Anteojeras: historia, uso y efectos en la explotación ecuestre

¡Derechos Animales ya! - El conocimiento actual impone una nueva mirada sobre los animales (caballo con anteojeras)
Los animales no son meras máquinas que reaccionan según un programa genético. Los caballos y otros animales perciben la realidad de una manera diferente, pero comparten con nosotros el interés en ser libres, en defender su integridad y sus vidas. Las anteojeras y otros aparejos tienen la función de dominarlos y reducirlos a objetos cuyo único fin es el trabajo forzado. Toda forma de explotación animal es incompatible con los Derechos Animales.

Introducción

Las anteojeras son una de las guarniciones más comunes y omnipresentes tanto en animales de tiro —y análogos— como en aquéllos destinados a las carreras de caballos. Constan de unas piezas de vaqueta (o cuero sintético) que, colocadas junto a los ojos del animal, reducen su campo de visión e impiden que éste vea por los lados.

Siempre me ha despertado un gran interés conocer cómo nuestra especie aplica su intelecto para violentar y dominar a terceros. Esta entrada es una monografía con la finalidad de ahondar en estos arreos para así arrojar algunas reflexiones sobre aquellos instrumentos creados por los seres humanos para explotar y coaccionar a los animales.

El prejuicio moral del especismo nos lleva a considerar a los demás animales como simples instrumentos o recursos a nuestro servicio. Y, a la par que los tratamos cual objetos, creamos y desarrollamos otros para lograr someterlos a nuestra voluntad en detrimento de la suya propia. En el caso de los caballos, ésta es la causa de la explotación ecuestre en sus infinitas formas. Algunas formas de explotación, al estar basados en ritos de poder, son especialmente violentas.

Anteojera de caballo de bronce - Las anteojeras sirven para reducir el campo de visión de los équidos
Fotografía de unas anteojeras de caballo esculpidas en bronce encontradas en el tempo de Apolo Dafnéforo.

Historia de las anteojeras

Como ocurre con cualquier invento humano, resulta difícil concretar cuándo surgieron. Si bien, las excavaciones arqueológicas han hallado que su utilización se remonta al imperio Asirio. También aparecen en distintos puntos del Imperio Griego en época arcaica, en concreto, en el área correspondiente a las antiguas provincias de Eubea, Mileto, Rodas y Samos.

El origen de las anteojeras, desde el prisma utilitario, posiblemente se relacione con la creencia popular de que un caballo se asusta al ver las ruedas de los carros o de que al reducir su campo de visión se evitaban más los desbocamientos cuando otro lo adelantaba.

En este sentido, cabe destacar la consolidación de ciertas leyendas rurales y mitos sobre la naturaleza del caballo aún muy asentados a través de argumentos ad antiquitatem: «esto es así porque siempre se ha hecho así o se ha pensando así». Por ejemplo, la cultura árabe de los siglos XI y X daba por sentado que un semental conocía el sexo del futuro potro según si desmontaba a la yegua por el lado izquierdo o derecho de sus grupas.

Si las anteojeras se han mantenido hasta la actualidad quizás se haya debido —aparte de la obvia cosificación moral de los animales— a que ofrecen algunas ventajas aparentes para el ser humano desde el punto de vista del tiempo y el esfuerzo dedicados a la doma. Por ventura o desgracia, detrás de cada mito suele haber algo de verdad.

La utilización de las anteojeras se extendió y empezó a cobrar interés en aquella literatura relacionada con la doma y manejo de caballos —sobre todo en Reino Unido y sus colonias— a partir de la Revolución Industrial. Las menciones y enseñanzas respecto a estas guarniciones alcanzaron su cénit en el siglo XIX, cuando comenzó a haber ardientes debates en torno a su eficacia y al bienestar animal.

Fueron muchos los manuales de aquellos años que versaban a favor o en contra de cegar parcialmente a los caballos y a otros équidos mientras se los obligaba a trabajar en las calles de una populosa ciudad. Este clima social incluso llegó a obras célebres como el libro juvenil titulado «Azabache», de la escritora Anna Sewell. El uso y extensión de las anteojeras es irregular a lo largo del mundo. En la actualidad, en muchos países y regiones rurales no se emplean o raramente aparecen.

Esquema del ángulo de visión de un caballo con y sin anteojeras puestas
Esquema del ángulo de visión de un caballo según si lleva o no anteojeras puestas. Nótese que el campo de visión se ve muy reducido.

¿Por qué se usan las anteojeras?

Son relativamente pocos los estudios que se realizan de etología equina. Los caballos y otros équidos suelen despertar mayor interés en campos como la veterinaria y en asuntos relacionados con la hípica. A modo de introducción, recomiendo leer una reseña sobre un interesante artículo científico sobre la visión lateral de los caballos.

También, en este mismo blog, hay publicado análisis de un fragmento extraído del libro «Farming With Horses». En éste, ambos autores —explotadores de animales— explican los motivos que encontraron para rechazar el uso de estos aparejos durante la explotación en arados o carruajes.

Atendiendo a los hechos empíricos, cuando los interesados desean forzar a un caballo para que tire de un carruaje o un arado, se observa que un número alto o moderado de éstos se resiste menos —se vuelve más «manejable»— si su campo de visión se torna más estrecho. Pues ello les causa una disminución de la orientación espacial e incrementa la dependencia hacia su manejador. Este fenómeno se relaciona, a su vez, con la coincidencia histórica de que normalmente se destinaba al tiro a aquellos caballos más cerriles y menos obedientes para dejarse montar.

A pesar de la manipulación humana, muchos équidos se muestran molestos desde primera hora al sentir limitado su campo de visión. Algo que conocen muy bien sus propios domadores. Algunos, de hecho, invitan a ponérselas después de los entrenamientos y dejarlos sueltos en el picadero para que se «acostumbren». La brida con anteojeras o bridón suele reservarse para cuando la doma de enganche ya está bastante avanzada; antes o al mismo tiempo que los ejercicios de rueda.

Más que acostumbramiento, el animal se resigna a cualquier cosa que se le haga porque carece de opción al respecto. ¿Acaso puede elegir? «Ahora ves y ahora no ves según me convenga», ése es el mensaje no-verbal que le transmite el ser humano. Que el caballo empiece a responder a la rienda y a la voz sin ver a su domador significa que obedece a pesar de las imposiciones. De esta manera, el caballo se doblega y se deja dirigir al estar imposibilitado para responder por sí mismo a estímulos visuales.

Eliminar el libre albedrío —indefensión aprendida implica que el humano está consiguiendo justo lo que quiere para el tipo de explotación al que destina o destinará al animal, no lo que sería mejor para el equino. Aun sí, la explotación ecuestre persigue a menudo una visión romántica de la explotación animal, nunca mejor dicho.

En definitiva, la aplicación de las anteojeras constituyen un método de coacción que consigue someterlos mediante la restricción visual.

Carruaje de caballo turístico
En países occidentales, el uso de las anteojeras es generalizado para asegurar el control y el dominio sobre los caballos durante su explotación.

Argumentos y prácticas especistas respecto a la coacción visual

Si la explotación animal, en sí misma, se mantiene hasta nuestros días por un prejuicio antropocéntrico, también hemos de destacar los fines utilitarios con que el ser humano trata de justificar la coacción visual que ejerce sobre los caballos y otros équidos.

Dado que los équidos son animales de presa, algunos se angustian al principio ante el propio carro al cual van enlazados y frente a ruidos que nunca habían oído hasta entonces. Obviamente, no ha de resultarles muy agradable estar rodeados y ceñidos con correas por todas partes.

Aunque a menudo se emplea el concepto biológico de «insensibilización», los caballos y otros animales sólo se insensibilizan frente a las condiciones usadas por sus explotadores. Ni las anteojeras ni otros métodos de restricción los insensibiliza ante cuanto pudiera aparecer en el medio. Éstas insensibilizan al caballo respecto a su sumisión al ser humano, no les hace comprender el entorno.

De esta manera, las anteojeras dificultan en algún grado que el animal se entretenga por donde vaya —argumento antropocéntrico— al no poder ver un objeto de su interés, lo cual, favorece los intereses humanos. Se utilizan o incluso son requeridas en numerosos espectáculos de enganches porque una amplia cantidad de gente allegada a dicho mundillo estima que así estos animales se aprecian más gallardos y airosos o reviven épocas pasadas.

¡Derechos Animales ya! - Brida de tiro de la Yeguada Militar del Ejército de Caballería
Brida de tiro de la Yeguada Militar del Ejército de Caballería de España.

[Fotografía extraída de una publicación del Ministerio de Defensa sobre la cría caballar]

Un debate por la utilidad

Ya en el siglo XIX había autores que esgrimían el argumento de que se abusaba de estos aparejos porque solían venir dentro del «paquete» de guarniciones destinadas para caballos de tiro. Por ello, muchos explotadores novatos asumieron y asumen que hay que usarlas sin plantearse siquiera el porqué o si existe alguna alternativa.

Aparte de por los motivos ya aducidos, ciertos «profesionales» prefieren evitar que el caballo se adelante a las órdenes o al toque del látigo y encuentran en éstas herramientas una forma fácil de lograrlo. En este sentido, se incurre un cinismo estandarizado al obligar a estos animales a participar en carreras de obstáculos o pruebas de eslalon con anteojeras puestas, aun cuando eso merma sus capacidades físicas de cara a los resultados cosechados. Es decir, todo sea por dominarlos y por asegurar que obedecerán incluso en circunstancias novedosas u hostiles para ellos.

Con más frecuencia de la esperada, también se da el caso de que algunos domadores primero los adiestran sin ellas y más tarde se las instalan por eso de que el animal esté acostumbrado a todo por si luego lo venden. Y existe asimismo la creencia de los caballos explotados para el tiro deben ser montados con anteojeras para que no se asusten.

En definitiva, hay dos tendencias fundamentales por las cuales la gente del sector suele defender la utilización de anteojeras:

  1. «Supuesta» necesidad de que el animal no se distraiga y se dirija hacia donde uno desea.
  2. «Supuesta» necesidad para evitar accidentes por desbocamientos o reacciones indeseadas ante el tráfico o la utilización del látigo.

Respecto a la gente que es ajena a la explotación ecuestre, ésta se sitúa en dos extremos: o considera la aplicación de las anteojeras como una forma de «maltrato animal» —un término bienestarista—, o directamente, ni se lo plantea. El desconocimiento, la indiferencia y la carencia de una perspectiva ética son las tres armas más opresoras para cualquier animal que se desenvuelva en un entorno entre humanos.

Caballos enganchados con anteojeras puestas
Las anteojeras, como herramientas pensadas para la coacción, minimiza el contacto visual de estos animales y los mantiene más «centrados» en satisfacer los intereses humanos.

¿Las anteojeras perjudican a los caballos?

El uso de anteojeras no beneficia al animal en absoluto ni le reduce el estrés; pues no suprimen el agente causante de éste; sino su capacidad de analizarlo. Que el caballo sea incapaz de ver conlleva asimismo que tampoco pueda asimilar qué es ese ente voluminoso que está obligado a arrastrar, ni lo que hay detrás de los ruidos vinculados al campo o a la carretera y habituarse a los causantes de éstos sin sobresaltos.

La naturaleza de los caballos no debiera medirse o modularse según nuestras necesidades. Todos los animales merecen respeto y ser libres. Lejos de ello, aquel espléndido animal del cual sus dueños estaban orgullosos de haber domado en un par de semanas es precisamente un equino que siempre estará estresado, angustiado y temeroso de cuanto lo rodea a causa de tanta celeridad.

Aunque la perturbación inductora del pánico haya pasado, el animal no puede verlo ni calmarse; justo como lo haría en su medio natural. Los caballos y las personas humanas compartimos el hecho de que la vista se presenta como el sentido más desarrollado y necesario para la supervivencia.

Por muy miedoso que desde el nacimiento parezca ser un equino, todos y cada uno de ellos tienen la capacidad suficiente de aprender. Y todos ellos, a su pesar, pueden a realizar un cometido en mitad de la ciudad sin asustarse de un automóvil, una bicicleta, una motosierra o cuando al cochero le da por rociarles encima un aerosol antimoscas; ya les venga desde detrás, de frente o por los flancos.

Puesto que los animales no somos autómatas ni meras máquinas, podemos aclimatarnos a cualquier situación. Huelga mencionar cuán eficaz y evidente se muestra esta realidad cuando se les efectúan aquellos entrenamientos especiales propios de las fuerzas del orden (policía, ejército etc.). Se da la paradoja de quienes más afirman conocer a los caballos acostumbran a menospreciar sus facultades como consecuencia directa de la cosificación que padecen.

Los explotadores no acostumbran a ponerse en el pellejo de los animales a los que explotan —so pena de considerarlo una humanización— ni se imaginan que el recelo de los caballos es muy lógico frente a una atmósfera cimentada y desforestada, y sobre todo, demasiado ruidosa (recordemos su enorme capacidad auditiva).

Caballo raza española con anteojeras enganchado a carruaje
Coche de caballos en el centro de Sevilla. Las anteojeras son unas guarniciones empleadas para reducir el campo de visión de los équidos y facilitar su manejo.

Una utilidad conservada por una razón cultural

Para cualquier explotador resulta muchísimo más sencillo colocarle unas anteojeras y dominarlo mediante una ceguera impuesta cada vez que salga de las cuadras que ir paseándolo por las avenidas y enseñarlo a que no debe tenerles miedo a los seres humanos ni a sus objetos asociados. Sin embargo, no seré yo, por supuesto, quien vaya a proponerles a sus explotadores nuevos métodos para explotar a los caballos o a otros animales. No existe ningún modo justo ni ético de regir sus vidas.

Los humanos somos unos claros animales de costumbres y, en general, bastante testarudos en cuanto a mantener éstas se refiere. A pesar de cuantas razones, evidencias o explicaciones científicas se ofrezcan sobre el hecho de que debemos dejar de participar en toda forma de explotación animal y, por tanto, de utilizar cualquier herramienta de control o tortura, una alta cantidad de humanos seguirá teniendo con otros animales la misma visión y el mismo trato que conoció por su padre, abuelos y de la comunidad allegada.

Sería ideal que los humanos tuviésemos una mente más abierta para recapacitar y pensar en la justicia y la dignidad de los animales en vez de en nuestro propio ombligo. ¿Por qué explotamos a animales no humanos para nuestro disfrute, recreación u obtención de bienes monetarios? ¿Qué derecho tenemos, como seres humanos, a decidir si un caballo puede ver o no? ¿Acaso no desean contemplar el entorno igual de bien que cuando van montados? ¿Es ético que nos autootorguemos la potestad para hacer con ellos cuanto se nos antoje, a menudo bajo la excusa pseudoaltruista de procurarles tranquilidad?

Caballo con anteojeras muy ceñidas
Toda situación de poder comporta abusos. Por ello, no es de extrañar que algunos explotadores de caballos y otros équidos ciñan al mínimo de su campo de visión.

Resumen de cómo las anteojeras afectan y coaccionan a los équidos

  • Incrementan el estrés del animal al oír algo que les provoca temor y no ser capaces de localizarlos con la mirada. El equino no logra inmunizarse frente a un determinado ambiente o una misma situación. Sólo oculta el problema, no lo soluciona.
  • Reducen notablemente la coordinación del animal en comparación con su visión normal. Le imposibilitan calcular las distancias entre el bordillo y la carretera, y se ve forzado a girar sin ver la trayectoria, lo cual puede traducirse en forma de accidente —heridas o muerte— ante un mal manejo por parte del cochero. Por la noche, el animal marcha prácticamente ciego.
  • Algunos caballos, mulos, etc., se ponen bizcos por su necesidad de curiosear el entorno y solamente poder hacerlo por el rabillo del ojo. Estas piezas pueden llegar a tapar más del 90% de la visión; pues los équidos no presentan los ojos en posición frontal (como los humanos) sino lateral, por lo que el efecto se agrava mucho más de lo que los humanos suelen imaginarse.
  • Pueden causan irritación del globo ocular, ya sea por su mal posicionamiento, alergias al material o porque el polvo de las calzadas les acabe directamente en los ojos.
  • Los priva de su aptitud innata para captar estímulos complejos provenientes del medio e interacturar con sus semejantes. Si además se hallan involucrados en una yunta, cegarlos con estas piezas no hace sino dificultarles la coordinación que alcanzarían al verse mutuamente. En una cuarta de caballos o mulas, los que van detrás no llegan a ver prácticamente nada.
  • Hacen que sus continuas travesías sean una constante monotonía y no puedan disfrutar, siquiera mínimamente, de aquellos parques y otros lugares amenos y placenteros por los cuales circulan. Los équidos son esclavos que apenas si pueden encontrar paz en algún momento.