El principio de igualdad hacia los animales
El principio de igualdad hacia los animales es una extensión lógica del principio de igualdad humana.
Los humanos establecimos nuestra Carta de Derechos Humanos al basarnos en los intereses inalienables de todos y cada uno de nosotros de acuerdo con los principios físicos y químicos que rigen nuestra propia existencia.
Atendiendo a la biología, podemos determinar que poseemos un sistema nervioso capaz de convertir estímulos en experiencias, un complejo polivalente que nos dota de una visión subjetiva del mundo y nos proporciona una conciencia propia. Esta generalidad, expresada en términos de «ser humano», resulta asimismo aplicable en distintos grados a todas aquellas criaturas poseedoras de un sistema nervioso. Apelando a la ciencia y a la lógica, podemos y debemos aplicar el principio de igualdad hacia todos los animales sintientes.
Tradicional y culturalmente, los seres humanos se han autodesignado superiores a los restantes seres por el mero hecho de no ser como nosotros. De hecho, como se ha estudiado en campos como la sociología o la literatura (p. ej. en la esclavitud humana o en cuanto al tratamiento del monstruo literario), desde antaño nos hemos basado en los rasgos biológicos de los animales para discriminar a otros humanos alegando que se parecen más a ellos que a nosotros. Creamos así nuestra identidad comparándonos con el otro y nos arrogamos características únicas para sentirnos mejor y racionalizar nuestras pretensiones egocéntricas o colectivistas.
Podemos analizar cómo, desde los albores de la civilización, el ser humano forjó una individual y identidad colectiva a través de la percepción de alteridad frente a otros animales y cómo desde entonces se los ha visto como seres inferiores y simples recursos que existen en la Tierra para nuestro uso y disfrute.
Nos preguntamos para qué sirven los animales, por qué los dispondría una divinidad ante nuestros ojos o qué nos diferencia para así construir nuestra identidad ante la suya. Se ha tratado, en resumidas cuentas, de un fenómeno de alteridad frente a otros animales, un prejuicio transmitido de generación en generación, con que hemos buscado nuestro lugar en el mundo mediante la racionalización de una serie de creencias y prejuicios supremacistas.
El especismo comparte la misma base epistemológica con otras discriminaciones morales.Una explicación naturalista del especismo
Por estudios de psicología, antropología y etología, se sabe que los humanos y otros animales discriminamos por rasgos identitarios (rasgos biológicos distingibles que permiten una diferenciar a un individuo de otro). Si esos rasgos nos permiten separar al «yo» del «otro» de una manera que no nos afecte emocionalmente y nuestro grupo acepta una diferenciación entre el valor de ese sujeto con respecto al nuestro, surge entonces la cosificación (negación de la voluntad del sujeto) y ésta lleva a la explotación (uso como recurso).
La explotación de un sujeto puede conducir a que miembros del grupo hegemónico se sensibilicen con los sujetos cosificados. Así pues, una respuesta lógica del grupo será buscar medios y razones que nieguen la voluntad del sujeto cosificado hasta el punto de que sean incuestionables.
Este fenómeno —la búsqueda de una diferenciación grupal—, unido a la carencia de conocimientos para explicar aquello que las sociedades pasadas —y presentes— no conocían, sería, junto con otras variables, el origen de las creencias religiosas y de conceptos presentes en múltiples culturas como el «libre albedrío», la «resurrección» o nuestro papel como «vicario» en la Tierra o elegido por una o varias divinidades para señorear a los demás animales.
El ser humano, en estas últimas décadas, ha rechazado mayoritariamente aquellos argumentos supremacistas basados en la raza, la etnia o el sexo. A pesar de ello, nada ha cambiado desde hace milenios en nuestra relación con el resto de los animales y todavía hoy seguimos ejerciendo una discriminación sistemática contra otros animales por razones identitarias como las ya expuestas por unos y otros en esta disputa. Los humanos seguimos viéndonos como el centro del paradigma moral. Nuestra ética hacia ellos sigue siendo tribalista.
De esta manera, para excusar nuestro comportamiento hacia los animales y poder así excluirlos de toda visión ética que pudiera hacernos sentir mal o culpables por nuestros actos, fuimos recurriendo a diferentes argumentos arbitrarios y sesgados. La mayoría de las razones aportadas acerca de la superioridad humana radica en sobrevalorar y encumbrar nuestras capacidades cognitivas.
No obstante, quienes comparten este pensamiento no parecieron (o no parecen) percatarse de que ninguna cualidad catalogada como «humana» es realmente exclusiva ni se manifiesta en todos los individuos humanos. La Declaración de Cambridge sobre la conciencia del año 2012 no deja lugar a dudas:
Cualquiera puede oponerse a un daño que no le beneficia. Rechazar el maltrato animal no implica respeto hacia los animales. El principio de igualdad busca ofrecer una solución al origen de la injusticia.«Evidencia convergente indica que los animales no humanos poseen los sustratos neuroanatómicos, neuroquímicos y neurofisiológicos de estados conscientes, así como la capacidad de exhibir comportamientos deliberados. Por consiguiente, el peso de la evidencia indica que los seres humanos no son los únicos que poseen los sustratos neurológicos necesarios para generar conciencia».
No somos especiales
Científicamente, las diferencias encontradas entre los Homo sapiens y otras especies animales no son de clase, sino de grado. Un detalle al que ya apuntaba Darwin en su obra El origen de las especies. Casi todas las variables que conforman los seres vivos son continuas o de grado. Siempre que nos apoyemos en variables de tal índole (inteligencia, memoria, razonamiento, etc.) caeremos irremediablemente en la arbitrariedad. En consecuencia, sólo una variable discreta (binaria) podría servir para separar entre especímenes.
Si vamos bajando desde organismos más «complejos» a menos, descubriremos que una variable trascendental es la capacidad de sentir. Ésta se tiene o no se tiene. Solamente contamos con intereses si sentimos y, para poseerlos, se requiere un sistema nervioso que canalice y analice la información que nos llegue a partir de los sentidos o a través de nuestro propio cuerpo.
Nosotros defendemos nuestros intereses inalienables en forma de «derecho». Dado que no somos los únicos con intereses, ¿por qué les negamos a otros animales sus derechos (la defensa de sus intereses)?
Hasta la fecha ha habido muy pocos avances en dicho sentido o no se han enfocado en el principio de igualdad. Así, por ejemplo, existe el llamado Proyecto Gran Simio, que defiende la extensión y aplicación de los derechos humanos para aquellos primates más semejantes a nosotros. Sin embargo, este planteamiento no valdrá para solucionar los problemas de estos animales tan listos. La lógica formal se apoya rigurosamente en la analogía para probar la consistencia de un argumento.
Defender, pues, que los primates son animales «especiales» por su inteligencia genera inevitablemente otra línea imaginaria entre variables continuas o no discretas. Si supusiéramos que los primates tuviesen un cociente intelectual medio igual a 40 en escala humana y si estableciéramos ahí el límite entre «animal con derechos» y «animal sin derechos» estaríamos, por ende, justificando y legitimando la creación de otras barreras irreales basadas en rasgos catalogados como humanos.
Si separamos según variables continuas estaríamos afirmando análogamente que, por ejemplo, personas humanas con un cociente intelectual de 150 debieran tener más derechos por contar con «rasgos más avanzados y potencialmente desarrollados» que aquellos sujetos «normales» o discapacitados psíquicos; lo cual se manifiesta claramente falso.
No hay siquiera una correlación intelectual entre aquellos animales que apreciamos más —perros o gatos— y aquéllos que criamos, explotamos y exterminamos. La explotación animal y su esclavitud es cultural. Ocurre, sencillamente, que todavía la ciencia peca de un enorme antropocentrismo.
La sociedad establece una doble vara de medir constante respecto a unos animales sobre otros.El negocio animalista contra el principio de igualdad
No todos de quienes dicen defender a los animales lo hacen realmente. Con una frecuencia escalofriante se recurre al bienestarismo para justificar el abuso. Sin embargo, lo ético o inético no reside en lo malo o lo bueno tras la acción, sino en la acción en sí misma.
Si tomamos el caso de un hombre inocente encerrado en prisión, donde supongamos que lo tratan de maravilla; nadie en su sano juicio alegaría que, considerando el buen trato, habría de seguir en la cárcel. Un inocente no ha de estar preso; pues bien, todos los animales somos inocentes de antemano y exclusivamente los agentes morales podemos dejar de serlo al vulnerar los derechos de un tercero.
A pesar de ello, las organizaciones animalistas (bienestaristas en su mayoría) adoptan un enfoque perverso y se limitan a condenar el «maltrato animal», a promover el «bienestar animal» y las esterilizaciones masivas, en lugar de cuestionar su estatus de propiedad, para obtener socios y donaciones mediante técnicas de manipulación de gente «compasiva», «sensibilizada» y gustosa de criticar las malas acciones causadas por terceros (masacre de animales o festejos), pero ignorante en Derechos Animales o con poca iniciativa para cambiar sus hábitos, aun cuando éstos causan el mismo daño que condenan.
En nuestra sociedad actual impera el relativismo moral. Proponer que respetar a los animales sea una cuestión relativa a las decisiones sociales equivale a afirmar que los humanos merecemos o no respeto según si el país en que nos encontramos respeta nuestro derechos.Los animales son esclavos
Las legislaciones del mundo moderno catalogan a todos los animales no humanos como «bienes muebles semovientes» (objetos con capacidad de movimiento autónomo). El derecho legal separa tres entes según su relación con el propio derecho. Éste es el arquetipo básico aplicable a la totalidad de las naciones:
- Sujeto de derechos (humanos). Se divide a su vez en agentes morales (responsables de sus actos) y receptores morales (no conscientes de sus actos). Ambos comparten un derecho intrínseco (inherente al individuo). Son, por tanto, fines en sí mismos.
- Objeto de derechos (otros animales): Su valor subyace en aquél que le asigne un sujeto de derecho (humano). Sus derechos son extrínsecos (dependientes de otros). Son, por tanto, legalmente propiedades y esclavos del ser humano: fines en beneficio del hombre.
¿Acaso los demás animales surgieron en la Tierra con el mero propósito de satisfacernos? ¿Hay justicia en esta distinción? Para ambos interrogantes, la respuesta es no. Desde luego que no.
Gary Francione, una de las máximas eminencias en el campo de los Derechos Animales, propuso los seis principios del abolicionismo de la esclavitud animal, los cuales toman como base el principio ético de igualdad para argumentar que no existe ninguna razón justificable para discriminar a los demás animales por una razón de especie. La especie, al fin y al cabo, es un concepto biológico para clasificar seres vivos (cladística). Tal concepto carece valor fuera del campo biológico.
Recientemente, en marzo de 2019, se produjo la Declaración de Toulon, una reunión de juristas académicos sobre el tema de la personalidad jurídica del animal celebrada en la universidad homónima. En ésta, los académicos, tomando como base la Declaración de Cambridge y los últimos estudios etología cognitiva, declararon:
Que los animales deben ser considerados universalmente como personas y no como cosas. Que es urgente poner fin definitivamente al régimen de reificación. Que, a ojos de la ley, la posición legal del animal cambiará por verse elevado su estatus al de sujeto de derecho.
Nuestro raciocinio nos permite diferenciar el bien del mal y construir una vida con base en la lógica. Si realmente nos estimamos los seres más avanzados cognitivamente, es nuestro compromiso inapelable respetar la naturaleza y liberar a las criaturas sintientes de la esclavitud en cual las hemos sumido. El principio de igualdad se refiere a los animales porque las plantas, bacterias y otros organismos no sienten.
Admitamos de una vez que no tenemos justificación ni legitimidad moral para continuar explotando a las restantes especies animales. Los animales merecen respeto en lugar de seguir traicionándolos. Debemos alejarnos del antropocentrismo que lleva dominándonos desde hace miles de años y aceptar el principio de igualdad (no hacerles a otros aquello que no desearíamos para nosotros) en la defensa de los intereses de todos.
El único imperativo ético que defiende los Derechos Animales es el veganismo. Depende de ti.