¿Es ética la eutanasia en animales?
¿Cómo se define y en qué consiste la eutanasia?
El concepto de eutanasia, entendido en términos humanos, se refiere a la decisión voluntaria, libre e informada de un agente moral (adulto) de terminar con su vida mediante una muerte programada lo más liviana e indolora posible. Habitualmente, esta decisión proviene tras una deliberación y depresión continuadas en el tiempo ante un estado físico afectado por alguna dolencia muy grave, enfermedad crónica o degenerativa. Ante esta definición cabe preguntarse: ¿puede aplicarse el concepto de eutanasia en animales?
La eutanasia es un tema frecuentemente debatido en asuntos sociales debido a que plantea importantes implicaciones morales, políticas y religiosas. En esta entrada pretendemos abordar los aspectos éticos que surgen en los Derechos Animales por la acción de quitar la vida de un animal no humano en circunstancias extremas, o bien, por mero deseo del «propietario» (explotador) o adoptante.
¿Es correcto usar el término «eutanasia» para animales?
El interés más básico de todos los animales —nosotros incluidos— es la perpetuación y defensa de nuestras vidas; lo cual se concluye por observación y estudios científicos. Si reconocemos la importancia de dicho interés para nuestras personas, también debemos asumirla para los restantes sujetos con independencia de su sexo, raza o especie. Por ende, aplicar la muerte es una acción inmoral a menos que las razones lo justifiquen. Sin embargo, ¿cuáles son esas razones?
A tenor de su definición, cabría señalar en primer lugar que dicho término no podría aplicarse en el mismo sentido para los demás animales; pues los humanos con plenas facultades podemos decidir libremente y, en cambio, ellos no alcanzan el grado de conciencia necesario para expresar o conocer los métodos y consecuencias de esta práctica.
No valdría tampoco inferir sobre sus deseos o interpretar sus emociones a modo de prueba y argumento para escoger si dejarlos vivir o provocarles la muerte. La visión de que basta con evitar su sufrimiento es una postura bienestarista que no respeta ni tienen en cuenta los deseos que pudiera tener el animal al respecto.
El consentimiento es un requisito fundamental en la ética para definir la validez o legitimidad para ejecutar una acción. Sin éste, ningún acto contra los intereses inalienables puede ser moralmente aceptable. El concepto de eutanasia no puede aplicarse a otros animales porque ellos no pueden dar su consentimiento libre e informado para poner fin a sus vidas. Por ello, deberíamos denominarlo más bien un «asesinato compasivo» (asesinar significa quitar la vida sin consentimiento de la víctima) motivado por un prejuicio especista. A pesar de que uno pretenda hacerlo por su bienestar, debemos plantearnos la moralidad de nuestras acciones como lo haríamos con seres humanos.
La realidad es que el concepto de «eutanasia», aplicado a animales, se convierte en un eufemismo que esconde el sacrificio —asesinato legal— de animales no humanos.
Los animales muestran a menudo una capacidad de autosuperación que obnubila al ser humano. Más de uno individuo de nuestra especie hubiera preferido el sacrificio de este perro que va en su «carrito de ruedas» con el argumento falaz y autocomplaciente de que le evitaría sufrimiento.¿Es legítimo eutanasiar animales?
La veterinaria —como la medicina— es una ciencia experimental basada en el análisis de síntomas y la deducción de un cuadro clínico. Aunque nuestros conocimientos y tecnologías actuales nos brindan múltiples posibilidades en materia de prevención y nos permite tomar decisiones de antemano, ésta no es 100% pronosticante —no existen las bolas de cristal— ni tampoco sus saberes cambian en grado alguno las consideraciones éticas. Asimismo, como en cualquier disciplina, existe un enorme sesgo de subjetividad cuando se baraja el tiempo que vida que nos queda o las condiciones en que pasaremos nuestros últimos días.
Igualmente, si nos trasladamos al ejemplo de un evento fatídico, nadie excepto la víctima puede saber qué estará experimentando después de un accidente o de si preferiría morir indoloramente allí mismo frente a la imposibilidad de una salvación. Con esta premisa, habría que separar entre realidad y posibilidad, si bien, a rasgos prácticos, nuestro papel debiera ser el mismo en cualesquiera circunstancias que para un niño.
La potencialidad no constituye la ética (el cual es un argumento falaz usado a menudo para justificar la amputación de órganos), por ello, al igual que no tiene sentido encerrar a nuestros hijos para que nunca los atropelle un coche, lo mismo cabe decir contra el hecho de que se asesine por compasión a un animal que quiera vivir ante el hecho de que, por ejemplo, le hayan diagnosticado un cáncer que lo matará supuestamente dentro de un año.
A ellos, además, se los priva de la posibilidad de mejoría (al igual que algunos humanos sobreviven a enfermedades mortales) y de su propia autosuperación. Pocos humanos llegan igualar la capacidad de superación que tiene cualquier animal.
Por otro lado, incluso cuando un humano está agonizando, no asumimos que no debemos aplicar ningún tipo de medicamento para causar su muerte instantánea; pues entendemos que nosotros no tenemos legitimidad sobre la vida de terceros. Esto, no obstante, se vulnera asimismo en aquellos países en donde existen la pena muerte; las cuales incumplen la deontología médica.
Con los animales no aplicamos la misma ética que querríamos para nosotros, sino que a menudo se opta por su sacrificio por nuestra propia conveniencia o autoengaño.
Que un animal sea viejo o esté enfermo no significa que le hagamos un favor quitándole la vida. Cuando apoyamos el sacrificio de animales, plasmamos nuestro propio sufrimiento sobre ellos con independencia de que sufran más o menos.Para no-humanos suele aplicarse una deontología especista
La mayor parte de los humanos decide muy a la ligera sobre si el animal de turno ha de continuar viviendo o no por el simple hecho de que no sea humano, y lo hace atendiendo a motivaciones utilitarias (beneficio personal). En ciertos sectores, el sacrificio (asesinato) de animales se vuelve sistemático cuando ya no pueden servir para el propósito que se esperaba por su uso como recurso. Esto sucede en perros explotados en servicios civiles, caballos en carreras o exhibición (¿se imaginaría estar condenado por romperse una extremidad?) y miles de casos análogos.
Dejando a un lado las relaciones basadas en la explotación animal, el grueso de los responsables de animales no humanos incurre en una ligereza similar a tenor de la misma mentalidad bienestarista que a todos nos inculcan en sociedad. De hecho, no se libran ni las aclamadas y grandes organizaciones animalistas.
A modo de ejemplo, PETA asesina por «eutanasia» a miles de perros al año porque sus albergues no dan abasto. Así ocurre porque el bienestarismo no valora que los demás animales deseen continuar viviendo. Para dicha ideología, imperante en el animalismo actual, los demás animales son meras máquinas sin proyección de futuro ni capacidad de anticipación. Los bienestaristas solamente rechazan eso que llaman «maltrato animal» cuando el daño lo causan terceros, no ellos mismos.
¿Por qué esta diferencia moral hacia los no-humanos? Consideramos que se debe a la misma razón por la cual se los castra o se defiende la explotación de animales en terapias o rescates: la mayor parte de los humanos no los ve como sujetos independientes; sino como alter ego, es decir, extensiones de sus personas u objetos que sufren. En consecuencia, si el hecho de quitarles la vida de una forma indolora les tranquiliza la conciencia bajo el argumento falaz de que el sufrimiento potencial justifica el asesinato, entonces no dudan en practicarlo.
Por tanto, la única diferencia estriba en que para el explotador ya no sirve y para el adoptante común ya no sufre. Se trata de un autoconsuelo moral convertido en argumento para arrogarnos una legitimidad inexistente.
Ponerle una inyección a un animal es una forma triste de poner fin a su vida, como bien saben los veterinarios. Incluso más lamentable resulta cuando pueden obligarlos legalmente a eutanasiar a animales sanos.Un sacrificio legal de animales
Un asunto espinoso que no suele mencionarse a menudo es que los animales están contemplados legalmente como «bienes muebles semovientes» (objetos con movimiento autónomo). Es legal eutasianarlos mientras el «dueño» (propietario) siga el procedimiento legal propio de cada país o región. Y, asimismo, dado que no se tienen en cuenta sus derechos inalienables, cualquier acontecimiento entendido como de «fuerza mayor» (como una epidemia nacional o internacional), implica que el Estado puede quitarles la vida incluso sin el consentimiento del «dueño».
Se evidencia, por tanto, que las leyes no los protegen —ni podrán protegerlos mientras sean legalmente objetos— y que los veterinarios no aplican el mismo código deontológico que los médicos para humanos. Para cambiarlo, debemos empezar por tomar consciencia de esta realidad y empezar a respetar a todos los animales como se merecen.
Si está mal el sacrificio de animales, ¿qué deberíamos hacer entonces?
Como cuidadores, debemos velar siempre por el respeto hacia los intereses de nuestros recogidos cuanto quede en nuestra mano. Para no arrogarnos elecciones o decisiones que no nos corresponden (ni tampoco a los veterinarios), sólo se les debería aplicar cuidados paliativos en la medida en que garanticen o ayuden a mantener su vida, libertad e integridad.
En conclusión, no podemos hablar de «eutanasia» aplicada a otros animales y es reprobable porque no considera los requisitos morales —voluntariedad y elección— que sí cumple para los humanos con plenas facultades. La veterinaria actual no encuentra objeciones porque su código deontológico es bienestarista y se halla muy alejado de la ética hacia los animales.