El antropocentrismo en la ciencia, ¿un mal inevitable?

La ciencia es objetiva; pero los humanos no lo somos. Arriba aparece subrayado por mí uno de los titulares o subtítulos más comunes que podemos encontrar. ¿Quién suponía qué? Partir desde la premisa de que «son más que» ya implica una comparación irrelevante y sesgada. El antropocentrismo en la ciencia se vuelve patente con casi cada artículo, revista o programa académico o divulgativo que cae en nuestras manos.

Introducción

Las publicaciones académicas están atestadas de antropocentrismo. Dicho antropocentrismo puede aparecer de manera implícita, cuando se compara las habilidades atribuidas al ser humano con las habilidades atribuidas a otros animales, o bien de forma explícita cuando se muestran complejas investigaciones que vienen a demostrar una premisa ya sostenida desde el principio: «los humanos somos mejores y diferentes».

En esta entrada trataré el caso concreto de un ejemplar y algunos ejemplos sueltos, de distinta índole, para encauzar una argumentación sobre las evidencias del antropocentrismo en la ciencia.

«Humanos, ¿por qué somos una especie tan singular?»

En noviembre de 2018, la revista «Investigación y ciencia», traducción para el habla hispana de Scientific American, publicaba una monografía especial titulada «Humanos, ¿por qué somos una especie tan singular?» referida a aquellas características que supuestamente nos convierten en seres únicos.

En una revista de divulgación científica se esperaría, ante todo, un tono objetivo y la exposición de datos y evidencias. Lejos de ello, esta gran sección dedicada a nuestra especie es una especie de manifiesto que parte desde unas investigaciones para justificar una serie de inferencias, epítetos y adjetivos, cuando menos, subjetivos.

El texto comienza con la advertencia previa de que los científicos muestran reticencias a la hora de apoyar abiertamente el antropocentrismo para así adelantarse y contrarrestar posibles críticas ante una evidente petición de principio. Ésta la comete al afirmar, ya desde el titular, que somos una especie extraordinaria, tomando datos o hechos como nuestra extensión geográfica o gran capacidad de comunicación (desarrollo del lenguaje).

Es indiscutible que los humanos poseemos unas facultades muy desarrolladas y que muchas de nuestras circunstancias son realmente únicas; no por su clase, sino por su grado alcanzado. Sin embargo, el quid de la cuestión viene cuando, por asociación conceptual, asume que el ser humano es extraordinario por el cúmulo de diferencias frente a otros animales —sin considerar que cada especie animal es igualmente desemejante tanto hacia nosotros como hacia otros— para justificar el uso del término «extraordinario» con la no ingenua intención de aprovechar las connotaciones positivas que abrazan dicho concepto.

Revista investigación y ciencia - Número monográfico que representa el especismo en la ciencia - Antropocentrismo en la ciencia

La monografía titulada «Humanos, ¿por qué somos una especie tan singular?», publicada por la revista «Investigación y ciencia», es un ejemplo revelador del antropocentrismo en la ciencia.

Cuando la subjetividad se esconde bajo la etiqueta de objetividad

A pesar de que el texto persigue, supuestamente, la objetividad científica —como lo hace la propia ciencia a quien representa—, incurre en un claro componente emocional y evidencia un sustrato prejuicioso cuando se vale de datos y hechos científicos determinados, sobre las diferencias entre humanos y otros animales, para justificar la emisión de juicios de valor sobre los resultados cosechados.

No es lo mismo argumentar que los humanos somos una especie muy peculiar a afirmar que, debido a ello, seamos entonces una especie «maravillosa» y con legitimidad para hacer cuanto queremos con la naturaleza y los animales que comparten el planeta con nosotros.

Y menos aún vale cuando los criterios considerados parecen sesgados; pues ya en las primeras líneas de la monografía «Humanos, ¿por qué somos una especie tan singular?» podemos leer una importancia arrogada a la distribución geográfica (entonces las palomas o los delfines estarían a nuestra altura), la cuantía poblacional (entonces los animales domesticados estarían a nuestra altura) o nuestra capacidad de alterar el medio (como si destruir los ecosistemas o causar el cambio climático se trocara en algo virtuoso porque permite evidenciar las elevadas posibilidades humanas).

El artículo, según avanza, se observa que éste no trata tanto de analizar qué nos diferencia; sino cómo tales diferencias permitirían inferir conclusiones morales y justificar la superioridad humana frente al resto de las especies. Y, en resumen, todo el contenido de dicha monografía se limita a autoensalzarnos.

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Son innumerables las publicaciones de toda índole que glorifican y veneran la supremacía humana frente al resto de las especies. Hay ejemplos verdaderamente sorprendentes por su surrealismo. En este ejemplar de la revista «Muy interesante», aparece un análisis de hipótesis sobre el comportamiento de los antiguos dinosaurios y se vierten comentarios, extraídos de una entrevista, que parecen sacados de la saga de «Parque Jurásico». ¿Qué relevancia tiene analizar la fuerza o velocidad de estos animales para concluir que seríamos capaces de derrotarlos con armas? ¿Qué relevancia, o justificiación siquiera, tiene afirmar que «los seres humanos somos los campeones del mundo animal»? No podremos saber nunca si hubo animales de igual o de mayor cognición que nosotros. Partir desde la premisa de que seamos los animales más complejos o inteligentes, aun cuando los fósiles son escasamente representativos, a nivel cuantitativo y cualitativo de la totalidad de las especies existentes, sólo evidencia un interés desmedido de nuestra especie por ser la protagonista y no permitir que ni un bicho extinto hace decenas de millones de años pueda acercarse a nuestra «exclusividad».

El antropocentrismo en la ciencia se debe a que somos esclavos de los prejuicios

Desde la Antigüedad hasta nuestros días, ha cambiado enormemente nuestro conocimiento sobre el mundo; pero no nuestra percepción sobre el mismo. Nos arrogamos características únicas mientras parecemos olvidar que la propia existencia de nuestros prejuicios es un reflejo de nuestra condición animal; pues los prejuicios, como instintos, son caracteres heredados genéticamente y vinculados a la selección natural.

Pareciera que los humanos tenemos una obsesión instintiva con diferenciarnos del resto para así darle sentido a nuestra existencia, como si nuestro valor como individuo o civilización residiera en cuánto somos capaces de crear o de destruir.

Ser antropocéntrico significa sufrir un sesgo endogrupal basado en la condición de «ser humano» que nos lleva a buscar la existencia de una «otredad» para darle sentido a nuestro «ego». Por ejemplo, las supersticiones podrían considerarse como un consuelo o intento fallido de la lógica interna que se establece cuando nuestro cerebro intenta trazar puntos en la realidad y forjar premoniciones que nos permitan encontrar respuestas a nuestras dudas metafísicas o solventar aquellas tribulaciones más profundas de nuestro ser.

Hoy, por estudios etológicos, se sabe que las supersticiones no son exclusivas de los humanos; sino un producto de la evolución compartido con otras especies. Al mismo tiempo que la ciencia, con la genética a la cabeza, confirma el fiel parecido entre grupos animales aparentemente alejados, otros muchos investigadores sienten la necesidad de seguir hilando más fino para continuar agarrándose a un clavo ardiente con que engrandecerse frente a la otredad.

Todavía se sigue partiendo desde la premisa antropocéntrica de que la inteligencia animal y cualquier comportamiento de éstos siempre debe analizarse como la suma de componentes simples. Si aplicáramos este criterio al humano común, o aún peor, a aquellos que exhiben comportamientos arbitrarios y evidencia una falta absoluta de racionalidad o moralidad, también podríamos decir que nuestro comportamiento fuere la suma de componentes simples.

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No cabe negar que los humanos seamos una especie con una elevada cognición media. Sin embargo, esto no conlleva ni justifica que minusvaloremos la inteligencia de otros animales ni que, por ello, los discriminemos. De hecho, nuestra especie no discrimina —injustamente— por un criterio de inteligencia; sino por un criterio de especie. Apelar al intelecto sólo es una excusa que obvia un prejuicio previo.

Aún nos queda por desmontar demasiados mitos antropocéntricos

Que si el cerebro tripartido y la función del neocórtex, que si los instintos, que si el sistema límbico, que si el efecto de amígdala, que si la imaginación, que si la planificación del futuro, etc., la ciencia está continuamente desechando y creando nuevas hipótesis para justificar el antropocentrismo por la sencilla razón de que los científicos también son humanos y están condicionados por un ambiente que desde pequeños nos inculcan que los demás animales existen para servirnos y que está bien cosificarlos para explotarlos con un fin concreto o para ejercer una violencia ritualizada.

Y todo ello sin entrar, como en otros artículos, de cómo se pretende continuar justificando la experimentación con animales y el abismal autoengaño científico cuando se habla de «bioética» o de «bienestar animal», en éstos y otros campos, a la par que se cometen aberraciones en nombre de la ciencia o del medio ambiente. Siempre, de un modo u otro, el antropocentrismo en la ciencia emite juicios morales sobre nuestras acciones acompañados de ciertos matices conservacionistas —por nuestro propio bien— o exaltaciones visionarias de cuánto nos queda todavía por conseguir gracias a nuestro dominio de la naturaleza, derivado de dicha superioridad.

El antropocentrismo en la ciencia no es tan peligroso por sí mismo, se vuelve peligroso cuando se camufla de verdad absoluta, objetiva e inamovible. Así sucedió a comienzos del siglo XX con el darwinismo social; el cual se empleó para justificar el racismo y nazismo mediante la creencia en la superioridad de la raza aria. No en vano, el antropocentrismo se comporta como un dogma de fe y los dogmas van unidos a la discriminación y a la violencia cuando se enfocan en establecer una supuesta superioridad de unos frente a otros.

Camuflar el antropocentrismo bajo el gran y respetado manto de la ciencia presenta una vasta influencia social en tiempos modernos, como la tuvo antiguamente bajo el amparo de la religión por medio del mito de la Creación. Una ciencia invadida de antropocentrismo lleva inevitablemente a una percepción especista hacia los demás animales y la asunción de que los animales sólo son seres inferiores que existen para servirnos.

Tenemos la obligación científica —y ética— de paliar y enmendar nuestros sesgos naturales para alcanzar una verdadera objetividad. La lógica nos dice que los demás animales con quienes compartimos el planeta también merecen respeto. Si logramos eso, luego verdaderamente podremos estimarnos como únicos.