sociedad general no condena esta realidad en reconocimiento de que los animales merecen respeto; sino que el grueso lo hacen por razones subjetivas, estéticas y arbitrarias.
A menudo, se aduce que el sacrificio halal —como ocurre en el Festival de Yulin— es repugnante porque se practica en la calle o que es barbárico porque infringe un «sufrimiento innecesario», entre otros argumentos. Cualquier rito debe ser enjuiciado, sin embargo, debemos cuestionar nuestras costumbres a la luz de la ética y la objetividad. Asesinar a cabras, corderos y otros animales está mal con independencia del fin y del modo en que se practique. Así sucede porque los animales con quienes compartimos el planeta poseen intereses inalienables que son tan importante para ellos como para nosotros los nuestros.
Es una pérdida de tiempo y un fraude para las víctimas que millones de personas pierdan su tiempo al verter bilis contra el sacrificio halal a la par que participan, voluntaria y conscientemente, en el asesinato sistemático de otros miles de animales cuyo fin es morir entre las cuatro sucias paredes de un matadero.
Cualquier condena dirigida hacia la violencia ejercida por otras culturas impide ver que la violencia contra los animales es, en sí misma, una consecuencia esperable del especismo. Y este mismo especismo desemboca en un especismo estético que lleva a muchos humanos a alzar su voz por unos animales mientras olvidan y marginan a muchos otros que se rigen por las mismas leyes.
Los animales necesitan activistas formados y coherentes que defiendan los Derechos Animales. Debemos acercar los Derechos Animales a la sociedad para romper las cadenas físicas que esclavizan a las víctimas y las cadenas mentales que atan la razón de quienes pretenden defenderlos.