¿Comer carne es una decisión personal?
¿Qué es una decisión personal?
Por definición, una decisión personal es aquélla que sólo concierne a quien la realiza y no afecta voluntaria ni potencialmente a nadie más. Los demás animales no son arena en el desierto, piedras en un pedregal ni objetos creados por ni para el ser humano. ¡Son personas!
Todos los animales existen en este planeta por sus propios motivos. Son individuos con intereses inalienables, sienten y valoran sus propias vidas como cada uno de nosotros protege la suya. Ello se debe a que compartimos la posesión de células nerviosas y esto nos convierte en seres conscientes de su existencia [→].
«[Los animales nohumanos] en un mundo más antiguo y más completo que el nuestro se mueven acabados y completos. Tienen el don de los sentidos que hemos perdido o que jamás conseguiremos. Viven a merced de voces que nunca escucharemos. No son hermanos, no son subordinados: son otras naciones atrapadas con nosotros en la red de la vida y el tiempo». HENRY BESTON
La sintiencia es la base de los Derechos Animales, tal como argumenta uno de sus máximos precursores en la actualidad: Gary L. Francione.
Desde su nacimiento, los animales son manipulados de infinitas formas: coaccionados, castrados, descornados y encrotalados para registrar el momento en que irán al matadero. Sin embargo, una sociedad disonante sólo quiere que tengan una muerte indolora para calmar su propia conciencia.Excusas frecuentes para comer carne
«Comer carne» podría considerarse un eufemismo para decir «ingerir un cadáver». Si el cadáver se halla sobre el suelo lo llamamos «carroña» y si se encuentra encima de una mesa lo llamamos «comida». Los humanos creamos distinciones entre términos tomando una base fenomenológica, nadie niega eso. No obstante, lo que se condena en este caso es que, tras estas diferenciaciones terminológicas, subyace el fenómeno del especismo (no debemos llamarlo carnismo).
Al emplear la expresión «comer carne» parecemos omitir que engloba el proceso de criar, hacinar y explotar a un animal no-humano hasta finalmente asesinarlo —forma última de explotación— en un matadero tradicional o en un matadero móvil. Ninguna de estas acciones es personal por el simple hecho de que afectan íntegramente a otros sujetos.
La sociedad general trata de justificar el consumo de animales mediante cinco falacias típicas:
- «La ética es relativa». Si uno mismo no considera que sufrir un daño o vulneración de sus propios intereses sea algo correcto en caso de que un tercero piense igualmente que la ética sea relativa. Incurre en contradicción aseverar que también explotar animales no humanos porque lo justo o injusto dependa de cada uno. Esta refutación se basa en la aplicación del principio de igualdad.
- «Los animales están para eso». Las animales existen en este mundo por sus propias razones. Nadie los puso a nuestro servicio y no necesitamos comer carne para vivir. Antes de que el ser humano se irguiese a dos patas, los distintos animales vivían en libertad. Nosotros nos hemos aprovechado de nuestra inteligencia para dominarlos, subyugarlos y aprovecharnos de ellos de todas las formas posibles. A menos que alguien justifique del mismo modo la esclavitud negra o el holocausto nazi, habrá de reconocer que ni el conocimiento ni la fuerza legitiman acciones que vulneran los intereses ajenos. Se nos acusa a los activistas de que estemos «humanizando» a los animales mientras, paradójicamente, el emisor se basa en dogmas, prejuicios e ignorancia para creerse único, especial y superior a los demás animales. De hecho, esta falacia incluso la sueltan gente que se autodenomina «animalista». No resulta extraño que ocurra en la sociedad general, pues en el antropocentrismo todavía domina en la ciencia.
- «No sabemos si los animales quieren vivir». No lo sabrás tú, me temo. Tener que recopilar estudios y artículos de fisiología animal y etología para demostrar cada vez lo absurdo de esta afirmación es casi como hacer lo mismo para demostrar el ciclo del agua. Continuamente, los activistas nos vemos acorralados por una profunda vara de medir irrelevante. Nadie necesita conocer el grado de conciencia de un recién nacido para concluir que deben respetarlos; sin embargo, sí parecen necesitar todas las posibles facultades intelectuales de un cerdo, una vaca o un delfín —así como hasta el más nimio detalle biológico— para sopesar que, tal vez, cometer atrocidades contra ellos no fuese del todo correcto.
- «Si nos los comiésemos, se extinguirían». Este argumento incurre en dos falacias simultáneamente. En primer lugar, asume como cierto algo que no demuestra quien lo arguye ni acepta la ciencia (petitio principii) y, en segundo lugar, justifica la acción de explotarlos debido a tal supuesta consecuencia (ad consequentiam). Existen muchos mitos sobre la domesticación. Si no se introducen genes alóctonos, la selección genética de tales animales está dentro del espectro fenotípico de la especie. Un estudio basado en la liberación de ratas Wistar (que sí son una «creación genética») en los bosques de Oxford demostró que esta raza modificada alcanza un grado de supervivencia análogo al de sus contrapartes salvajes a pesar de ser ciegas y casi sordas. En un principio, si se parte de una cuantía poblacional por encima del umbral de la endogamia (el verdadero problema de los animales domesticados), podrían habitar y prosperar en ambientes adecuados para su fisiología. Incluso asumiendo que las condiciones socio-económicas o ecológicas imposibilitasen esto, resulta ridículo defender que sigamos trayendo al mundo a más esclavos para asesinarlos después. A pesar de estos hechos, abundan las publicaciones académicas cuyas conclusiones se dirigen hacia el bienestarismo por el miedo al cambio y la inflexibilidad mental de los investigadores. Siempre que salen estas réplicas infundadas nos invade la misma sensación: el ser humano busca todas las excusas posibles y se agarraría a un clavo ardiente con suma hipocresía altruista —en el caso de apelar a la lamentable extinción de especies— por tal de seguir haciendo cuanto practica con la conciencia tranquila.
- «Ser vegano también mata animales». Esta falacia, muy conocida en boca de Claudio Bertonatti, lleva a que incluso muchos veganos suelten la pamplina de que «nadie puede ser 100% vegano».
El veganismo persigue que nosotros —los humanos—, como agentes morales y seres altamente racionales, evitemos la explotación animal —uso de los animales como recursos para nuestro beneficio—, por las mismas razones éticas por las cuales no querríamos que otros nos usaran como objetos al servicio de terceros. Si uno decide dejar de participar en la explotación animal, entonces es vegano con independencia de los daños circunstanciales o involuntarios que cometa.
Resulta paradójico que la sociedad discrimina entre animales según su especie. A la sociedad occidental le da asco comer carne de perro mientras no tiene ningún reparo en enviar a otros animales al matadero por no ser perros. Incluso se da el caso de que unos veterinarios salvan la vida de perros mientras oros trabajan en la línea de un matadero.
La apelación al bienestarismo
Hay otro punto tan frecuentísimo y contradictorio que merece una mención especial: el bienestarismo.
Nadie —y cuando digo nadie es nadie— estaría de acuerdo con ser un esclavo a cambio de un buen trato. Nadie quisiera que un tercero eligiese dónde hubiese de vivir, qué comiera, con quiénes estuviera ni si sus hijos (prole) debieran permanecer con ellos o terminar vendidos, marcados, castrados y asesinados días u horas después de su nacimiento.
El bienestarismo es el monstruo del utilitarismo moral aplicado a los animales no humanos debido a eso mismo: porque no son humanos. Consiste en la creencia o consideración de que los demás animales sólo desean no sufrir y que, por tanto, nuestra única obligación para con ellos es darles un trato lo más agradable posible durante su explotación y hasta su asesinato. La gente, influenciada y manipulada por el negocio de las organizaciones animalistas, se empecina en llamarlo «sacrificio» y añade adjetivos como «humanitario» con el objetivo de restarle importancia y carga moral.
No obstante, los animales esclavizados (no son animales «de granja») por nuestra especie no cuentan únicamente con un interés en no sufrir; sino en ser libres y en vivir su vidas en paz. ¿Qué hay de esos intereses? La sociedad asume una actitud consecuencialista —el fin justifica los medios— y los supedita a su conveniencia, placer, rentabilidad e inercia social.
Comer carne significa cosificar a un sujeto como si fuese un simple objeto al servicio de un fin. Podemos alimentarnos perfectamente y más sano mediante productos de origen vegetal.
¿La solución?
A diario intentamos explicar que nuestro error fundamental no reside en que tratemos mal a otros animales; sino en que nos creamos con legitimidad para regir sus vidas al mismo tiempo que propugnamos vigorosamente que nadie debe regir la nuestra. Rechazar el «maltrato» sólo significa oponerse a aquel daño que no nos beneficia. Comer carne es una acción injusta en sí misma porque implica usar a un sujeto como si fuese un objeto.
No existe una «muerte humanitaria», pues no existe forma «digna» o «humanitaria» de asesinar a quien no quiere morir como tampoco existe un modo «digno» o «humanitario» de asesinar a un ser humano que no desea sufrir tal percance. La solución tampoco reside en el vegetarianismo, pues éste también causa víctimas e implica la crianza y asesinato de animales para obtener sus secreciones y otros productos derivados.
Podemos —y debemos— alimentarnos de plantas, hongos, etc., los cuales a diferencia de los animales, carecen de intereses y conciencia. Debemos rechazar la explotación animal las mismas razones por las cuales no nos alimentamos de seres humanos. Ése es el significado del veganismo. Si nosotros valoramos nuestras vidas con independencia de que lo hagan los demás; hemos de valorar las vidas de otros sujetos con independencia de que lo hicieren los demás.