La indefensión aprendida y la ingeniería de la explotación animal
Introducción
Quienes lleguen a ese artículo desde un buscador, posiblemente esperen otra de esas entradas, casi calcadas las unas a las otras, en que figura una introducción a la etología, los modelos de aprendizaje animal y sus distintos tipos. Que si condicionamiento operante, que si refuerzo positivo, negativo, estímulo aversivo, etc. Nótese que no critico aquí los mecanismos involucrados en el aprendizaje, sino un factor sociolingüístico.
Los investigadores invierten un gran esfuerzo en definir y distinguir entre conceptos sin cuestionar la moralidad de sus prácticas cuando realizan experimentos para investigarlos. Los humanos creamos una «cultura científica» al ponerle un nombre a cada fenómeno de la naturaleza, pero no aplicamos esta lógica para desterrar nuestro antropocentrismo irracional.
Existe mucha imaginación terminológica, pero muy poca capacidad racional para discutir la moralidad de semejantes prácticas. Como biólogo y vegano, dedicaré esta entrada a criticar el uso caprichoso y sesgado del concepto etológico de «indefensión aprendida», y relacionar dicho fenómeno con la propia ingeniería desarrollada por la ciencia veterinaria y zootécnica con el único fin de subyugar a los animales.
El estudio de nuestro dominio —ejemplificado en la crianza, el manejo y manipulación de animales— recibe, o bien el nombre de «veterinaria» cuando se busca sanar animales, o de «zootecnia», una rama de ésta, cuando se busca producirlos como bienes en masa. Esta entrada pretende brindar una perspectiva general sobre cómo los métodos de coacción animal, empleados contra distintos animales y en diferentes contextos, suponen ejemplos de violencia física y psicológica que derivan en el fenómeno de la indefensión aprendida.
Explicaré cómo funciona la ingeniería de la explotación animal y qué mecanismos usamos valiéndonos de nuestros conocimientos de etología para subyugarlos. Pretendo desentrañar la ingeniería que está detrás de nuestro dominio o, al menos, aportar algo de luz acerca de distintas formas de dominación que existen y han existido a base de ensayo y error. Por ello, iré hilando conceptos y ejemplos hasta ofrecer una visión global y simplificada.
La indefensión aprendida fue descrita por primera vez por Seligman y Maier en 1967 mediante crueles experimentos con perros.¿Qué es la indefensión aprendida?
La indefensión aprendida fue un fenómeno investigado por Seligman y Maier en 1967. Se define, en pocas palabras, como la adquisición de un estado psicológico-conductual por el cual animal adquiere una respuesta patológica de apatía y de indefensión —de ahí su nombre—, duradera en el tiempo, cuando se lo expone a estímulos aversivos, impredecibles e ineludibles.
No en vano, se considera que la indefensión aprendida tiene su punto en común con el síndrome de estrés postraumático en humanos y es una de las posibles manifestaciones de neurosis postraumática que acontece cuando un animal pierde la capacidad predecir y de controlar un evento (Hall et al., 2007). Como en humanos, la predictibilidad y la controlabilidad son dos variables sobre las cuales un sujeto debe sentir un control aparente para poder tomar la decisión de emprender una acción de lucha o huida (Solomon, 1964).
Estos hechos se constataron experimentando con gatos, perros y ratas. Éstos sufrieron cuadros de depresión y psicosis, los cuales derivaban en un profundo retraimiento o en una irascibilidad y agresividad extremas. Aunque los beneficios de la experimentación animal sean innegables, el provecho humano o el ansía de conocimiento no son un argumentos válidos para torturar animales como tampoco a seres humanos.
El investigador del siglo XXI, heredero de la Ilustración, incurre en el dogma de que el poder humano para hacer algo justifica inherentemente la acción pretendida. Esta tesitura y la propia naturaleza —irracional— humana para cuestionar nuestros prejuicios convierten a grandes investigadores académicos de la actualidad en simples autómatas incapaces de analizar hipótesis sin examinar previamente si sus preconcepciones sobre la materia se apoyan sobre tierras movedizas.
Hoy nos encontramos con que se reserva la diagnosis de una «indefensión aprendida» para casos experimentales de suma violencia. Cuando se revisa la literatura, es común encontrar que los investigadores de etología estudian la indefensión aprendida en sujetos que, por diversas razones, han una sufrido violencia grave (intencionalmente provocada o circunstancial).
Desde mi punto de vista, existe un sesgo por el cual un menor grado de neurosis pasa desapercibido porque en el sector se considera una consecuencia «natural» o «esperada» del adiestramiento o la explotación de animales. Por ejemplo, es relativamente común que un caballo estabulado desarrolle el hábito de tragar aire o de sacudir la cabeza lateralmente de forma nerviosa, lo que en español se llamamos «tic del oso».
Un animal desarrolla zoocosis como una forma de «liberación» o «autoestimulación» cuando se encuentra privado de libertad porque, según lo anterior, todo sujeto necesita tener control sobre su respuesta a los estímulos. Si un animal no puede modificar los estímulos que lo rodean, desarrolla formas patológicas de reacción o no reacción.
Mi pregunta es: ¿Acaso no se han percatado los investigadores de etología de que la propia doma y la domesticación tienen su base fundamental en la coacción de los animales hasta lograr su indefensión mediante una compleja ingeniería de la explotación animal?
La indefensión aprendida es un estado psicológico que pueden padecer distintos animales, incluido el ser humano.La indefensión aprendida es una consecuencia psicológica de nuestro dominio sobre los animales
Cuando se estudia el origen y los efectos de la indefensión aprendida, el ser humano suele olvidar el contexto socio-cultural en que vive. Para estudiar por qué se genera un fenómeno, debemos examinar primero cómo y por qué los seres humanos dominamos física y psicológicamente a otros animales a razón de que los hemos cosificamos como simples objetos o recursos para nuestros fines, ignorando y anulando adrede sus intereses y voluntad.
En antropología se conoce bastante bien cómo nos organizábamos en el pasado y qué elementos favorecieron nuestra extensión a base de migraciones y batallas, todo ello bastante relacionado con los beneficios que brindó la explotación animal y un dominio completo y absoluto de sus vidas. No obstante, en esta entrada no trataré ninguna de estas circunstancias o hipótesis acerca de cómo comenzó la explotación de los animales.
Desde tiempos remotos hasta la fecha actual, uno podría ponerse a enumerar las diferentes maneras en que los seres humanos explotamos a los animales. Sin embargo, la explotación animal en sí misma no es un ente complejo; sino que se basa en un solo fenómeno global: la «coacción».
En sentido estricto, el término «coacción» se forma a partir de «acción» y el prefijo «co», el cual significa «junto» o «acompañado». Por tanto, la coacción animal puede definirse como aquellas acciones que realiza un animal bajo la mediación de las acciones humanas. Así, el dominio que ejerce nuestra especie resulta posible gracias a una serie de acciones encaminadas a lograr determinadas respuestas en los demás animales.
Los rediles, cercados, vallados y otras barreras son la forma más habitual de confinar y de ejercer nuestro dominio sobre los animales esclavizados como ganado.Coacción animal basada en el movimiento
Toda la vida de un animal —incluidos nosotros— se resume en la realización voluntaria e involuntaria de acciones. Dicho con un tono poético, las acciones voluntarias podrían denominarse «exteriores» a nuestra razón y las involuntarias son, sobre todo, «interiores» u orgánicas, como el latido del corazón.
La explotación animal —el uso de los animales como recursos de nuestra especie— se consigue condicionando sus acciones en nuestro beneficio directo o potencial. Un beneficio «directo» sería aquel objeto o maniobra por el cual el animal realizase una acción que nos conviene, y un beneficio «potencial» sería aquella acción del animal que permite que lo explotemos sin sacar rédito presente del mismo.
Normalmente, solemos asociar «acciones» con movimientos; pero no tiene por qué ser así. Un movimiento es un tipo de acción; no una acción en sí misma. El hecho de que una cerda permanezca tumbada en una celda de gestación es una acción. Hablamos de una acción debida a que existe un ente llamado «jaula» que le impide moverse. En este caso tenemos la acción del animal («estar tumbado») y la coacción que «logra» esta acción: la «jaula».
La ingeniería de la explotación animal suelen estar muy presente en los animales esclavizados. Las jaulas son uno de los instrumentos de coacción animal más universalmente utilizados. En la fotografía aparece una cerda encerrada en una celda de gestación en compañía de sus crías. Ahí permanecerá, en un ciclo perpetuo de pariciones y separaciones de sus crías, hasta que su fecundidad deje de ser rentable. Cuando se muestra esta realidad, la mayoría de los enfoques son sensacionalistas y bienestaristas.Dado que la mayor parte de la explotación animal tiene un fin alimentario para la especie humana, casi todas las coacciones humanas se estriban en privar de movimiento y de manipular su cuerpo para eludir acciones defensivas o acciones contrarias a los intereses de la explotación (comportamientos agonísticos, atracción sexual, cortejos, etc.). Como ejemplos tenemos la extirpación de los cuernos en bóvidos o del pico de las gallinas, y la desviación peneana para evitar las cópulas no deseadas por el ser humano. Sólo consideramos nuestros propios deseos sobre ellos; no los suyos propios.
En muchas otras ocasiones, se coarta de movimiento parcialmente para que el animal vaya cómo y hacia dónde se desea. Como, por ejemplo, esto ocurre en el caso de las correas en perros. En este caso no tiene por qué ser una explotación, dependerá de la intención del humano.
Si su intención es que el perro se dirija a un sitio para que cumpla un fin ajeno al individuo, será explotación. Si su objetivo es protegerlo frente a atropellos u otros percances dentro de un contexto justificado, entonces no será explotación. A menudo, la sociedad no tiene claros los conceptos de tenencia y explotación, y que, por supuesto, lo uno no justifica lo otro.
Nuestro dominio sobre los animales se manifiesta en cada etapa de su existencia. En la fotografía vemos a un becerro escapándose del matadero en mitad de una ciudad. Los humanos tras él corren para meterlo en el corral con los demás bovinos y asesinarlo.La ingeniería de la explotación animal en el control activo, el control pasivo y la indefensión aprendida
Pueden distinguirse dos tipos de control según la forma en que coaccionen a los animales. Un control «pasivo» será aquél que limite acciones pero no las condicione. Por ejemplo, una correa evita que el perro salga corriendo pero no lo fuerza necesariamente a detenerse. Por su parte, un control «activo» será aquél que condiciona las acciones del animal.
Puesto que para modular acciones se requiere reprimir las no deseadas, se incluye implícitamente el sentido «pasivo». Por ejemplo, una rienda no sólo impide que un équido deambule a donde desee; sino que también sirve para especificar hacia dónde debe marchar. A menudo, la línea divisoria entre ambas categorías resulta bastante difusa.
Muchos conocerán, tal vez, el ejemplo de que un elefante atado a cualquier superficie móvil permanecerá quieto aun cuando pudiese vencer fácilmente sus ataduras. Este ejemplo corresponde a la «indefensión aprendida», ya explicada, y para ser víctimas de este fenómeno psicológico no se requiere ser un elefante —entendido como cualquier animal supuestamente menos racional que nosotros—; sino basta con que otros individuos hayan vulnerado nuestros intereses hasta el punto de que perdamos conciencia sobre los nuestros y de nuestras posibilidades. Se trata de una autonegación de nuestra propia conciencia o de nuestra propia capacidad para actuar frente a un medio hostil.
La ingeniería de la explotación animal no sólo es algo practicado o amparado por la industria; sino que muchos animalistas coaccionan a los animales como lo haría cualquier explotador. En la imagen tenemos una guía animalista para acostumbrar perros al bozal. Resulta llamativo, cuando menos, que los propios animalistas y organizaciones promuevan la utilización de elementos de control mediante técnicas de coacción y soborno hasta causar en el animal el efecto de indefensión aprendida. Acciones como la castración sistemática de animales para volverlos más dóciles son otro ejemplo flagrante de coacción animal condicionada.Dado que vivimos en un contexto antrópico en el que un ser humano puede necesitar usar un bozal u otros instrumentos para «controlar a un animal por su propio bien», tal uso puede ser justificable siempre que los medios utilizados y los fines perseguidos sean éticos. Debo aclarar, sin embargo, que las buenas intenciones no equivalen a acciones justas. Si entendemos que los animales merecen ser libres, este tipo de situaciones necesariamente deben ser tomadas como transitorias o forzadas, nunca deseadas. Me recuerda el uso de otros instrumentos mucho más agresivos, como el acial, para inmovilizar animales gravemente heridos sin anestesia disponible.
Coacción animal basada en los sentidos
Hay casos en que los seres humanos no solamente privan a los animales de movimiento o de estructuras anatómicas que permiten o intervienen en ciertas acciones; sino que además manipulan sus órganos de los sentidos con el objetivo de regular con mayor precisión las acciones de tales animales. Es decir, los dejamos moverse sólo de la forma y con el propósito que se espera de ellos.
La limitación de los sentidos incluye una serie de acciones muy comunes tanto cualitativa como cuantitavamente —variedad y cantidad— en unas pocas especies con quienes compartimos un mayor «pasado histórico», como consecuencia de una simple coincidencia físico-temporal-utilitaria entre su existencia y la nuestra. En otras entradas se ahonda más respecto a cómo la cultura condiciona nuestros prejuicios hacia los animales no humanos y sus formas de explotación apropiadas.
No hay una razón estrictamente biológica de por qué valoramos como normal —desde un punto de vista sociológico— comer cerdo y no comer perro; o por qué, irónicamente, hay gente que defiende montar en caballos y no en rinocerontes. La explotación animal, y sus métodos de coacción animal, es cultural. Así como lo son las heterogéneas corrientes que afrontan estos temas.
El fenómeno de la extinción de especies es una consecuencia lógica y esperada de nuestro antropocentrismo. Desde el Neolítico, los humanos hemos domesticado a los animales herbívoros y extinguido a los carnívoros. El objetivo final del antropocentrismo es, por deducción, esclavizar o exterminar hasta el último animal libre en la Tierra, ya que cada animal (cual objeto) debe servirnos de alguna manera a través de su existencia (recursos) o no existencia (evitación de la competencia interespecífica). Sólo los pocos animales que quedan libres en la naturaleza consiguen librarse de la ingeniería de la explotación animal. Todos los animales no humanos deberían quedar libres de nuestro dominio y de nuestra subyugación.Entre las formas de coacción animal basadas en el condicionamiento de las acciones se encuentran el adiestramiento en circos, espectáculos en acuarios o delfinarios y un larguísimo etcétera.
Los animales considerados especístamente como «ganado» suelen recibir el mayor número y diversidad de coacciones. Cuando estos animales están en sus parcelas, cuadras o establos permanecen privados de movimiento; mientras que, cuando los seres humanos pretendemos acciones deseadas y concretas por su parte, entonces, eliminamos parcialmente su coacción física y adicionados una «adulteración» de sus sentidos para encaminarlas en nuestro beneficio.
Los animales, en un sentido muy general, somos puramente visuales. Bien es cierto que muchos son ciegos por una evolución particular de sus clados o que siquiera han desarrollado evolutivamente estructuras para captar fotones. No obstante, en la mayoría de los animales vertebrados, la visión es el órgano preferente o está muy desarrollado. Por ende, muchas acciones humanas se centran en limitar, restringir o incluso anular la visión para conseguir que el animal haga o no haga algo.
En este sentido, siempre me ha llamado la atención la explotación ecuestre y de équidos, en general, a tenor de que los humanos han ido desarrollando una enormísima heterogeneidad de métodos y herramientas para conducir sus acciones en un sentido, y no en otro, a base de anularlos tanto física como psicológicamente. Ciertos métodos de dominio en tales individuos, y de otros muchos animales si estuviesen en su situación —incluidos los humanos—, se consiguen mediante la limitación sensitiva.
Siguiendo el razonamiento expuesto, cabe incidir en que nuestra sociedad se percata con facilidad de cuándo existe una limitación del movimiento y de lo injusto moralmente que puede ser privar de libertad (pj: una cárcel o la mera imagen de una cadena). Por el contrario, a la sociedad general le cuesta un mundo analizar o empatizar con los efectos de instrumentos de restricción sensitiva o inclusive peor: consideran que tales víctimas no-humanas son tontas o que se «confunden» y obedecen cuando bien podrían no hacerlo.
Para mucha gente, un bozal es un claro ejemplo de control y no cuestionan que un perro se resigne a llevarlo; pero el empleo de anteojeras en caballos lo interpretan como un motivo absurdo por el cual el animal se deje manejar.
Las anteojeras tienen el fin de reducir y enfocar la visión del animal hacia delante para tener al esclavo lo más controlado posible y facilitar su manejo. Si al humano de turno le importara realmente el «bienestar animal», ni siquiera se plantearía el hecho de comprarlos, venderlos, y domarlos para montarlos o engancharlos por recreo o deporte de competición.
La ingeniería de la explotación animal puede sorprender por las infinitas formas en que se presenta. En la fotografía figura un caballo explotado para carreras de trote que lleva unas «anteojeras suecas», un modelo que permite a su explotador decidir cuándo debe ver hacia los lados y cuándo no durante la carrera. Al mismo tiempo, lleva una sobrerrienda unida a un filete especial que le tira del paladar superior para que mantenga la cabeza más levantada de lo normal y no pueda salir al galope.Los instrumentos de coacción animal basados en los sentidos ejercen asimismo una «manipulación emocional»; pues el animal puede experimentar miedo, terror, desasosiego, nerviosismo, incertidumbre y todo tipo de sensaciones desagradables debido a la privación sensorial.
Impedir que éstos u otros animales vean, oigan o huelan facilita su manejo al reducir sus potenciales respuestas conductuales durante su explotación, de manera que el animal se limite a cumplir el cometido que le hemos endilgado y nada más. Por ejemplo, en caballos se ha estudiado el comportamiento anticipatorio en aquéllos explotados para la disciplina de salto ecuestre bajo diferentes niveles de privación ocular. Y, en múltiples ganados se emplea la privación de la vista o el olfato para controlar o estudiar su celo, la excitación sexual y la cubrición.
Este hecho favorece el interés humano de convertirse en su alfa, en el líder de una manada inexistente. Nótese que el uso «alfa» es incorrecto para humanos. Sin embargo, en ciencias etológicas se usa para designar que un individuo está en el nivel más alto de la jerarquía de su grupo (en animales de jerarquía endogrupal). Los constructos científicos son válidos cuando se utilizan dentro del campo para el que fueron definidos.
Por ejemplo, el concepto de «especie» o «raza» son arbitrarios porque, en realidad, todos los individuos comparten una diferenciación gradual de su material genético. No obstante, estos conceptos son necesarios para estudiar y clasificar las diferencias entre organismos. Si no creamos términos absolutos para variables continuas, entonces no podemos analizarlas.
Sabemos que la privación sensitiva permite un control que va más allá del físico, un control psicológico de las emociones. Basta que un humano medio intente correr con los ojos cerrados para percatarnos de que no nos sentimos igual de seguros. Por observación, podríamos decir que nuestro dominio sobre sus sentidos producen en las víctimas un sentimiento de debilidad que podría relacionarse con la pérdida de predictibilidad y de controlabilidad antes descritas para los casos ortodoxos de indefensión aprendida.
Así pues, estas técnicas de control sensorial desembocan en respuestas típicas de la indefensión aprendida que se ven sistemáticamente ignoradas porque su único tratamiento sería dejar de explotar y de esclavizar animales, una premisa lógica que a estos investigadores no se les pasa por la cabeza, como tampoco el doctor Mengele pensaba por un instante en la salud real de los niños judíos con los que experimentaba.
Y no, este planteamiento no incurre en una antromorfización (una falacia demasiado habitual en este sector); sino que se trata de una argumentación amparada en el vasto número de variables comportamentales que compartimos, como mínimo, a nivel de mamíferos. Desterremos de una vez la condenada exclusividad humana.
Conforme avanzan nuestros conocimientos científicos y técnicos, surgen nuestras formas de ingeniería destinadas a satisfacer las nuevas y crecientes necesidades de la sociedad humana. En la fotografía se observan a unos pocos cerdos, descanso después de ser sujetos de pruebas para tatuadores y tintas que se comercializarán.La indefensión aprendida como parte de un sesgo humano
Investigadores de etología, veterinarios, zootecnistas y explotadores en general reducen la indefensión aprendida al hecho de que un animal soporte con apatía un estímulo aversivo y muestre un cuadro clínico de neurosis. Sin embargo, no parecen percatarse, o asumir, que las propias acciones cotidianas del ser humano y la ingeniería creada para dominarlos, ya supone crear una indefensión aprendida en el animal para que aguante estoicamente su uso cual esclavo al servicio de otro.
Conseguir la obediencia total hacia otro sujeto se convierte en un comportamiento patológico como el de una víctima de malos tratos. Sin embargo, para sus perpetradores, quienes nunca aceptarían percibirse como crueles o malvados por reducir un animal a la condición de objeto o herramienta, son capaces de infinitas acrobacias mentales por tal de acallar sus conciencias y justificar lo injustificable.
Con la indefensión aprendida acontece el mismo sesgo terminológico que en el caso del «maltrato animal». Si en este último caso se habla de maltrato cuando una forma de violencia no se dirige hacia una clara utilidad o beneficio humano, se esgrime igualmente que una acción provoca o genera una indefensión aprendida cuando genera un tipo de sometimiento o apatía que el ser humano no encuentra especialmente útil. Que un animal no se defienda ante una descarga eléctrica es útil, claro; pero una aceptación extrema hacia el dolor o la insatisfacción, así como los trastornos psicológicos en los que derivan, no desembocan en beneficio humano manifiesto en todos los casos.
Un animal apático o trastornado será más difícil de explotar y de vender que uno menos traumatizado. De esta manera, como puede apreciarse, la indefensión aprendida alude realmente a un espectro reacciones derivadas del sometimiento. Únicamente varía el grado de neurosis y de la patología del comportamiento; la propia violencia ejercida por el ser humano ya es atroz e injustificable por sí misma.
Los investigadores, fieles bienestaristas y creyentes de que puede existir una «esclavitud feliz» como los antiguos esclavistas sureños, reservan caprichosamente el término de «indefensión aprendida» a los casos más flagrantes de daños psicológicos, causados por la opresión humana y la cosificación sistemática de los animales a su servicio, sin más honra que la costumbre ni mayor virtud que el dinero.
Captura de la conclusión final de un artículo académico titulado «Punishment in horse-training and the concept of ethical equitation» (Journal of Veterinary Behavior (2009) 4, 193-197) que trata sobre la indefensión aprendida en caballos. Nótese cómo los investigadores en etología y veterinaria describen hondamente los efectos del ser humano sobre los caballos y otros animales. Sin embargo, sus tentativas de deducción se convierten en meras racionalizaciones de sus propias acciones y actitudes antropocéntricas.El debate sobre el «bienestar animal» está más que superado. Si nos importase el bienestar, entonces evitaríamos todas las acciones conducentes a la indefensión aprendida y a otros daños causados por nuestra coacción. El propio investigador reconoce que la coacción nos recuerda a la esclavitud —porque forma parte inherente de ella— y cataloga arbitrariamente a quienes defienden a los animales como «amantes de los animales», para así dar a entender que los argumentos contra la explotación animal son meramente emocionales.
Finalmente, parte desde la premisa, no argumentada, de que exista una equitación ética o de que una equitación pueda ser ética mientras reconoce y propone técnicas de coacción que conducen a indefensión aprendida. Aquí tenemos el vivo ejemplo de las «peripecias mentales» que aludía al inicio de este artículo. Los motivos de estas peripecias son, a menudo, tan hondos como nuestra historia de violencia y opresión.
Conclusión
Los métodos y herramientas empleadas para coaccionar animales altera completamente la fisiología y psicología de las víctimas, más allá de que el comportamiento animal nos parezca lógico —o no— según nuestros propios sesgos y conocimientos acerca de su etología.
Nos hemos acostumbrado desde hace milenios a dominar a los animales, a manipular sus cuerpos, a ignorar sus deseos y a desterrar sus personalidades en nuestro beneficio. A ello debe sumarse la selección artificial y el papel de la endogamia forzada (domesticación) como procedimiento aberrante que ha logrado fijar ciertas consecuciones de nuestros ancestros y diversas mutaciones dañinas para los propios individuos.
Cuanto hacemos contra los animales se debe a nuestra capacidad e influencia para coaccionarlos, y cuanto especulamos sobre ellos se debe a nuestra vanagloria antropocéntrica de sentirnos mejores y superiores al lograr que sean nuestros esclavos.
Considerar estos puntos tratados ha de ser fundamental tanto para defender la abolición de toda forma de explotación animal como para alzar la voz contra el fenómeno de la cosificación animal y el desprecio con que juzgamos sus acciones; a la par que obviamos que nuestra inteligencia y uso de la lógica funciona gracias a que la suya también lo hace y se ve obligada a responder en consecuencia.
No puede ni podrá haber justicia para las víctimas mientras los explotemos. Por ende, adoptar el veganismo y promover los Derechos Animales es un principio ético y un deber moral.