La banalidad de la explotación animal
La banalidad del mal
La filósofa Hanna Arendt acuñó el concepto de «la banalidad del mal» en su ensayo «Eichmann en Jerusalén». En dicha obra, Arendt analizó las acciones y motivos que llevaron a Adolf Eichmann, uno de los principales burócratas de las SS, a proponer y a cometer crímeses de lesa humanidad contra los judíos. En este artículo, deseo relacionar el concepto anterior con un fenómeno similar al que nombraré «la banalidad de la explotación animal».
Según las palabras de Arendt, extraídas a partir de documentos y entrevistas, Eichmann había sido un funcionario de segundo grado que, motivado por dejar su impronta en la nación Alemana, había sucumbido a la ideología nazi y participado en graves crímenes por una suerte de inercia social.
Arendt se refirió a su concepto de «la banalidad del mal» como síntesis de que cualquier humano común y corriente, sin estar loco ni ser especialmente cruel, podía participar activamente en toda clase de crímenes perversos si las circunstancias y el ambiente favorecían tales actos.
En un supermercado, blogs de cocina y libros de receta se propone y excusa la compra, utilización y consumo de productos de origen animal por creencias infundadas y meros caprichos gastronómicos. En estos casos acontece una banalidad de la explotación animal.¿Qué es «la banalidad de la explotación animal»?
Tomando como base el concepto acuñado por Hanna Arendt, llamo «la banalidad de la explotación animal» al mismo fenómeno observado en millones de seres humanos cuando, sin reflexión ni cuestionamiento, asumen un rol activo en la crianza, hacinamiento, manipulación, tortura y asesinato de miles de millones de animales por la sencilla razón de que les han enseñado que está bien (en la familia, en la escuela, etc.), porque es lo que se espera de ellos (condiconamiento social) o les dan incentivos para hacerlo (fama, reconocimiento, etc.).
Además de este sentido, plenamente coincidente con el de «la banalidad del mal», podemos referirnos a «la banalidad de la explotación animal» como ejemplo de que la humanidad incurre en numerosas formas de explotación animal o causa daño a los animales sin siquiera recibir una recompensa social.
A diario, podemos observar hasta qué punto la humanidad tiene interiorizada su supremacía y desprecio hacia los animales (p. ej. en el lenguaje) que incluso recibe con sorpresa o indignación cualquier mención sobre cuántas acciones injustas y perversas cometemos por simple hábito, costumbre o falta de reflexión.
Por ejemplo, el ser humano pisa arañas, descuartiza lagartijas o aplastan polillas porque nuestra sociedad nos enseña a despreciar y considerar un estorbo aquello que se sale de su control o ambiente antromorfizado. No hay que confundir estos hechos con la existencia de fobias ni tampoco las fobias justifican incurrir en acciones injustas contra los animales en tanto que ellos no son culpables ni responsables de nuestras sensaciones, reacciones o sentimientos.
Otro caso lo tenemos en la alimentación cotidiana, que la industria le añada leche y huevos a toda clase productos vegetales sin sentido alguno, o que haya consumidores dispuestos a consumir el hígado hipertrofiado de un pato u oca obligados a ingerir comida a la fuerza durante meses (un ejemplo de especismo asociado al estatus social), podrían ser buenos ejemplos de una banalidad de la explotación animal comparables a cuando los nazis fabricaban jabones con el cuerpo de los judíos.
El campo de concentración de Auschwitz pasó a la historia por haber sido el mayor centro de exterminio de humanos. En cambio, los libros de historia son reacios a señalar que este campo se estructuraba y organizaba como los pasados y actuales mataderos.Comparaciones «odiosas»
Hasta la fecha, se han escrito océanos de tinta sobre el holocausto judío y los fenómenos psicológicos que intervienen en la propaganda, el fanatismo y la obediencia ciega al grupo o a la jerarquía. Sin embargo, todavía han sido relativamente pocos los autores que han tomado estas reflexiones y conocimientos en sociología para estudiar, asimismo, cómo el fenómeno de la explotación animal se produce por razones igualmente triviales, cotidianas y supeditadas al entorno en que se mueve el individuo perpetrador.
Charles Patterson, autor de Eternal Treblinka, nos recuerda los métodos utilizados por los nazis en los campos de concentración e incluso los vagones usados para el transporte de la población judía eran los mismos que ya habían empezado a usarse años antes para el transporte y asesinato de los animales esclavizados como ganado. A pesar de algunas víctimas del holocausto se hicieron veganas o asumieron la relación existente entre ambos fenómenos, el grueso de la sociedad todavía mantiene una actitud negacionista sobre el holocausto animal.
Si entendemos que gran parte de los abusos cometidos por los nazis contra judíos, y otras minorías étnicas, fueron fruto de una cosificación moral previa, no cabe extrañarse de que los humanos del mundo actual sean capaces y prefieran cometer acciones injustas e innecesarias contra los animales por simple placer.
Actividades como la caza, la pesca, la tauromaquia responden a la consideración individual de que nuestros apetitos—actitud egoísta— están por encima de la vida, libertad e integridad de los animales porque «son animales»; de la misma forma en que los nazis se justificaban entre sí diciendo: «son judíos».
Aprovecho para señalar que, por mi parte, he dedicado ya algunos ensayos a estudiar el origen de las discriminaciones morales, el especismo inculcado en la infancia, el condicionamiento social por figuras de autoridad, el origen y los efectos de la domesticación y otras representaciones artísticas que reflejan, modulan, transmiten y normalizan el conjunto de ideales, creencias, argumentos falaces y dogmas que posibilitan, excusan y desembocan en la explotación animal en todas sus formas.
A diario puede verse ejemplos callejeros de la banalidad de la explotación animal. A esta perrita le han puesto un arnés o camisa de cuero, es decir, confeccionado mediante el asesinato injusto e innecesario de otro animal.La banalidad de la explotación animal causada por el proteccionismo y el bienestarismo
Históricamente, pensadores como Kant han condenado la violencia contra los animales porque inspiraba malas acciones entre humanos. Y otros filósofos utilitarias, como Singer, han planteado que sólo ciertas formas y procedimientos de la explotación animal están mal si causan un sufrimiento innecesario para el placer o beneficio humano.
Lejos de ser una mera relación causal, la violencia contra los humanos comparte la misma naturaleza epistemológica con la violencia contra los animales. Acontece, pues, una banalidad de la explotación animal cuando el enfoque de esta problemática se reduce a las consecuencias que tendría su práctica para los seres humanos y se olvida, sistemáticamente, a las víctimas directas de nuestras acciones.
Condenar únicamente los graves crímenes sufridos por seres humanos incurre en el doble error de pensar que sólo los humanos somos víctimas de crímenes semejantes, o que baste con tratar de evitar los crímenes cometidos contra humanos mientras nuestra sociedad se regodea en la miseria de todos los animales amparado en el beneficio y en el placer más trivial y subjetivo.
Adolf Eichmann propuso y planificó el exterminio de seres humanos con las mismas razones y argumentos que cada día se esgrimen para justificar el exterminio de animales. La humanidad entera es como Adolf Eichmann.Conclusión
El grueso del mundillo intelectual aún no se ha percatado de que el grueso de los conceptos, razonamientos y valores morales asumido para con seres humanos es aplicable al caso de los animales.
Abogo en este breve ensayo por el concepto de «la banalidad de la explotación animal» como una analogía o un subtipo de la propia banalidad del mal con que la filósofa Hanna Arendt sentenciaba el origen y las motivaciones de Adolf Eichmann entre otros miles de afiliados y simpatizantes al Partido Nazi.
No existe ninguna diferencia relevante, contextual o semántica, entre los fenómenos y sucesos que desencadenaron el holocausto judío y aquéllos dieron origen a la explotación y esclavitud animal: la mayor opresión histórica, tanto cuantitativa como cualitativa, ocurrida hasta la fecha.