El concepto de «maltrato animal» es erróneo
Luchar contra el «maltrato animal» no significa nada en la práctica
Si uno va por la calle y les pregunta a varios transeúntes si consideran que pegarle un cachete a un niño es una forma de maltrato, algunos afirmarán y otros negarán con la cabeza. Este simple experimento cotidiano sirve para evidenciar que nos encontramos ante un concepto subjetivo e inservible para juzgar la validez de un acto. Entonces, ¿tiene sentido hablar de «maltrato animal»?
La ética no condena cómo se realiza una acción; sino éstas en sí mismas. El trato (es decir, la manera en que se le pegue) carece de significación o relevancia más allá de los sentimientos que despierten.
Las circunstancias podrán determinar que una intervención resulte más o menos comprensible; lo cual ocurre en casos graves como la defensa propia. Sin embargo, desde el punto de vista ético, el contexto no convierte una actuación «mala» en «buena» o viceversa.
Siempre que hablamos de una injusticia habida entre humanos (por ejemplo: una agresión sexual) solamente valoramos aquello que alguien le ha hecho a un tercero. Si tal sujeto incurre en una violencia extrema, ello lo condenamos y comentamos; no obstante, en ningún momento nos plantearíamos que un ataque más «suave» o «moderado» no habría tenido nada de malo.
¿Quién postularía una «violación humanitaria» hacia una mujer? Suena ridículo, ¿verdad? Pues cuando los activistas planteamos el fin de la explotación animal, suelen respondernos con que la solución consiste en explotarlos con miramientos (bienestarismo). Ante una injusticia resulta imperativo ser «radical». Por supuesto, algo radical no equivale a «malo»; sino que significa ir a la raíz de una materia.
En la fotografía, la organización Aenor le entrega a Pascual un premio por de «bienestar animal». Los ganaderos son los primeros en rechazar el maltrato animal porque no les reporta beneficios, de nada sirve rechazar el maltrato animal si se consumen productos de origen animal.El «maltrato animal» es un concepto creado por la industria y las organizaciones animalistas para lucrarse
Nosotros, adultos con plenas facultades, somos agentes morales. En consecuencia, cumplimos con el principio de igualdad a tenor de nuestro desarrollo cognitivo alcanzado a una edad determinada. Ahora bien, ¿por qué únicamente lo aplicamos entre miembros de nuestra especie?
Cuando el ser humano se refiere a los demás animales, cada acontecimiento suele enjuiciarlo de forma unilateral. Se enfoca al ser humano partícipe y sólo parece importarnos la forma en que hizo algo o los motivos que lo llevaron a ser injusto con otros individuados ajenos al Homo sapiens. La sociedad evalúa los daños causados a modo de peritaje y se utiliza el término «maltrato animal» en referencia a aquéllos ejercidos innecesarios para lograr un fin.
Condenar el «abuso animal» únicamente implica rechazar aquel daño que no nos beneficia. Ahí radica la clave: si obtenemos un beneficio aceptado socialmente al explotar a animales no humanos, justificamos dichas acciones para ejecutarlo. Por el contrario, si no cosechamos un provecho aprobado en sociedad, recurrimos al susodicho «maltrato animal», una manera de señalar «maltrato sobre la propiedad».
La crianza y el asesinato sistemáticos están legalizados e institucionalizados por la asunción de que somos superiores y el mito de que explotar a otros animales sea necesario. Así como también lo están otras acciones que vulneran la vida, libertad e integridad de los animales.
En los últimos años, la industria es cada vez más consciente de utilizar el reclamo de los sellos de bienestar animal y de posicionarse con el maltrato animal para incrementar el consumo y el precio de sus productos. Los animalistas que se limitan a hablar de maltrato animal son culpables en gran medida de esta situación.El «maltrato animal» esconde una ideología bienestarista
Ciertos animales reciben un mayor valor moral por parte de amplios grupos humanos: perros, gatos, toros, chimpancés, caballos, delfines, ballenas y unos pocos «afortunados» más. Esto se debe a razones sentimentales (personales); pues la posesión de intereses inalienables es un rasgo compartido por casi la totalidad del reino animal.
Debido al prejuicio moral del especismo, asumimos dogmáticamente que existan animales «mejores» y «peores», es decir, vidas más importantes que otras. Para los primeros, según cuáles casos, hemos reducido el umbral de «explotación permitida» bajo el rechazo tajante al «maltrato animal» y, para los segundos, prácticamente cualquier actividad humana se ve implícitamente respaldada por proceder de unos servidores.
A partir de la subjetividad del concepto de «maltrato animal», unido a la discriminación moral según la especie, surgen campañas arbitrarias cuyo fin consiste en acabar con aquellas formas de explotación (p. ej: tauromaquia, festejos, etc.) situadas por encima del umbral admitido por la ciudadanía general, tanto en lugares donde dicha frontera se percibe como autóctona (tauromaquia) como alóctona (festival de Yulin). Toros y perros son víctimas del mismo fenómeno que afecta a los restantes animales: la cosificación moral.
Reprobar o endemoniar los comportamientos de humanos procedentes de otras nacionalidades, por cometer las mismas injusticias que los ciudadanos de Occidente, incurre en una marcada hipocresía apenas concebible por la disonancia cognitiva entre aquello que a uno desde pequeño se le ha enseñado que está bien hacer y qué no.
No existe bienestar animal alguno en ningún caso. Asimismo, quienes defienden a las empresas responsables de tales luchas mediáticas caen de lleno en las contradicciones ya expuestas y debieran dejar de discriminar a unos animales no humanos frente a otros para actuar justamente.
Víctimas de la cosificación moral en una cárcel destinada a quienes no pertenecen a nuestra especie. El concepto «maltrato animal» se limitaría a pedir una jaula más grande para ellos. ¿Les serviría de algo? ¿Por qué toleramos esto?
¿Por qué se sigue hablando de maltrato animal?
Hablar de «maltrato animal!» significa pedir que se ejerza una explotación moderada de los animales. Las campañas que pregonan «¡No al maltrato animal!» son, en su base, exactamente igual de aquéllas que exigen una reducción del gasto hídrico por riesgo de sequía y hambrunas. No van enfocadas en las víctimas ni las defienden; pues avalan una «explotación compasiva».
Estas campañas no defienden los Derechos Animales. Todo lo contrario: sólo buscan un «compromiso» sencillo para hacerles pensar a sus socios y simpatizantes que baste con modificar cuatro hábitos para «reducir el sufrimiento» de los animales. Estas campañas hacen creer que baste con donar a la organización de turno y les brinda a los consumidores la tranquilidad de seguir comiendo carne y otros productos de origen animal con una certificación que diga «No sufrió tanto como podría haber sufrido».
Y tanto es así, que incluso hay organizaciones animalistas que tratan de vender sus propios sellos de bienestar animal, y promueven y celebran el surgimiento de mataderos móviles. Sólo quien busque tranquilizar su conciencia mientras los consume puede considerar tales cambios de maquillaje cual si fuesen un «avance».
Los animales carecen de derechos legales. Son esclavos. Y, como tales, quedan desamparados en el mundo de los humanos. No basta con decir «¡No al maltrato animal!».Conclusión
Nuestro error fundamental reside en creernos con legitimidad para regir la vida de otros individuos a la par que propugnamos vigorosamente que nadie debe gobernar la nuestra. Se trata de una cuestión moral; no legal.
Por ende, resulta incoherente exigir leyes contra el «maltrato animal» al mismo tiempo que se deja a la mayoría fuera y condicionamos la entera existencia de millones de personas no humanas.
¿Cómo va a ser posible fijar un marco práctico derivado de una incongruencia teórica? No habrá medidas ni regulaciones que los protejan como sujetos de derecho hasta que primeramente no se reconozcan sus intereses inalienables.
No habrá justicia hasta que no nos opongamos a la explotación de todos los animales no humanos de la misma manera en que contrariamos la explotación humana. Ése es el significado del veganismo. A lo largo de esta página puedes obtener información sobre cómo llevar el veganismo a la práctica.