Crítica a «La lógica del caballo», de Lucy Rees
«La lógica del caballo», de la autora Lucy Rees, es una obra bienestarista que promueve un mejor conocimiento de los caballos para incrementar los beneficios que podemos obtener al explotarlos.
Introducción
El otro día estaba de visita por la biblioteca pública de Sevilla y me encontré con el libro «La lógica del caballo», publicado por la etóloga galesa Lucy Rees, quien está especializada en el comportamiento equino. Rees es famosa en el mundillo ecuestre por promover la «doma natural», una forma de domar caballos que, según ella, es más respetuosa con su biología y naturaleza.
Desde hace años, esta autora y sus libros emergen a menudo en boca de equitadores y ganaderos cuando hago activismo vegano para denunciar la explotación ecuestre. Una de las falacias típicas de cualquier reaccionario está en tomar a ciertas figuras de autoridad y en afirmar que su oponente «no tiene ni idea de lo que habla». En mi caso personal, por una mezcla entre gusto y afán de crítica, llevo una década leyendo y revisando manuales antiguos de veterinaria, equitación y artes relacionadas. Por ende, conozco bastante bien lo que se sabe, lo que se dice y por cómo han ido evolucionando algunos derroteros teóricos y prácticos.
Así pues, aunque ya conocía resumidamente las ideas contenidas en las obras de Lucy Rees, decidí traérmelo a casa y leerlo con el fin de criticarlo, tal como hice hace poco con el libro «Carta abierta a los animales», de Fréderic Lenoir.
En esta entrada, voy a resumir los puntos principales de esta obra de Lucy Rees y condenar sus contradicciones éticas cuando la autora, de ideología bienestarista, afirma preocuparse por el bienestar de los caballos mientras avala y participa en su sufrimiento, y se sirve de éste con fines antropocéntricos.
Cabe mencionar que las imágenes del presente artículo están extraídas de dicha obra y tienen una función ilustrativa de sus argumentos y contradicciones. En las citas he corregido una infinidad de molestos leísmos presentes en la traducción al castellano. Desconozco cuáles detalles o aclaraciones hayan sido introducidos por los traductores; pues no he logrado tener acceso al original en inglés.
La autora habla de «confianza» y «cooperación» mientras practica y promueve acciones coercitivas mediante herramientas de coacción. Un caballo domado obedece porque sabe que desobedecer será peor, y Lucy Rees lo señala literalmente.
Estructura general de «La lógica del caballo»
Lucy Rees inicia la obra con unas breves reflexiones sobre los cambios sociales en cuanto al uso moderno del caballo. Cual experta en la observación de caballos cimarrones, dedica un primer capítulo a describir el comportamiento de los caballos «salvajes» —sin condicionamiento humano directo— y un segundo capítulo a describir el comportamiento de los caballos condicionados por el ser humano con la finalidad de definir los contrastes cual fruto de la domesticación (esclavitud).
A partir de ahí, continúa con un tercer capítulo sobre las diferencias sensitivas entre humanos y caballos, y prosigue con una decena de capítulos en que explica cómo lograr nuestro acercamiento y su paulatina sumisión —algo que ella llama «cooperación» para distinguirlo de la doma tradicional— hasta lograr la satisfacción completa de nuestros intereses en el ocio y la competición. Al final, dedica un breve apéndice sobre embocaduras, monturas y unas recomendaciones, típicas del bienestarismo, con que excusa ciertas formas de violencia «por el bien de los caballos».
La tónica general de la obra se resume en «esto es lo natural y, en cambio, hemos provocado esto otro por no conocer bien a los caballos». Y su conclusión para cada capítulo no es, en ningún momento, la de criticar la doma tradicional por suponer alguna clase de injusticia; sino en criticarla por suponer una pérdida de esfuerzo y de valiosos ejemplares.
Lucy Rees realiza, a mi juicio, muy escasas críticas éticas a las acciones humanas sobre los caballos. La mayoría de sus argumentos y comentarios se basan en la mera utilidad de que ciertas acciones convienen sobre otras porque son más eficaces para lograr que un caballo haga cuanto queramos.
Como desgranaré en los siguientes apartados, Lucy Rees expresa explícitamente que su intención consiste en difundir un mejor conocimiento sobre los caballos para que su rendimiento sea más provechoso. Simple y llano.
La autora afirma que tumbar a un caballo es un acto de violencia psicológica, pero, como veremos, no opina lo mismo acerca de sus métodos para lograr la sumisión de sus caballos.
Las reflexiones iniciales de Lucy Rees
Lucy Rees inicia su obra con un tono filosófico y antropológico al estilo de sus coetáneos, como Peter Singer. Iré citando párrafos enteros para mostrar sus incongruencias y, cuando no, algunos auténticos despropósitos:
«El clima cultural ha cambiado. No utilizamos a los caballos para la guerra, ni para el transporte, y menos para ayudarnos en nuestro trabajo, sino para nuestro placer en el ocio la competición. Nos toca adaptar nuestras ideas, ayudados por los nuevos conocimientos».
Lucy Rees trata de justificar la necesidad utilitaria de su «doma natural» apelando a los estudios en etología moderna. Se equivoca, no obstante, al afirmar que el clima cultural haya cambiado. Lo que ha cambiado en este último siglo han sido los usos de un animal percibido como recurso al servicio del ser humano.
Un cambio en la cultura significa mucho más que un avance tecnológico o una modificación de la oferta y la demanda. En estos cien años no ha habido ningún cambio en la mentalidad humana hacia los caballos u otros animales, y la propia autora es una muestra de ello.
Quienes defendemos los Derechos Animales sí buscamos una transformación cultural. Nunca dejará de resultar llamativo que quienes más se aferran en los conocimientos científicos y en la etología, para hablar sobre la importancia de cambiar nuestra manera de percibir y de tratar a los animales, son quienes revelan una misma mentalidad antigua y desfasada cuando se limitan a versar sobre cómo modificar la forma en que explotamos a los animales atendiendo a dichos saberes y nuevas técnicas. El progreso científico y tecnológico no conduce, forzosamente, a un avance moral.
Lucy Rees afirma que «el mundo ecuestre es muy conservador» y pone el ejemplo el hecho mantenido de montar los caballos por el lado izquierdo debido a la posición de la espada. Señala que la doma tradicional ha perpetuado una serie de metodologías que «mal aplicadas, producen caballos que no se pueden coger, se asustan, se desbocan, retrotan, se lesionan con nueve años y no nos proporciona ningún placer al montar; o peor, van al matadero porque "no se puede con ellos"». El mero hecho de que la autora aluda a una función utilitaria en mitad de una numeración de efectos terribles sobre estos animales ya supone una evidencia de que equipara las lesiones y otros padecimientos de los caballos con el «placer al montar».
Antes de acabar su prólogo, declara que la base de la doma consiste en «conseguir la cooperación voluntaria del caballo», un mensaje que repetirá una y otra vez mediante distintas formulaciones. Esta aseveración es un disparate y entra en contradicción con muchas de las afirmaciones que vendrán después. Los caballos no pueden cooperar voluntariamente, en el ámbito específico de dejarse montar y participar en deportes, porque no alcanzan el nivel de conciencia necesario para entender las intenciones humanas, su rol y riesgos asumidos. Un caballo puede acercarse voluntariamente a un humano para pedir comida; pero ello no implica que su voluntariedad llegue al punto de coincidir con nuestros gustos y búsqueda del lucro.
Asimismo, no puede haber ninguna voluntariedad cuando el fin del animal ya está antedicho a su propio nacimiento. Lo que la autora debería decir es que la doma consiste en aplicar una coerción paulatina hasta conseguir que el animal se someta sin sufrir demasiado en el proceso ni sentir que está alienado por una especie extraña.
La autora describe y parece adorar la vida de los caballos salvajes sin plantearse la ética de despojarlos de tal libertad con fines egoístas y económicos.
Los caballos cimarrones
Lucy Rees comenta, con acierto, que casi todos los caballos salvajes —salvo algunas razas así consideradas—, no son realmente salvajes sino asilvestrados o cimarrones, es decir, poblaciones derivadas de antiguos caballos domesticados por el ser humano en los distintos continentes.
En estas primeras hojas, ensalza la vida de los caballos salvajes y la plenitud de sus comportamientos en la naturaleza. Pero, como parte del dogma bienestarista, asume que el ser humano tiene el derecho de «amansar» a estos caballos que viven en hipotética libertad para así aprovecharlos en terapias, deportes o en aquello que queramos.
Y me pregunto yo: si a ella le preocupa el bienestar de los caballos, ¿por qué no los deja en paz y lucha para que sigan siendo salvajes? ¿Cómo puede argumentar contra el estado antinatural de los caballos domesticados mientras perpetúa avala y práctica acciones que pueden dirigir hacia esas mismas consecuencias tras el «amansamiento» (coacción) de animales libres hasta entonces?
Un poco más adelante, esgrime algunos comentarios algo ambiguos. Señala:
«Para los animales, los juegos no son sólo diversión, son la manera de aprender las normas de comportamiento que necesitan en la vida adulta».
Esto también sería aplicable para el caso de los seres humanos.
Lucy Ress puntualiza que «los caballos se hermanan de por vida si pueden». Ese «si pueden» debería haberlo matizado con «si el ser humano se lo permite a tenor de las razones utilitarias que justifico con este libro». Ni a ella ni a otros «amantes de los caballos» les importa separar madres, hijos, hermanos o parejas si lo dicta el mercado o los intereses del deporte.
Como ya he comentado largo y tendido en otros artículos, la gran hipocresía del bienestarismo está en que sus defensores dicen estar muy preocupados por el bienestar de los animales mientras imponen sus preferencias y deseos sobre el bienestar de dichos animales. Nada nos obliga amansar un caballo ni a subirnos a sus lomos; pero Lucy Rees lo toma como un hecho consumado para definir cuáles serán nuestras obligaciones a fin de que el paso de la libertad a la cautividad sea menos traumático para ellos y más efectivo para nosotros.
Refutada esta premisa falaz del bienestarismo, el 90% de su libro «La lógica del caballo» se vuelve irrelevante.
El antropocentrismo precisa de una compleja mitología e invenciones para sostener un supremacismo humano con que excusar el dominio que ejercemos sobre otros animales que piensan, sienten y quieren ser libres como nosotros. Muchos animales carecen de córtex y no por ello carecen de sensibilidad e inteligencia. Tomar el criterio del neocórtex es un criterio antropocéntrico sin base científica.
Los mitos del antropocentrismo pseudocientífico
Antes de adentrarse con la situación de los caballos domesticados, Lucy Rees, cual manifestación de antropocentrismo pseudocientífico, ensalza la corteza cerebral del cerebro humano y dice que los caballos no tienen sentido del futuro, que no planifican y añade que «no lo necesitan»:
«No hay ninguna evidencia de que el caballo nos entienda a nosotros ni lo que es una meta. sus dones son de observar, reaccionar y acordarse: nunca, en su vida natural tiene que pensar en el futuro planificar o tener (o adivinar) metas».
Éstas son unas afirmaciones bastante atrevidas, por no llamarlas diametralmente falsas por mera observación empírica.
Resulta llamativo que, según ella, otros animales —como los lobos— sí planifican; pero tampoco disponen de una corteza cerebral cuya complejidad sea superior a la de los caballos. Entra en una contradicción al afirmar que un animal predador debe planificar su caza y que un animal presa no tiene que planificar su huida. Básicamente, la autora recurre al típico mito supremacista del ser humano como hipotético predador supremo para justificar alguna de las razones de nuestra supuesta superioridad intelectiva y de por qué debemos aplicarla para entenderlos mejor.
A la hora de definir el cerebro, la autora señala que los centros emocionales son iguales en humanos y en caballos. Sin embargo, no se cuestiona cómo la propia explotación y condición de esclavitud que el ser humano ejerce sobre el caballo afecta negativamente a sus emociones.
Dice que hay mucha oportunidad de ver caballos en «libertad completa en la Sierra del norte de España», y acto seguido, señala que los seres humanos retiran a los potros machos para dejar algunos pocos sementales. Tiene una manera curiosa de definir la libertad. Si hubiera humanos sujetos a este régimen de «libertad» serían llamados «esclavos». La autora se refiere a que viven en un estado temporal en que el ser humano no influye directamente sobre sus vidas hasta alcanzar una edad determinada. Ello no los convierte en «animales libres».
Lucy Rees también agrega el comentario, incoherente, de que «en León y en Asturias los caballos conviven con muchos lobos y que a ellos no se los protege con mastines como a las vacas». Parece olvidar que las vacas no están protegidas por mastines por la propia voluntad de éstos; sino que dichos perros son igualmente esclavos de un mismo propietario que decide defender a dicho rumiante porque no quiere que muera antes de la fecha en que irán al matadero.
Aunque desconozco si esta autora se ha pronunciado contra quienes defendemos los Derechos Animales, cabe destacar que los autores bienestaristas siempre narran una visión idílica de la realidad, quizás para calmar su propia conciencia, mientras suelen insultar a los veganos llamándonos «idealistas», entre otros adjetivos con intención denigrante.
Las agresiones entre caballos esclavizados son una consecuencia del estrés, los traumas y trastornos que el ser humano les ha generado por su cautiverio, aislamiento y métodos de coacción. Lucy Rees, como otros bienestaristas, se centra en las consecuencias sin definir un origen básico y común: la esclavitud animal.
Los caballos domesticados
Entrados en el segundo capítulo, Lucy Rees critica con dureza las condiciones que imperan entre los caballos domesticados:
«Cuanto más lejos viven de las condiciones para las cuales están adaptados, más conflictivos son, y eso se nota. un grupo estable de yeguas de vientre en una dehesa grande es pacífico como los salvajes, pero cuanto más pequeño es su encierro y cuanto más concentrada sea su comida, si llega después un ayuno de muchas horas, peores son las agresiones».
[...]
«Puestos en competición por la comida dos veces al día, algunos descubren que la agresión da premios, mientras otros descubren que es mejor dejar la comida a aquéllos porque si no, atacan de verdad».
Respecto al asunto de los caballos que se pelean en los rediles por comer primero, afirma que «la competición que se produce con la comida es antinatural». Y agrego yo que esto se debe al hecho de que el ser humano provea la comida convierte ésta en un factor limitante por el que los equinos compiten.
Otros animales han adquirido de forma natural sistemas sociales jerárquicos porque en ellos la comida siempre ha sido un factor limitante debido a la dificultad para obtenerla. Siempre que un recurso es limitado, puede usarse como elemento de cohesión o se produce un enfrentamiento, tal como expuse en una de mis charlas. En caballos domesticados sí he observado casos en que uno le daba heno o paja a otro, quizás, como señala la autora, por una motivación propiciada por un entorno artificial. Lo mismo acontece en experimentos con otros animales cautivos, como en el caso de la disponibilidad de alojamiento en lagartos encerrados en terrarios.
Lucy Rees dice que «estos animales tan pacíficos no perciben el mundo bajo el prisma de la competitividad». Aunque pudiera merecer un elogio su condena a los mitos asentados sobre la dominancia, la sumisión y la obediencia en caballos, ella plantea únicamente la cuestión desde un prisma utilitario y no concibe que una injusticia inherente en la alteración de sus comportamientos naturales a tenor de la destrucción de sus relaciones familiares, la pérdida de su cultura y de la enseñanza generacional.
Lucy Rees nos habla del lenguaje corporal y gestual de los caballos para manejarlos mejor. El bloqueo es una forma de comunicación que también se produce notablemente en otros herbívoros, como las ovejas.
Sobre la educación de los potros
La autora realiza recomendaciones sobre el trato que debemos darles a los potros desde el nacimiento. Habla del fenómeno —llamado en inglés— imprinting, para explicar que un ganadero debe acostumbrar al animal desde pequeño a ser tocado, aseado y a ver objetos del entorno humano para desensibilizarse. Haber recurrido a este anglicismo pudiera denotar que el traductor no sabe siquiera que esa palabra tiene traducción al español: impronta.
Menos mal que, al menos, en la traducción al castellano no lo tradujeron como «impresión», como hicieron con la saga de dragones de Pern, inciso para quien interese esas lides fantásticas. No obstante, la autora aclara que este tipo «impronta» no es literal, como que existe en aves. Se le olvidó mencionar que, en este caso, no hablamos de un fenómeno biológico adaptativo, sino de una serie de métodos humanos para lograr el dominio sobre un animal joven para facilitar el manejo posterior.
La autora señala que los potros no aprenden a respetar el espacio, a convivir en compañía ni buenos modales para con su especie a menos que tengan la oportunidad de convivir con otros caballos. Sin embargo, al mismo tiempo, niega que los caballos y otros animales posean cultura o intereses propios que debamos respetar. No tiene el menor sentido que ella niegue la voluntad y conciencia de los caballos a la par que describe comportamientos antinaturales por afectación de su voluntad y conciencia.
En una parte del texto, Lucy Rees afirma que un potro debe convivir con otros caballos para que aprendan a «comportarse». Quizás debería haber añadido que tanto ella como otros explotadores usan caballos domados junto a caballos en proceso de doma con el objetivo de que el caballo neófito asimile cómo se someten otros miembros de su especie.
Y, por desgracia, en lugar de revisar sus ideas y planteamientos, Lucy Rees prosigue con sus argumentos bienestaristas hasta rozar un terrible cinismo. En su primer acercamiento al inicio de la doma, en picadero o un reciento cerrado, la autora recomienda:
«Lo dejamos libre, pero solo le ofrecemos nuestra compañía. Si huye, lo dejamos, hasta que se dé cuenta de que no queremos atacarlo y somos la única posibilidad de compañía que tiene».
Resulta sobrecogedor que la misma autora, que páginas antes condenaba la soledad impuesta en los caballos como culpable de innumerables sufrimientos, pase ahora a promover el aprovechamiento de la vulnerabilidad y de la falta de un sostén familiar para que un caballo esté forzado a aceptar la convivencia y manejo del ser humano.
Además de regodearse en sus métodos de coacción, también describe y minusvalora lo que aprenden a hacer los caballos para zafarse de su esclavitud impuesta:
«El caballo que aprende a abrir la puerta de su cuadra, lo hace por casualidad o por el premio. Ocurre que un buen día el caballo, aburrido, está jugando con la puerta, las bisagras o el picaporte, y de repente, tiene el gran premio de la libertad. Encerrado otra vez, se acuerda de que este premio tenía que ver con el picaporte, la última cosa que tocó. Juega, y... ¡pues sí! cada vez que ensaya, su técnica mejora hasta que elimina todas las acciones necesarias, y con una habilidad impresionante manipula el picaporte con su hocico en menos de un segundo.
Empieza esta rutina con toda inocencia, sin idea de abrir la puerta. Es el premio el que le da la motivación. sin embargo, incluso con la motivación no tiene muy claro exactamente lo que tiene que hacer. El ensayo es lo que perfecciona su técnica.
Podemos añadir: un caballo sabio aprende a no abrir la puerta cuando hay gente a la vista, por qué lo castigan con encerrarlo enseguida. Aunque el estímulo está presente, no responde cuando existe la posibilidad de castigo».
Llamativamente, Lucy Rees rechaza que los caballos planifiquen el futuro mientras describe que un caballo aprende a evitar su huida de la cuadra delante de un ser humano porque prevé que será castigado. La autora no parece darse cuenta de que el razonamiento y la planificación ante un fenómeno va ligado siempre a las consecuencias, así como ocurre con su dogma bienestarista.
Carece de la mínima lógica que explique métodos de aprendizaje y hable sobre «el gran premio de la libertad» mientra afirma que los caballos viven en un presente perpetuo sin ganas de ser libres. ¿A quién engaña?
Para más inri, en relación a la edad adecuada para domarlos, sólo expone más mensajes utilitaristas y comparaciones grotescas e impensables si se hablase de seres humanos:
«Si trabajamos fuerte un potro a los 3 años, acortamos su vida útil de manera severa; es como poner a un niño de 14 años en la mina».
Los caballos mantienen estrechos vínculos familiares y disfrutan en libertad. La autora, en cambio, prefiere destruir esos vínculos y esa libertad para que un ser humano pueda subir a sus lomos, ponerlos a tirar de un carruaje o a competir de cualesquiera formas.
Sobre las jerarquías en equinos
Lucy Rees, quien conoce muy bien la comunicación entre caballos, estima que no existen pruebas para establecer que los equinos posean signos de sometimiento entre sus miembros:
«La paz que aporta la jerarquía de dominancia depende de los gestos de sumisión que hace un subordinado a un de rango superior: me rindo, no me ataques. Para un animal de presa, no sería buena idea tener actitud hacia otro animal que lo amenaza, moriría pronto. Por eso, los caballos huyen cuando otro, sea caballo u otro animal un incluso una situación, amenaza. Algunos piensan que los movimientos de la boca, hola agachar la cabeza, son gestos de sumisión, pero estas son unas ideas sin ninguna base.
Como saben los fisioterapeutas, son los estiramientos de los músculos en relajación después de estar tensos, iguales al encogimiento de hombros qué hacemos después de bajar una mochila pesada. De hecho, es la falta de gestos de sumisión la que es responsable de los daños que hacen los caballos agresivos en las peleas. Un tímido arrinconado por un agresivo, no tiene manera de suplicar clemencia. si no puede ir, sufre daño».
Quizás los caballos no muestren señales de sumisión o nosotros no sepamos identificarlas. Sea como fuere, Lucy Rees no expone esta información con una finalidad ilustrativa; sino que busca así desterrar la idea —propia de la la doma tradicional— de que el domador o propietario deba posicionarse como jefe.
El argumento de que los caballos no entienden la jerarquía como nosotros le sirve de excusa para afirmar que cuando un caballo colabora con un ser humano, lo hace voluntariamente y por la debida confianza. Ésta es una típica falacia a silentio por la cual los antiguos esclavistas de negros en Estados Unidos también alegaban que, como sus esclavos gustaban de cantar mientras trabajaban en las plantaciones de algodón, entonces estaban felices y contentos, y estaban de acuerdo con ser esclavos y obedecer a sus amos.
Dado que ella destierra cualquier tipo de voluntariedad en los caballos, esta hipótesis apoya su visión del caballo como una máquina diseñada para procurarse su protección y bienestar, sin preocupación ni entendimiento de las complejas relaciones sociales de los primates o de otros animales «cazadores». Por ende, si nosotros se lo brindamos, ellos se entregarán «hasta el fin del mundo». Este argumento bienestarista se observa mejor en el siguiente apartado.
Me llama la atención el último cuadro titulado «pasan olímpicamente de tonterías» aun cuando el objetivo central de la doma es la desensibilización del caballo ante las acciones humanas para convertirlo en un autómata que sólo cumpla órdenes sin oposición. Es decir, ese ejercicio en que está rodeado de esas chicas no son «tonterías», forma una parte integral de los métodos de coacción.
Sobre la obediencia en caballos
Respecto a por qué los caballos eligen obedecer o desobedecer, dice:
«No hay ninguna indicación de que el caballo entienda el concepto de obediencia, es una idea humana (o chimpancé o canino, ya que éstos tienen la mismas estructuras de autoridad). Cuando hablamos de un caballo obediente o sumiso (término usado menudo en la doma clásica), lo que significa es que el mismo estímulo siempre produce la respuesta que queremos. Es decir, el caballo está bien enseñado, tiene las cosas claras y está cómodo y confiado.
Al contrario, el caballo desobediente o rebelde tiene varias razones para no cooperar: que no está bien enseñado, que está angustiado por su miedo (que aumentará), que nuestras señales no son claras, que son contradictorias, que estamos enfadados, que tiene dolor, que físicamente es incapaz... siempre tiene alguna razón».
Lucy Rees atribuye que los caballos siempre tienen una razón para desobedecer; pero nunca considera que la razón de éstos sea la propia voluntad de ser libres. Nuevamente, su argumento coincide con el de los esclavistas blancos que, en la época, asumían toda mala acción de un humano negro como fruto de la locura o de la mala influencia de un humano blanco.
Ella, como parte de la ideología bienestarista, considera dogmáticamente que a un animal solamente le importa el sufrimiento y que, más allá de eso, no le preocupa ser libre, marcado, separado de sus familiares ni llevado al matadero mientras en tales prácticas se minimice el impacto físico y psicológico. Quizás los caballos no entiendan el concepto de la obediencia, pero lo que no comprende ella es el concepto del respeto verdadero.
Según ella y otros autores, si un caballo es bien tratado y bien entrenado, siempre cooperará. No le importará haber sido esclavizado o expuesto a muchísimas situaciones estresantes. Como resulta patente, estas interpretaciones tan sesgadas tienen por único objeto la autotranquilidad del individuo al pensar que podemos dominar a los caballos y otros animales siempre con su consentimiento. Basándonos en nuestros parecidos neurológicos, sabemos que no ocurre. Ellos no nos dan su consentimiento para servirnos, ni para hacer ejercicios ni para ponerse en riesgo por nosotros.
Como parte de su dogma asumido, Lucy Rees considera que todo caballo bien tratado se somete gustoso al ser humano porque ellos carecen de voluntad, de planificación ni valoran su libre albedrío. Sólo condena la violencia extrema por ser innecesaria para lograr los objetivos perseguidos.
Sobre cómo controlar a los caballos
Lucy Rees expresa una crítica hacia cómo las erróneas percepciones humanas, en lo tocante a la etología equina, conducen a preocupaciones y prácticas poco provechosas:
«El control es otra preocupación humana contraproducente, porque nos lleva a agarrar al caballo tan fuerte que naturalmente despertamos sus terrores ancestrales y quiere escapar, lo que provoca que nos agarraremos más».
Una manera obvia de negar la voluntariedad de los animales reside en achacar que todos sus adversos comportamientos se resumen en el instinto. Si obedecen, entonces es porque cooperan; y si desobedecen, es porque hemos despertado instintos ancestrales en ellos.
La autora considera que las reacciones adversas siempre son fruto del miedo, del terror y de otras reacciones básicas, nunca va a asumir que exista un sujeto que tenga decisión propia. Igualmente, si nos trasladamos al siglo XIX, también encontraremos a racistas que negaban las desobediencias de los esclavos como fruto de sus decisiones individuales. Si no existe individuo, entonces no hay a quién respetar.
La postura de Lucy Rees es tan ridícula como haber afirmado que una mujer se resiste a ser violada por el miedo y por el terror que despierta su agresor, en vez de asumir que se defiende porque su voluntad está en contra de aquella acción.
Lucy Rees niega, por tanto, que un caballo u otro animal pueda desobedecer por el simple hecho de que no quiere hacer algo en servicio del ser humano porque, como sabemos a nivel neurológico, todos compartimos el mismo estrato básico que nos lleva al desarrollo de intereses inalienables.
La libertad no consiste en estar al aire libre, sino que nadie nos someta sus intereses.
Lucy Rees no considera violento que a un animal se le introduzca una filete en la boca durante sus rutinas alimentarias para habituarlo a que debe actuar tal como los humanos lo desean para poder beneficiarse a su costa. Su única innovación, si cabe, está en la extensión y búsqueda de nuevos usos y aplicaciones para herramientas comunes.
Sobre por qué los caballos no quieren trabajar
Otra de sus afirmaciones que revelan su mentalidad bienestarista, y también influida por mitos de generaciones pasadas, está en su mención sobre el trabajo. Como bien dice, «el caballo no tiene el concepto de trabajar». No obstante, afirma:
«[Al caballo] le gusta moverse, es un animal que naturalmente está en movimiento continuo. Si le quitamos los parásitos y le damos buena comida, querrá moverse más. Si no lo quiere hacer con nosotros encima es porque estamos haciendo algo mal: está incómodo por algo, puede ser por nuestra mala monta».
Como resulta patente, la autora niega nuevamente la voluntad de los caballos y da a entender que ellos no tienen ninguna objeción en ser montados o explotados de cualquier forma mientras reciban un buen trato. Este mantra lo repite mediante diversas formulaciones a lo largo de toda la obra:
«Desde el punto de vista del caballo, mucho de lo que queremos enseñarles tiene poco sentido: saltar obstáculos fácilmente evitables, hace quiebro para evitar nada, dar vueltas en posiciones no necesarias, etc. […] El caballo no tiene idea de bueno o malo, correcto incorrecto, obediencia o rebeldía, sólo de lo que le sale bien y le da satisfacción.
Este dogma central del bienestarismo era igualmente frecuente durante la esclavitud negra, cuando los esclavistas afirmaban que un esclavo bien tratado nunca se escapaba y que quienes lo intentaban habían sido pervertidos por la mano del hombre blanco o que se habían vuelto locos debido al maltrato. Este pensamiento sigue vigente hacia los animales, especialmente sobre aquéllos que el ser humano mantiene cautivos y esclavizados.
La autora debería decir que la yegua está interesada por las vacas pero que obedece a la coacción de su jinete porque ha aprendido que no le queda otro remedio. Esos parajes, tan «bucólicos» para mucha gente, son en realidad un campo lleno de animales sometidos, marcados a fuego y con un destino grabado. Por obra y gracia de las políticas animalistas, la mención de «grabado» se limita a cámaras de vigilancia en mataderos...
Sobre la libertad de los caballos
Lucy Rees Considera que «la libertad es esencial para el caballo», pero la autora no entiende la libertad en un sentido ético; sino en su versión más reduccionista. Para ella, la libertad sólo significa que un animal disponga de suficiente movilidad al día, no que se respete su voluntad ni deseos:
«Si intentamos dominar al caballo, naturalmente intentará alejarse. Para obligarlo a quedarse, se le pone restricciones que naturalmente temen; algunas le hacen daño físico también. Las peleas las interpretamos como rebeldía. Por fin, el caballo descubre que intentar escapar le resulta peor que quedarse».
La autora, en pocas palabras, reconoce que el objetivo de la doma está en coaccionar al caballo, en aceptar la presencia humana (no deseada) y en que se someta a nuestros deseos mientras niega que ellos tengan siquiera voluntad para oponerse. Como ocurría con los esclavos negros, la rebeldía es un signo de mal manejo por parte de los blancos; los esclavos carecen de libre albedrío. Lucy Rees mantiene una actitud condescendiente hacia los caballos, negando su inteligencia y su imaginación.
Me gustaría conocer por qué esa yegua perdió un ojo y, también, por qué, a pesar de su sufrimiento, no está recibiendo atención veterinaria. Imagino, por la fotografía, que se trata de un redil de caballos cimarrones recién capturados y que el objetivo prioritario es separarlos y marcarlos. Escenas dantescas como éstas me recuerdan al estado obnubilado y abatido de los esclavos negros cuando eran apresados en África para llevarlos al continente americano. Cambian las víctimas, mas no los acontecimientos ni su origen supremacista.
Sobre la imaginación de los caballos y su supuesta percepción ante nosotros
Para explicar la percepción de los caballos tienen hipotéticamente de nosotros, Lucy Rees señala:
«Los perros salvajes de África son pequeños, pero consiguen matar animales incluso más grandes que el caballo salvaje. Uno se cuelga del hocico, inmovilizando su presa mientras los demás atacan la barriga hasta que le sacan las tripas, que se comen con el animal todavía vivo. ¿Qué interpretación tendrá el caballo cuando le pongamos una serreta y lo piquemos en la barriga con las espuelas?»
Cuando Lucy Rees habla sobre la actitud natural de los caballos que han vivido toda su vida por el ser humano, la autora parece creer que un animal puede imaginarse algo que nunca ha conocido. Las reacciones de los caballos pueden ser intuitivas, por supuesto, pero no cabe alegar que un caballo se imagine al ser humano como un león, si nunca ha visto uno, cuando lo pica con las espuelas.
Dado que Lucy Rees desecha que el caballo comprenda las jerarquías o la obediencia, pero sitúa al ser humano como un animal predador —aun cuando no lo somos—, argumenta que la base de la doma está en la comprensión de su psicología y en un buen trato. Esto lo interpreto como una declaración de intenciones, por parte de la autora, con el propósito de que los caballos no nos perciban como lo que realmente somos o cuanto creemos ser.
Somos nosotros, los humanos, quienes nos percibimos como predadores para tratar de justificar el dominio que practicamos sobre ellos y tratamos de acercarnos su psicología simplemente para minimizar las defensas que los caballos y otros animales presentan hacia nosotros, no porque nos perciban como depredadores, sino simplemente porque los coaccionamos, reprimimos y lastimamos.
No vemos como depredadores a los policías, a nuestros políticos ni al niño abusón de la escuela, simplemente los evitamos porque sabemos que no nos convienen. El ser humano, lejos de dejar a los caballos y otros animales en paz, se presenta como ese abusón que acorrala a la víctima y se convierte en su única compañía para que haga todo cuanto quiere.
Y, en nuestro caso, todo ocurre de forma premeditada y cruelmente planificada para aprovecharnos de la menor inteligencia de estos animales, de sus vulnerabilidades psicológicas y su necesidad de afecto ante la separación y pérdida de sus manadas reales.
La autora muestra sus dotes para ganarse la confianza de un animal asustado y que ha padecido malos tratos. Tal como expresa, su propósito no es rehabilitar al caballo por el bien de su estado emocional, sino relajarlo lo suficiente para conseguir montarlo de forma segura. Para ella, los caballos son simples herramientas de trabajo y disfrute. Y esta misma falta de honestidad parece compartida por la traducción al castellano. Como muestra del desastre sintáctico habido en España, el traductor usa los pronombres «lo» y «le» de forma intercambiable en un mismo verbo transitivo (montar).
La «doma natural»
Al término del segundo capítulo, el más importante en términos argumentales, la propia Lucy Rees resume el eje central de su argumentario, el cual marcará y se reiterará a lo largo de la obra para justificar la importancia de la doma natural y su desemejanza con la doma tradicional:
«En suma, lo que vemos en los caballos domésticos, que se pelean por la comida de forma antinatural, no es un comportamiento natural sino una aberración que hemos creado por imponerles condiciones antinaturales. No es una jerarquía de dominancia como la entendemos nosotros, y no podemos usarla como base para relacionarnos con ellos».
Tal como podemos leer, la autora no considera que la propia doma sea algo antinatural para su naturaleza ni que, por sí misma, ya suponga una forma de violencia. Todo lo contrario, sólo crítica qué el hecho de que los caballos no tengan supuestamente señales de sumisión impide la utilidad humana de basarse en las jerarquías de otras especies animales para así imponernos como el jefe y lograr la subordinación de estos animales.
El capítulo tres lo dedica a los sentidos del caballo y, de ahí en adelante, todo se resume en detallar técnicas y metodologías para conseguir el sometimiento de los caballos para que hagan todo cuanto queramos, donde queramos y cuando lo queramos. A partir de entonces, «La lógica del caballo» no se diferencia prácticamente nada de otros muchos manuales de doma ecuestre; salvo que ella incide más en los detalles del bienestar equino con el fin expreso de obtener los resultados deseados, y nada más.
En los siguientes puntos desglosaré algunas de sus opiniones y recomendaciones, en las cuales evidencia sus contradicciones éticas al aseverar que se preocupa por el «bienestar equino».
Lucy Rees explica la reacción de huida del caballo según el contacto previo con seres humanos. Ella no se ha parado a pensar que los caballos evitan naturalmente al ser humano porque nos consideran una amenaza y que quienes nos soportan cerca es porque ya han sido coaccionados para aguantarnos. El humano que se aproxima no es la única persona; ellos también son personas.
Sobre aprovechar los sentidos del caballo
Tras analizar las diferencias entre los sentidos del caballo y del ser humano, Lucy Rees expresa:
«Vemos, entonces, que el caballo vive en un mundo distinto al nuestro y tenemos que respetar sus percepciones. No podemos cambiar sus ojos, pero podemos aprovecharnos muchos de sus percepciones superiores por medio de felicitarlos cada vez que nos informan de algo que no percibimos. Los caballos de los pastores de mi tierra, te llevan sin guiarlos kilómetros por la Sierra donde están las ovejas, rastreándolas, y te devuelven a casa cruzando fangos peligrosos por la noche. Los pueblos que viven continuamente con caballos y los respetan, como los mongoles, creen que ellos saben más que nosotros y les parece que los caballos son chamanes, por conocer un mundo más allá».
Como podemos leer, la autora siempre trata de rescatar los beneficios que podemos obtener de ellos. Busca reforzar la importancia de los caballos en nuestra vida por medio de la enorme utilidad que tienen a todos los niveles. Manifiesta constantemente una visión romántica y bucólica de la explotación animal en que los animales viven apacibles y en paz mientras son manipulados y explotados por el ser humano.
Asimismo, habla de «respeto» como si fuese compatible con la coacción y nombra a los mongoles como un pueblo respetuoso, aun cuando éste y otros pueblos domaron a los caballos con el fin de utilizarlos en la guerra y han provocado millones de víctimas animales desde entonces.
Para mi estupor, Lucy Rees parece creer que los humanos tenemos mayor capacidad para reconocer su estado físico y psicológico que ellos mismos entre sí:
«Inundación» no; llamémoslo simple y llanamente «tortura». Lucy Rees le busca un nombre nuevo a un ejercicio violento que persigue la indefensión aprendida del animal.«Puesto que vemos los detalles mejor que ellos, es posible que podamos ver algunas de estas señales mejor que ellos mismos. por ejemplo, un caballo irritado arruga al borde trasero de sus ollares, uno tenso cierra firmemente la boca, uno dolorido a menudo abre más los ollares. Estas son señales claras para nosotros, pero dudo que otro caballo las pueda ver.
La «habituación por inundación»
Resultan especialmente sangrantes ciertos párrafos de unos capítulos del tercio final en que la autora habla sobre técnicas de doma especialmente orientadas a caballos salvajes pues, recordemos, ella tiene ante todo experiencia en el amansamiento de caballos cimarrones:
«La habituación por inundación, se introduce todo el estímulo a la vez y se deja al animal suelto hasta que se dé cuenta de que sus protestas no lo ayudan y se calme».
Me llena de curiosidad cómo lo llama «habituación por inundación» —una expresión que nunca había leído entre las prácticas de condicionamiento— y no «indefensión aprendida». Los bienestaristas, a pesar de su alarde por la ciencia y la técnica, siempre incurren en peripecias lingüísticas por tal de ocultar la propia naturaleza de sus propuestas.
Conseguir que un animal se insensibilice ante un estímulo ante la aceptación de que no puede hacer nada para defenderse es la definición exacta del fenómeno de la indefensión aprendida. Habrá defensores de esta autora que dirán que ella solo está definiendo los tipos de aprendizaje o habituaciones. Sin embargo, Lucy Rees expresa literalmente:
«Ante el error de utilizar un estímulo demasiado fuerte, lo mejor que podemos hacer es ignorar las reacciones del animal hasta que se acostumbre».
La autora, finalmente, menciona el concepto de la indefensión aprendida. Habría sido sorprendente que no lo conociera. Y dice:
«Los castigos que vienen a menudo y al azar, como el dolor que muchos caballos sufren cuando dan clases inadecuadas con principiantes, derivan en la indefensión aprendida, un estado parecido a la depresión, donde el animal, sabiendo que no puede escapar del dolor, pierde su sensibilidad y lo tolera sin buscar otra solución».
Ante esta definición, vemos algunos aspectos llamativos que evidencian la mentalidad bienestarista de Lucy Rees. En primer lugar, asume que la indefensión aprendida solo está asociada al dolor; de esta forma niega que la privación de libertad pueda conducir a esa depresión que ella menciona. Y, en segundo lugar, afirma que el dolor está vinculado siempre a las malas prácticas humanas, mientras obvia que el propio ejercicio que ella considera correcto de la equitación se basa en los mismos fenómenos de coacción y evitación del dolor.
Nuevamente, este ejemplo nos recuerda al papel que tiene la separación y la soledad como métodos coercitivos para doblegar la voluntad de un esclavo. No es casual que a un caballo se lo amanse solo, al menos las primeras etapas, al igual que tampoco sorprendía que aquellos negros más rebeldes fueran apartados y sometidos a latigazos mientras estaban lejos de su grupo. La violencia y sus infinitas manifestaciones, inclusive aquéllas que se presentan como humanitarias por no golpear directamente, continúan existiendo.No en vano, incluso menciona que debemos ser cuidadosos a la hora de ejercer un condicionamiento de acciones en determinados sitios porque un caballo podría relacionar un determinado ejercicio o acción solo en un emplazamiento. Estas reacciones mentales, como ocurre en humanos, pueden ser fruto de un trauma y vendrían a refutar, otra vez, su idea sobre una cooperación voluntaria.
De igual forma, Lucy Rees se dilata profusamente sobre los castigos y cómo aplicarlos. Al fin y al cabo, los castigos son métodos útiles para completar el sometimiento de un animal mediante indefensión aprendida, lo que la autora siempre llamará «cooperación» en un cruel alarde de cinismo.
Lucy Rees señala que las fiestas y otros actos son estresantes para los caballos a la par que olvida mencionar la doma, el salto y sus propias prácticas de coacción. Su lógica no es la de cuestionar la moralidad de explotarlos con éstos ni otros fines, sino en ejercer un manejo adecuado que permita al jinete controlar al animal en momentos de tensión.
Sobre el manejo de sementales
La autora, sobre la educación de los sementales, dice:
«En la naturaleza, los sementales protegen y defienden a sus potros y a las madres, se relacionan con todos en la manada, y sobre todo con sus potros. Son más vigilantes, activos curiosos y juguetones que las yeguas, incluso como adultos. Por desgracia, los enteros son a los que encerramos más y los que a menudo sufren más los malos tratos. Con su fuerte sentido de proteger y relacionarse, quedan más deprimidos que otros caballos. Suelen ponerse muy excitados por lo que se los castiga».
Lucy Rees parece mostrar una preocupación ética por los caballos explotados como sementales, pero, como ya hemos visto, no duda en participar y explicar cómo reducir caballos salvajes a la esclavitud y lograr su sometimiento absoluto mediante la soledad y la separación. Qué irónico, en serio, que ella critique estos «malos tratos».
Y añade unos párrafos más abajo:
«Algunos se ponen agresivos por la manera de cómo son utilizados: únicamente para la cubrición de las yeguas sujetas trabadas e indefensas».
Nótese, por enésima vez, que para la autora solo importa el cómo, no importa el porqué. Y para aquellos potros a quienes el ser humano endilgue una función de reproducción y soledad, alega:
«El potro destinado a ser semental debe tener una educación social amplia y variada. No lo aislamos, ni durante el destete ni después. Que pase tiempo con otros potros es ideal, pero le beneficiamos mucho incluso más si lo ponemos con las yeguas preñadas, cuando tenga un año dos, lo que le dará mucho respeto por ellas. Vivir con los capados maduros durante una temporada ayuda a su habilidad para convivir con otros caballos».
A Lucy Rees solamente le importa la utilidad y el beneficio humano cuando brinda cierta libertad, comodidad y disfrute a los caballos, el bienestar real de los animales no le concierne en absoluto. Y va más allá. Incluso afirma que «las yeguas más aptas como psicólogas y profesoras son las de carne», en referencia a aquéllas a las que conviene que cubra el semental.
Como vemos, no parece que a la autora le haga tampoco mucho asco o crítica a la crianza de caballos con fines alimenticios. Muestra incluso una sensibilidad muy baja en comparación con otros bienestaristas del mundillo ecuestre que se oponen al consumo de caballos. Y, para acabar, dice:
«Da pena ver cuántos de los mejores sementales se mueren pronto de cólicos o se enfocan fatalmente por la sobre excitación».
Es decir, no le importa que sean individuos que sienten y padecen, no, sólo le supone un problema porque se mueren pronto debido a una mala gestión humana. Recuerdo a autores del siglo XIX, como el instructor del ejército caballería Manuel Gutiérrez Hernán, quienes mostraban incluso mayor sensibilidad en sus escritos que esta autora galesa.
Lucy Rees, al igual que los antiguos esclavistas sureños, sabe bien que un esclavo obedece mejor cuanto antes quede sujeto a la voluntad de su dominador. Su frase «todas las cosas que formarán parte de su vida futura» es francamente aterradora. ¿Por qué no dice «todas las cosas que se le serán impuestas y que sufrirá por el egoísmo de los seres humanos?
Sobre la castración de potros
Después de escribir largas parrafadas acerca de cuándo y de cómo dejar vivir o encerrar un semental según nuestros intereses, Lucy Rees dedica lo propio en sus consejos respecto a la castración:
«Si queremos una buena vida para un macho que no cubrirá yeguas, lo mejor es castrarlo, y cuanto antes, mejor. Entero, vive frustrado, y casi siempre encerrado; casi nunca puede vivir con otro en condiciones naturales, y a menudo no nos atrevemos a llevarlo en paseos o en rutas largas. Castrado es más feliz, puede convivir con otros y lo disfrutamos más.
Si lo castramos cuando sus testículos descienden, son pequeños y casi no se da cuenta; además, crecen mejor los huesos largos y mantiene su carácter juvenil abierto. Si esperamos los cuatro años, la operación es más seria, le duele mucho más y la herida es más propensa a hincharse e infectarse; sufrimiento a menudo lo deprime tanto que su carácter cambia para siempre. Por cuidar nuestros sueños ilusos, no cuida muy bien a nuestros caballos».
No voy a comentar acerca de sus consejos sobre la edad de castración porque no soy un experto en veterinaria. En general, en ganadería se practica una castración de animales muy jóvenes porque afecta al sabor de la carne y al comportamiento. Si ella busca un comportamiento mucho más sumiso, tiene sentido lo que dice; pero también afecta la conformación del animal en la madurez.
Como puede observarse, la autora persiste con sus mantras bienestaristas: el caballo no tiene voluntad, no tiene conciencia ni deseos. Sin embargo, a lar que niega sus aspiraciones de libertad e intereses, afirma que se frustran y esto implica que no podamos disfrutarlos tanto. Según ella, si a un potro se lo castra pronto «casi no se da cuenta» y no importa en absoluto su integridad física.
Para Lucy Rees únicamente importan las consecuencias que ella estime según su valoración subjetiva del placer propio respecto al hipotético sufrimiento de los caballos. Estamos ante la hipocresía típica de los bienestaristas en un bucle sin fin.
Esas cuadras, querida Lucy, están diseñadas por gente como tú, quien cree conocer y definir cómo piensan los animales y qué sienten al mismo tiempo que preferencian el espacio, el rendimiento y el dinero. La autora observa que los animales aprecian la libertad, pero no considera que tengamos el deber moral de respetar dicha libertad.
Las conclusiones de Lucy Rees respecto al bienestar equino, embocaduras y monturas
En el apéndice del libro, Lucy Rees habla versa sobre los efectos negativos del estrés para el rendimiento del caballo, y también acerca de las embocaduras y las monturas.
Monturas
La autora no menciona siquiera la existencia de sillas de montar sintéticas que no están hechas de cuero. No se trata de que la equitación esté bien con sillas sintéticas, pero este desconocimiento —o falta de preocupación— denota, por octava vez, la hipocresía bienestarista cuando sus defensores afirman preocuparse por el bienestar animal y el sufrimiento de los animales a la par que no les importa enviar vacas y otros animales al matadero para que un humano pueda sentarse sobre la espalda de otro.
Embocaduras
En lo relativo a cuál embocadura recomienda usar para practicar la doma natural, la autora señala:
«Desde el punto de vista del caballo, lo preferible sería nada, claro. Está igualmente claro, porque mucha gente lo ha hecho, si dedicamos bastante tiempo la enseñanza, no hace falta nada. Sin embargo, la mayoría de nosotros somos demasiado perezosos y temerosos. Además, está en nuestra naturaleza ser manipuladores. Es decir, pensamos que nuestro control reside en nuestras manos, mientras el caballo prefiere que lo guiemos por el cuerpo y las piernas. cuanto mejor montamos, menos utilizamos las manos para controlar, aunque, a veces, usamos las riendas para colocar la cabeza en la posición exacta que facilitará el próximo movimiento.
Lucy Rees promueve y promociona el uso de bridas o cabezadas sin bocado, llamadas en inglés «hackamore» o «bitlessbridles». Entre otros detalles, la autora, quien tiene mayor familiaridad con la raza árabe, afirma que esta raza nunca necesitará un filete y que es posible practicar todos los ejercicios de alta escuela sin uno.
Resulta llamativo que afirme que «está en nuestra naturaleza ser manipuladores». Aunque tiene una base científica en lo que se refiere al empleo preferente de las manos, o extremidades delanteras, ella también sugiere un sentido de control y de que nuestra supuesta naturaleza «depredadora», tal como señaló en la introducción, justifique el dominio humano sobre los animales. Estamos ante una versión típica de la falacia naturalista.
Aunque sea objetivo aceptar que existan diferencias de personalidad y reacciones entre las razas de distintos animales, aquí comete una generalización tremenda, la cual no es sino reflejo de su tendencia a agrupar y cosificar a los individuos de otras especies como compartimentos estancos que responden a unas propiedades comunes, inmutables, carentes de voluntad y libre albedrío.
En otros momentos, Lucy Rees afirma que hay caballos más habilidosos y menos, a los cuales llama «superdotados» y «minusválidos», respectivamente, pero sólo lo hace y le concierne en la utilidad que tienen para el ser humano.
Efectos del estrés
Para insistir en la importancia de la doma natural, en los momentos finales de «La lógica del caballo» leo algo que me llama mucho la atención. Cuando la autora menciona las estereotipias y habla sobre la importancia del bienestar animal, dice que éstas se solucionan dándoles mayor libertad al animal. Esto me descoloca un poco: se tira todo el libro utilizando la palabra libertad como equivalente a «espacio al aire libre» y parece que, al final, usa la palabra libertad como sinónimo de «libre albedrío».
¿Acaso no se da cuenta de que al afirmar que los caballos mejoran cuando se los dejan a su libre albedrío significa que poseen una voluntad propia que no coinciden con la nuestra? No obstante, como resulta esperable, la autora deja esta recomendación por el simple hecho de que como bien se sabía durante la esclavitud negra, dejarle un poco de manga ancha al esclavo en determinadas circunstancias, tal como darle un penique o un día de descanso, evita que el esclavo se siga revelando y evita ciertas enfermedades psicológicas causadas por la esclavitud.
¡Gracias Lucy Rees por enseñarnos cómo ser esclavistas ideales!
Los caballos domados no son «agradecidos», son esclavos que han aprendido a obedecer so pena de sufrir un castigo. Lucy Rees vuelve a enumerar las ventajas de su «doma natural» y las diversas aplicaciones de este enseñanzas. Me llama la atención su mención a las «fantasías personales». No duda en expresar que, tanto ella como terceras personas, buscan utilizar a los caballos para cumplir sus fantasías personales. La visión antropocéntrica, negacionista e hipócrita de la autora y de otros no son, por desgracia, una fantasía.
Conclusión
«La lógica del caballo» es una obra poco novedosa en sus formas y planteamientos. Apenas merece atención más allá de sus descripciones sobre el comportamiento de caballos cimarrones y domesticados, y de los errores habituales en la interpretación humana al trabajar con ellos a diario.
Lucy Rees expone una ideología bienestarista algo tibia con que excusa y fomenta la explotación ecuestre apelando a la necesidad de conocer mejor a los caballos para así incrementar el beneficio y el placer obtenido al hacerlo. Sus pláticas se resumen en criticar los malos hábitos porque estas acciones causan menoscabo en el rendimiento de los animales. Esta obra cuenta con el sello «FICE» de «Fomento de la Industria y Cultura Ecuestre». No me extraña.
La autora niega la voluntad de los caballos mientras ofrece ejemplos de su voluntad; niega que los caballos tengan cultura mientras ofrece ejemplos de caballos que se vuelven agresivos y que no respetan el espacio de los humanos por no haber aprendido las normas sociales de sus manadas; niega el sentido de la libertad de los caballos mientras ofrece ejemplos de que buscan la libertad al abrir sus cuadras cuando no hay nadie vigilando, y niega el sentido del futuro de los caballos mientras ofrece ejemplos de que planifican sus acciones para evitar las consecuencias.
Lucy Rees no condena las malas acciones humanas, sino las malas acciones humanas que no conducen a un beneficio humano. Conocer la lógica del caballo tiene el único fin de conseguir someterlo, mientras, a la par, cada quien se siente mejor consigo mismo al creer que esta doma natural inflige poco o ningún sufrimiento mientras tales animales siguen igualmente esclavizados y violentados sistemáticamente por nuestra especie. Son tantas las contradicciones a lo largo de la obra que no hacen sino declarar, de manera perpetua, evidente, fragrante, y universal, las grandes contradicciones del bienestarismo, los bienestaristas y sus dogmas.
Capítulo tras capítulo repite el mismo patrón: da por asumida las acciones humanas y habla del hipotético sufrimiento, mientras nosotros y nuestras acciones son las que causan dicho sufrimiento. Busca dar a entender —o ella misma piensa— que le preocupa el bienestar de los animales mientras valida, legítima y práctica estas mismas acciones injustas y aberrantes que conducen a muchísimas de las consecuencias que ella misma condena.
Menciona consecuencias negativas tales como un retraso del crecimiento, estereotipias, infertilidad, abortos, infecciones, cólicos y otros trastornos que requieren de caros tratamientos veterinarios. La moraleja es simple: ten en cuenta las necesidades básicas de tu esclavo porque si no te vas a dejar mucho dinero o «tendrás» que sacrificarlo.
Como podemos leer, a los caballos sobre quienes se ejerce la «doma natural» son igualmente coaccionados, separados de sus manadas, comprados y vendidos como el resto de los animales esclavizados. Un caballo sometido a una «doma natural» va a padecer los mismos sometimientos que cualquier otro. La única diferencia está en que, según la autora, dicha doma permitirá un mayor rendimiento del animal durante su explotación.
Lucy Rees, aunque cuestiona el uso que mucha gente hace de su término «doma natural», trata de vender cual técnicas novedosas o innovadoras unas simples observaciones y recomendaciones que, desde antiguo, otros autores han realizado con mayor o menor acierto con este mismo fin.
Dentro de la explotación equina, ésta no es sino la eterna búsqueda humana de conocer la biología de los animales para así saber cómo someterlos. Podemos remontarnos a las grandes civilizaciones de la historia, e inclusive los nómadas de las estepas, para entender que, desde el Neolítico, el ser humano ha buscado conocer a aquellos animales a los que les interesaba explotar y esclavizar por el único fin de mejorar la utilidad y el rendimiento de éstos con fines propios.
En la historia y en el presente, el ser humano recurre a métodos de control y de subyugación que se ejercen a diario en circos, delfinarios, en el ejército y en todas aquellas actividades que requieren que el animal obedezca siempre ante el temor de que si desobedece será peor. Y cabe recalcar que dicha obediencia no responde a la voluntad genuina del animal sino, precisamente, a que su capacidad de cognitiva le permite comprender que resistirse es inútil.
La verdad es que, sinceramente, esperaba bastante más de una persona «preocupada por los caballos» y a quien se toma en el sector como una referencia en el «bienestar equino». Suelo decir que cuando alguien recibe el sonado epíteto de «amante de los animales», posiblemente muestre mayor similitud con un nazi que con Teresa de Calcuta.
Como biólogo y activista por los Derechos Animales, quisiera que estos individuos dejaran de autoengañarse y de engañar a otros cuando en talleres, charlas, clases de hípica, o de cualquier otro modo, ofrecen consejos y conocimientos para hacer lo mismo que hicieron sus antepasados pensando que ellos lo hacen mejor. Si invirtieran en cuestionar la lógica de sus actos una décima parte del tiempo que dedican a analizar el comportamiento de los animales, quizás se percatarían de sus propios sesgos y pensamientos arbitrarios.
El veganismo es lo mínimo que podemos hacer para respetar a los animales. Cualquier pensamiento preconcebido sobre nuestra superioridad y la negación de las facultades e intereses inalienables de los animales constituyen dogmas que debemos desterrar.