El antropocentrismo, el bienestarismo y la utilidad de los animales
El antropocentrismo justifica la utilidad de quienes no sean humanos
Continuamente, tanto en los medios de comunicación medios masivos como en los blogs personales nos encontramos noticias y narraciones históricas sobre la forma en que las demás especies animales han beneficiado al ser humano. Se cuenta desde cómo la domesticación de las vacas y la ganadería supusieron el paso a la vida sedentaria hasta cómo la domesticación del perro o del caballo posibilitaron nuestra defensa, transporte y triunfo en guerras.
Aunque muchos animales muestran comportamientos altruistas hacia los seres humanos, los animales normalmente no nos ayudan de una forma libre. Se requiere un proceso de domesticación, entrenamiento y sometimiento para lograr que sirvan para un propósito definido ajeno a su propia existencia.
Ya sea de un modo fortuito o premeditado, tales sucesos nos vanaglorian o generan un sentimiento de grandeza al evidenciar nuestra suma capacidad para transformar el mundo y hacer cumplir nuestros objetivos. En el sentimiento de asociar nuestros logros colectivos e individuales con nuestra propia especie radica el antropocentrismo.
Las pirámides de Egipto, las efigies y otros monumentos o construcciones históricas fueron posibles gracias a la obra esclava. Si hemos entendido que la esclavitud humana es injusta con independencia de los beneficios que puede brindar, ahora toca que la sociedad entienda que la esclavitud animal es injusta en los mismos términos.
¿Diríamos lo mismo de la esclavitud humana?
Si escribiéramos un artículo sobre cómo la esclavitud humana ha servido positivamente a otros humanos obtendríamos un texto más largo que la mayoría de los encontrados en Internet y de cuanto mucha gente pudiera creer en primera instancia.
Gracias a la esclavitud humana nos han llegado hasta nuestros días las pirámides de Egipto, el ferrocarril en buena parte del continente americano e incluso avances en medicina por medio de invegstaciones nazis con judíos y otros colectivos minoritarios. Y esto son simples ejemplos con que situarnos. A rasgos generales, someter a nuestros congéneres ha permitido la construcción de todos los imperios y ha condicionado la vida de otros millones de miembros pertenecientes a nuestra especie.
Sin necesidad de explicarlo con pelos y señales, exponer estos hechos objetivos causaría de inmediato una terrible repugnancia. Cuando nos referimos a humanos, todos pensamos invariablemente en los daños sufridos por las víctimas. Así ocurre porque entendemos que tales seres humanos no querían ser esclavos y que sus vidas fueron sometidas a un fin ajeno por utilidad y placer.
¿Acaso los animales desean servir a los humanos o, más bien, ocurre que decidimos criarlos, entrenarlos y someterlos a nuestros deseos? En absoluto. Este pensamiento se debe a nuestro antropocentrismo.
El antropocentrismo es responsable de que valoremos a los animales según nuestros intereses y de que únicamente nos preocupe la utilidad que puedan brindarnos. Los cazadores cazan por diversión, carne y la piel de los animales. Y el grueso de los animalistas, a raíz de su bienestarismo, condenan la caza mientras participan en otras formas de explotación animal. El bienestarismo hace que cada quien sólo rechace aquellos daños —maltrato animal— que no le benefician.El antropocentrismo conlleva una valoración sesgada y unilateral de la utilidad
Los demás animales, al igual que los seres humanos, presentan intereses propios que se han visto y ven perjudicados por la explotación que los humanos practicamos contra ellos. Si hablásemos de seres humanos, el enfoque sería justo el opuesto.
¿Qué es lo que cambia? Sólo un detalle: el antropocentrismo, la creencia dogmática de que todo cuando sea humano es superior a cuanto no lo es. Ello resulta tan arbitrario e injusto como proponer que el hombre blanco o el sexo masculino son superiores a negros y mujeres. Es éste el factor que trastoca nuestra percepción objetiva de los acontecimientos, y que nos conduce a cosificar a los animales y traicionar la confianza que muchas veces, inocentes, depositan en nosotros.
Entre los alegatos y las falacias comunes a favor de la explotación animal nos topamos con justificaciones basadas en las consecuencias, ya sea por la pérdida del beneficio en el objeto o la implicación laboral de que tales animales dejen de utilizarse como tales. Cabe mencionar que este tipo de argumentos falaces se denominan falacias ad consequentiam, un error de razonamiento que ya enunció Aristóteles hace más de 2000 años. Existen muchas (o demasiadas) falacias aplicables a la situación moral de las demás especies animales.
A su vez, el lenguaje especista es una consecuencia directa de nuestra mentalidad antropocéntrica. Esto lleva a que el ser humano confunda sistemáticamente el valor inherente de los animales con su utilidad o sólo piense en sus vidas como objetos de mercadeo. ¿Quién no ha oído en alguna ocasión frases como «te vendría bien tener un perro para proteger tu finca»?
La sociedad se empecina en pedir un mejor trato para los animales esclavizados sin cuestionar, en ningún momento, el hecho de que sean esclavos. Los esclavos no poseen ni pueden poseer derechos de ningún tipo. Por tanto, la protección que se pretenda para ellos sólo es papel mojado.El bienestarismo se erige como «autoconsuelo moral» del antropocentrismo
El progreso de las sociedades humanas en materia de derechos desembocó en una doctrina utilitarista aplicada a otras especies de una manera análoga a como se hizo un siglo antes con la esclavitud humana.
Para no perder los beneficios, a los explotadores promueven regulaciones sobre el uso de la propiedad —normativas de bienestar animal y sellos sobre productos— y los consumidores, para así sentirse mejor, se convierten en cómplices de un fraude ético y legal hacia los animales. El bienestarismo nada cambia para ellas; pero esta ideología utilitarista se ve ideal para mantener el statu quo tras una primera toma de conciencia.
No se trata de que utilizar a los animales nos beneficie más o menos; sino que debemos cuestionar nuestro antropocentrismo, nuestra legitimidad ética a la hora usarlos como simples recurssos. Explotar a otros sujetos al mismo tiempo que sabemos perfectamente que no quisiéramos ser explotados es una contradicción moral.
Por ende, para justos debemos, debemos abandonar la mirada hacia los demás animales como si fueran objetos. El mismo razonamiento que alcanzamos cognitivamente para defender a los humanos puede —y debe— aplicarse sin distinción de especie.