Crítica a «Carta abierta a los animales», de Frédéric Lenoir

¡Derechos Animales ya! - «Carta abierta a los animales», de Frédéric Lenoir
«Carta abierta a los animales (y a los que no se creen superiores a ellos», del filósofo francés Frédéric Lenoir, es un ejemplo de las peripecias mentales que arguyen los neobienestaristas para respaldar el antropocentrismo mientras fingen desterrarlo.

Introducción

Hace poco, mientras investigaba nuevas obras publicadas en el ámbito del animalismo y de los Derechos Animales, sufrí de repente ardores, sudores fríos, malestar general y otros síntomas que la gente relacionaría con la gripe o el dichoso coronavirus. Sin embargo, se trataba de otra cosa mucho peor...

Me estaba sintiendo afectado por la peor y más antigua de las enfermedades del mundo: el utilitarismo moral y su visión relativa del bien y del mal. No en vano, le he cogido el gusto a tachar en rojo la representación de cada infamia. Los temblores y espasmos sólo invaden la mente y el cuerpo de un activista vegano cuando nos encontramos ante una nueva máxima del cinismo especista, bienestarista, reducetariano y de otras modas actuales, tales como el Vegananuary o el Lunes sin Carne.

En esta ocasión, tuve el desplacer de toparme con la obra «Carta abierta a los animales (y a los que no se creen superiores a ellos», del filósofo francés Frédéric Lenoir. Este señor, quien se autodescribe como animalista o defensor de los animales, publicó en el año 2018 un libro para «sensibilizar» sobre la incoherencia del antropocentrismo mientras excusaba, legitimaba y promovía la violencia contra los animales, tanto en el seno de la obra como en su confesiones de su vida privada.

¡Derechos Animales ya! - «Carta abierta a los animales» - El ser humano es cazador y carnívoro
Frédéric Lenoir confunde dieta con biología y contradice a la ciencia moderna que tanto cita cuando afirma, sin más, que la evolución nos ha convertido en cazadores y carnívoros. Podría haber afirmado que la evolución también nos ha convertido en guerreros, esclavistas, violadores y otras cosas; pero eso no le serviría para justificar la explotación animal.

La deshonestidad intelectual

Como pequeña digresión inicial, apuntaré que, según dice, él no es ni siquiera vegetariano y afirma sin pudor que «la evolución ha convertido al hombre en cazador y carnívoro». ¡Y se queda tan pancho! Cabe hacer hincapié en que los humanos no somos biológicamente carnívoros. Esto sucede porque no poseemos un ciclo de urea especializado y capaz de degradar grandes cantidades de proteínas, entre otras adaptaciones. Si así fuese, los humanos no padeceríamos enfermedades como la gota. Nuestro nivel trófico está en un índice de 2,2; justo a la altura del cerdo o las anchoas, es decir, en el nivel de los consumidores primarios.

La obra no contiene nada, absolutamente nada, de novedosa, ni siquiera en cuanto a sus planteamientos y falsedades científicas. En esta entraba, voy a resumir sus puntos argumentales y relacionarlos con el trasfondo ideológico —y económico— que el autor trata de maquillar con apelaciones a la historia, a la ciencia o al sentido común con una verborrea digna de Derrida y de otros pensadores posmodernos.

La influencia es manifiesta, no tanto en el tono oscuro de aquéllos, sino en la actitud condescendiente con les dice a los lectores cómo deben pensar según sus brillantes especulaciones y el relativismo con que envuelve sus creencias para convertirlas en verdades irrefutables.

En virtud de lo expresado, y siguiendo su juego de palabras, este artículo podría titularse: «Carta abierta a los animalistas (y a quienes dicen no creerse superiores a los animales aun cuando manifiestan lo contrario)».

¡Derechos Animales ya! - «Carta abierta a los animales» - Utilitarismo
Las fuentes de Frédéric Lenoir son bastantes notables aun cuando no las hubiera citado. Considera que el utilitarismo es una filosofía —yo no la considero ni eso— encaminada a solucionar los problemas cotidianos según la máxima de la utilidad y de las consecuencias; una máxima que, casualmente, cada utilitarista aplica en su favor y en el de sus intereses. Descartes pensaba que los animales eran máquinas autómatas sin sentimientos y hacia quienes no debíamos ninguna responsabilidad. El lavado de imagen que hace el autor sobre esta figura está a la par de cuando los políticos de izquierda ensalzan la figura de Che Guevara, quien era abiertamente racista y homófobo. Al final y al cabo, como pensará el autor, el fin justifica los medios y cualquier mentira vale si consigue reducir el sufrimiento de los animales.

«Carta abierta a los animales», de Frédéric Lenoir.

Este ensayo de «Carta abierta a los animales» no es más que una versión algo más dulce y modernizada del libro «Liberación animal», de Peter Singer, a quien el autor cita varias veces. Esta alusión no es el casual, nuestro filósofo francés repite a pies juntillas la ideología del utilitarismo clásico que Peter Singer tomó a su vez de Jeremy Bentham.

La diferencia esencial radica en que Frédéric Lenoir, a diferencia de Singer, narra de manera romántica y superficial las formas de explotación antiguas y modernas para crear la narrativa de que los animales cada vez están más protegidos gracias a los esfuerzos de ellos mismos y de las organizaciones mencionadas. Mientras que Singer se centra en criticar, a su manera, el «estado actual de las cosas», Frédéric Lenoir se «congratula», como él mismo dice, de que se estén encontrando nuevas formas de explotación animal que les permita una vida digna «sin sufrimiento».

Todos los autores que cita son de corte religioso oriental, antropocéntrico y utilitarista. De entre los defensores de la ética deontológica solamente recuerdo una mención a Tom Regan y lo hizo, tal vez, por la templanza de éste y su adhesión a un principio humanitario que no socava la base argumental —y falaz— del neobienestarismo.

¡Derechos Animales ya! - «Carta abierta a los animales» - Discriminar según el grado de sintiencia
Señor, Frédéric Lenoir, no me extraña que el debate en torno al especismo le cause incomodidad. Usted es un especista de libro, literalmente. A estas alturas del ensayo, tuve que volver al inicio para comprobar que, efectivamente, no estaba leyendo el «Mein Kampf», de Adolf Hitler. Aquí el autor afirma que existe una jerarquía animal —una hipótesis absolutamente anticientífica— y de que esta supuesta supremacía de unos frente a otros justifica unos derechos diferenciados. El argumento es calcado al de los supremacistas blancos y racistas del siglo XIX y XX cuando, por ejemplo, analizaban la conformación ósea de los negros para determinar que estaban diseñados, ya sea por Dios o por la evolución, para ejercer trabajos pesados. Y su mención de que «ciertos seres vivos hayan sido construidos con una cantidad de información genética mayor» es un disparate. La cantidad de genes no se relaciona directamente con la complejidad de tejidos, ni con los sentidos, ni con la conciencia, ni nada. Hay organismos con un material genético 50 veces más grande que el nuestro. Tenemos, por ejemplo, el caso de la planta «Paris japonica».

Puntos argumentales de «Carta abierta a los animales»

Los argumentos de la obra se enmarcan en el llamado «neobienestarimo gradualista» y se resumen en las premisas, falacias y peticiones de principio enumeradas a continuación.

Cabe señalar que las comillas que aparecen no son literales; sino una manera propia de sintetizar lo que el autor expresa. Frédéric Lenoir prolonga y decora innecesariamente su argumentación, quizás con el objetivo de que tal exposición de hechos variopintos camufle sus afirmaciones sin sentido.

En las diferentes capturas que figuran en esta publicación podrán verse las citas literales para que así el lector pueda comprobar que no me invento ni tergiverso lo que dice el autor.

¡Derechos Animales ya! - «Carta abierta a los animales» - Domesticación

«La domesticación provocó sufrimiento, pero ahora los animales pueden vivir mejor que en la naturaleza»

El autor muestra una visión romántica de la esclavitud animal, una creencia que suele estar bastante en boga cuando se habla de la domesticación del perro y se plantea como si hubiera habido una alianza mística entre humanos y animales. Él considera que cazar y matar animales de forma «natural» es un ideal armonioso. Desdeña las religiones modernas, en especial las monoteístas, mientras respalda creencias animistas igual de antropocéntricas.

Me llama la atención que rechaza el antropocentrismo religioso a la vez que acepta sin tapujos un antropocentrismo cientificista. Pensar en un futuro con granjas llenas de animalitos bien cuidados es el consuelo básico que constituye el ideario bienestarista. Según ellos, los animales podrían vivir mejor con nosotros que en la naturaleza. Este argumento es un clon del bienestarismo humano profesado por los autores proesclavistas del siglo XIX.

¡Derechos Animales ya! - «Carta abierta a los animales» - Respetar a todas las especies de una misma manera

«Los animales no son tan distintos de los seres humanos porque también pueden sufrir»

Tal como hace Jeremy Bethman, padre del utilitarismo moderno, el autor considera que los animales sólo importan en la medida en que su sufrimiento compense o no el placer obtenido por los humanos que los explotan. Por tanto, de aquí se deduce que si sufren menos que nosotros o nosotros disfrutamos más, entonces no hay nada malo en explotarlos y asesinarlos. Él, según afirma, cuestiona el antropocentrismo; pero sugiere que el centro de la sintiencia, la inteligencia y la sensibilidad reside en el ser humano, por supuesto...

¡Derechos Animales ya! - «Carta abierta a los animales» - Consecuencialismo

«Las organizaciones animalistas están logrando que los animales tengan una vida con menos sufrimiento y sean asesinados con dignidad»

Dado que el pensamiento bienestarista reduce a los animales a meros objetos que sufren, cualquier acción, real o hipotética, que sirva o pueda servir ficticiamente para que los animales sufran menos o se reduzca el sufrimiento de quien sufre por ellos —como el autor de este texto—, entonces está bien y supone una labor encomiable.

Sus afirmaciones sobre los éxitos de las campañas animalistas, pasados y presentes, son una falsedad manifiesta. Como expuse en una entrada anterior, dedicada a las campañas animalistas en la historia, desde entonces hasta hoy, las grandes organizaciones animalistas han fomentado un aumento de los animales explotados al ofrecerles alternativas a los explotadores que eran más rentables o que les permitía lavar la imagen de sus negocios.

¡Derechos Animales ya! - «Carta abierta a los animales» - La ética animal está en un callejón sin salida

«Tenemos derecho a explotar a aquellos animales que, según nuestra ciencia, sean menos inteligentes o conscientes que nosotros»

Este argumento representa la petición de principio fundamental del neobienestarismo gradualista y aquello que lo distingue del bienestarismo clásico.

Para los neobienestaristas, la ciencia demuestra que los animales tienen sensibilidad y conciencia, pero no asumen que esto los obligue a respetar a todos en un sentido absoluto del término. Para ellos, el principio de igualdad no significa respetar los intereses inalienables de todos por igual, sino únicamente respetar a aquellos animales que, según el criterio humano —sesgado, relativo y antropocéntrico— sufran tanto como nosotros esperaríamos sufrir en su lugar.

El autor toma la definición de «especismo» y de «antiespecismo» y los deforma para afirmar, sin ningún tipo de prueba y ni de argumentación, que existen animales que valen más que otros y que merecen más respeto que otros. El fundamento de esta petición de principio estriba en la falacia naturalista, es decir, en la afirmación indemostrada de que una diferencia biológica —en este caso, un diferente nivel de conciencia o sensibilidad— justifique la vulneración de los intereses de un sujeto.

Frédéric Lenoir, como todos los demás neobienestaristas, trata de dotar así al antropocentrismo de una validez pseudocientífica mientras omite que la aplicación de su mismo argumento valdría para justificar el abuso y la violencia contra humanos que sufrieran retraso mental.

¡Derechos Animales ya! - «Carta abierta a los animales» - Santuarios que explotan animales

«La humanidad debe lograr que la mayoría de los animales sean tratados y asesinados con cariño, así como buscar formas de mantenerlos con vida que maximice su placer»

Este argumento es el corolario esperable de todos los anteriores. Según el autor, hemos sido malos en el pasado, estamos siendo cada vez más buenos y en un futuro lograremos que deje de existir el maltrato animal —es decir, la violencia contra los animales que no conduzca a un beneficio social— para que únicamente existan animales esclavizados en terapias y unos pocos a quienes se sacrifique por su carne después de haber tenido una vida digna.

Resulta llamativo que, para él, criar animales con el propósito de que los niños acudan a verlos —lo que es un zoológico de toda la vida— equivale a «preservar la biodiversidad sin explotaros». Para él lo importante está en ese constructo llamado «biodiversidad», al que no define ni justifica su importancia, y criar animales, manipularlos, comprarlos, venderlos y separarlos de sus crías con ese fin no supone una explotación. ¡Vaya, quién lo diría!

¡Derechos Animales ya! - «Carta abierta a los animales» - Terapias con animales
El autor se alegra de que cada vez haya más humanos interesados en explotar animales en terapias al servicio de seres humanos. Gracias, Frédéric, seguro que los animales estarían de acuerdo contigo si te entendieran.

Un análisis del trasfondo de «Carta abierta a los animales»

Frédéric Lenoir y otros autores buscan transmitir el ideal de que los humanos debemos «tratar mejor a los animales» mientras los criamos, explotamos y asesinamos sistemáticamente por el mero placer de saborear sus cadáveres sin ningún tipo de necesidad ni justificación racional.

El bienestarismo es la ideología predominante en el movimiento animalista y, al contrario de que lo propugnan, sólo viven de transmitir un mensaje simplón y fácilmente digerible por mascotistas, ganaderos, cazadores, etc., y que cualquiera con una ligera preocupación moral hacia los animales pueda compartir sin mover un dedo ni cambiar de hábitos.

El objetivo del autor, de su organización, y de otras de su corte, como Igualdad Animal o Anima Naturalis, radica en vender la idea de que ser vegetariano o vegano es difícil y de que puedes hacer mucho con el simple hecho de donarles dinero y de comprar los productos de «bienestar animal» con cuyas empresas han establecido pactos.

No en vano, el autor tergiversa la definición de «especismo» alegando que los animales discriminan entre sí, manipula la definición de «veganismo» al decir que es un estilo de vida que busca reducir el sufrimiento de los animales —una manipulación típica de los bienestaristas— y considera que la relación de los ganaderos o «criadores humanitarios» es de tipo mutualista cuando se les permite estar en el campo abierto o se los usa en terapias.

El autor Frédéric Lenoir incurre en varias falacias y peticiones de principio. En entre ellas, destaca la afirmación de que consumir productos con una etiqueta de «bienestar animal» contribuye al bienestar de los animales o de que obliga a que la crianza de éstos sea más humanitaria. Es todo una falsedad que, o bien se cree para tranquilizar su conciencia o porque se lucra con ello. Así ocurre porque las medidas de bienestar animal están promovidas por la propia industria ganadera; pues permite reducir costes asociados a medicamentos, reducir riesgos laborales y mejora la imagen publicitaria de sus productos.

Hace años, las campañas de Igualdad Animal que promovían huevos ecológicos multiplicaron las ventas de estas empresas. Y, cabe señalar que, en el caso específico de la producción del huevo, todos los pollitos macho de la raza explotada para la obtención de huevos son asfixiados o triturados a los pocos minutos de nacer. El autor, por alguna razón extraña, parece ignorar que esta práctica también se realiza en «granjas ecológicas». ¿Así salvan animales?

Igualmente, el autor parece ignorar que la cría intensiva surgió en la década de los 50, en Estados Unidos, para suplir las demandas sociales sobre productos de origen animal. Señala la «ganadería industrial» como algo surgido por el atroz capitalismo, sin relación causal con el especismo con él mismo profesa.

El consumo humano y el requerimiento de espacio actual son tales que, de hecho, menos del 10% de los animales podrían ser criados «de forma ecológica» atendiendo a los principios ecológicos de la termodinámica de sistemas tróficos. Es decir, miente y propone un modelo tanto antiético hacia los animales como absolutamente anticientífico mientras afirma, tan tranquilo, que comprar carne con un sello de bienestar animal es «un paso precioso».

Otro detalle, más sutil, que nos demuestra la vaciedad argumental de esta obra está en el mal uso del lenguaje y de la terminología asociada a los Derechos Animales. Habla «animales» y de «seres vivos» como si fueran lo mismo —los hongos y las bacterias también están vivos, pero ello no los convierte en sujetos morales— y habla de «sufrimiento» como el único ideal de los animales; obviando sus intereses, científicamente reconocidos, como lo son la vida, la libertad o la integridad física.

Dado que los bienestaristas perciben a los animales como «seres que sufren», cualquier acción humana estará justificada para «reducir el sufrimiento» o el humano se siente más feliz («reduce su propio sufrimiento») al creer que reduce el sufrimiento de los animales. Esto resume la esencia de todo el libro.

¡Derechos Animales ya! - «Carta abierta a los animales» - Conclusión
La conclusión que ofrece el autor es una mezcla entre su profunda ignorancia de la realidad y de la ciencia y su necesidad de sentirse aliviado con que «reduce el sufrimiento de los animales» mientras consume carne de «bienestar animal» y promueve que otros hagan lo mismo. ¿Ser vegano? No, eso es muy difícil. Su placer está por encima de los animales porque él tiene —hipotéticamente— más genes y sufre más. Fin.

Conclusión

Creería impensable hallar en el mercado una sola obra escrita por alguien que se autodenominase «feminista» o «defensor de las mujeres» a la par que aprobara comportamientos machistas o reconociera participar en ellos. Esto sería poco esperable, tanto desde el punto de vista editorial como por la recepción social, porque nuestra sociedad entiende que debe haber un mínimo de coherencia entre lo que se argumenta, se concluye y se practica.

Por el contrario, cuando hablamos de animales, pareciera que cualquiera con el suficiente carisma o poder mediático puede sentar cátedra y hablar de salvar vidas de los animales mientras los mata con sus propias manos. E incluso de darnos clases e impartir «cartas abiertas» biensonoras a la población mientras se limita vertebrar un mensaje manido, arcaico e insustancial con que dotar de legitimidad a la explotación y asesinato diario de animales de una forma «concienciada». Sólo en una sociedad enferma se podría publicar y apoyar semejante tesis supremacista y, para colmo, revestirla cual si fuese una crítica al antropocentrismo clásico.

Antaño, un filósofo era quien rompía moldes y presentaba teorías e interpretaciones de la realidad que chocaban con la moral y las creencias de la época. Hoy, en cambio, cualquiera puede ser «filósofo» si estudia filosofía o alguna carrera de «humanidades». Y pongo las comillas aquí, tal como las puse en mi tesina universitaria, para criticar la asunción de creer que el pensamiento racional sea exclusivamente humano. Al parecer, ni la editorial ni nadie ha ejercido una revisión crítica de la obra para que, al menos, no figuraran invenciones científicas tan descaradas.

Frédéric Lenoir dedica una «Carta abierta a los animales» en que se limita a racionalizar sus prejuicios y a inventarse hechos científicos con que probar la superioridad del hombre para dictaminar cuáles animales merecen un tratamiento más o menos adecuado y de qué forma deben servirnos, al tiempo que él y sus simpatizantes se autoperciben como salvadores de los animales.

Esta obra me ha recordado, una vez más, cuántos supuestos educadores, filósofos y pensadores heterogéneos se suben a la tribuna para sentar cátedra sobre la «defensa de los animales» al mismo tiempo que validan la violencia sistemática contra ellos y racionalizan todos sus prejuicios sociales. En esencia, estos individuos son voceros de un «sentido común» basado en la mediocridad social, la inercia colectiva y la pereza intelectual.

No me sorprende que este libro haya sido best-seller en Francia como tampoco lo hace que en el España triunfe el libro de cualquier 'youtuber'. La democratización de la cultura nos ha conducido a un derrotero peligroso: la degradación del conocimiento y la creencia narcisista de que sus estúpidas e infundadas opiniones tienen el mismo valor que la ciencia demostrada y el razonamiento lógico.

Me consterna tanta hipocresía que, por una vez, podría exclamar aquello de que «dichosos son los animales por no saber leer». ¿Qué pensarían de esta obra los animales si alcanzaran a comprenderla? Nuestro entendimiento nos invita a pensar que, si así fuera, les sentaría al mismo modo que a quienes eran o habían sido esclavos en América hasta no hace mucho.