Los animales merecen respeto, no necesariamente amor ni compasión
Los animales merecen respeto. El respeto va mucho más allá que la compasión.
¿Qué significa respetar a los animales?
Respeto (del latín respectus) significa «miramiento», «atención» o «consideración» hacia algo o alguien. Etimológicamente se refiere a la veneración o el acatamiento que se tiene a alguien. El respeto, en un sentido ético, es el reconocimiento y aceptación moral de que cada individuo posee un valor inherente o intrínseco (en sí mismo), con independencia del valor instrumental que pudiera poseer para terceros. En otras palabras: el respeto moral es el reconocimiento del valor inherente de los individuos.
¿Por qué los animales merecen respeto?
Los defensores de los Derechos Animales argumentamos que cada ser sintiente posee un valor inherente porque, científicamente, todo ser dotado de la capacidad de sentir cuenta con emociones y deseos propios. Cada uno es un individuo único y consciente de sí mismo, al que le importa su propia libertad e integridad. El respeto se refiere exclusivamente al reconocimiento del valor inherente o intrínseco del individuo; no a sus acciones o creencias. Todos actos e ideas son cuestionables y tenemos la obligación, como animales bastante racionales, de ponerlas a la luz de un juicio crítico. A pesar de que lo reiteremos día sí y día también, nunca resulta suficiente.
A veces, erróneamente, se dice que a tal o cual animal (pj: un toro bravo) hay que tenerle «respeto» con el significado manifiesto de mantener la prudencia ante un posible ataque. Tener precaución a la hora de manejar animales o estar cerca de ellos no equivale a respetarlos. Si acaso, lo único que se está respetando ahí es la integridad de uno mismo.
La compasión hacia los animales no equivale a respetarlos
A menudo, en lugar de promover el respeto que merecen los animales, muchos activistas y organizaciones animalistas usan y promueven otros términos vacíos, irrelevantes, sensacionalistas o meramente inútiles. Entre ellos, quizás el más común es el de «maltrato animal». Otro bastante usual es, sin lugar a dudas, la compasión.
Como explica maravillosamente el activista Luis Tovar en este artículo, la compasión hace referencia simplemente al hecho de sentir pena o tristeza a causa de lo que a otros les ocurre cuando padecen algún sufrimiento. Se trata de una emoción. Aunque no seamos conscientes, queremos que ese alguien deje de sufrir porque contemplar su sufrimiento nos hace sufrir a nosotros. Muchísima gente dice encontrarse fatal tras ver vídeos de «crueldad animal» o de mataderos pero no se imagina realmente en el lugar de las víctimas. Si lo hicieran, tales espectadores tendrían que verse abocados a querer dejar de participar en la explotación animal. Por desgracia, no ocurre así. La mayoría de quienes se consideran «sensibilizados con el sufrimiento animal» adoptan la postura bienestarista, es decir, la creencia irracional de que está bien hacer daño a los animales si causa el justo para obtener un beneficio. Esta perspectiva, mayoritaria hoy en la sociedad general, tiene como referente actual a filósofos como Peter Singer y su utilitarismo aberrante. La compasión es un fenómeno puramente emotivo del que se lucran por activa y por pasiva las grandes organizaciones animalistas. La compasión, en sí misma, no es un razonamiento sino un proceso emocional. Por tanto, debido a su carácter subjetivo —tanto porque nace en el propio sujeto como porque se limita al propio sujeto— no sirve para entender por qué los animales merecen respeto ni tampoco paras defender sus intereses.
La empatía, por el contrario, se define como la capacidad de imaginarnos o de ponernos en el lugar del otro. Aunque se trata de algo imaginado e igualmente subjetivo, la empatía no se limita al propio sujeto. Permite percibir el sufrimiento del individuo sufriente como algo que éste padece con independencia de que nosotros suframos más o menos al conocer su sufrimiento. La empatía es, a fin de cuentas, una forma de imaginación que nos permite comprender las emociones de los demás animales y actuar en consecuencia. Debemos desarrollar la empatía, pero dirigida hacia el reconocimiento de las razones de por qué los animales merecen respeto, no basta con sentir compasión por el sufrimiento que padecen y conformarse con pedir un «bienestar animal» o donarles dinero a las fraudulentas organizaciones animalistas.
La falacia del respeto
Continuando con el«respeto», este sustantivo brilla por su sonoridad y belleza en la lengua española como por su significado tan profundo. Sin embargo, no todos de quienes utilizan este término llegan a comprender su alcance y trasfondo, y llegan a cometer la llamada «falacia del respeto». Esto se evidencia cuando exclaman «Yo respeto tu forma de comer, «respeto tu opinión», «te respeto lo que comas», «respeto tu causa», «respeto que quieras...», etc., dejando siempre a los animales —las víctimas de sus faltas de respeto— fuera de la ecuación.
Muchos humanos se refieren al «respeto» en un único sentido. Un número copioso de gente, a tenor de los ejemplos diarios, parece creer que se trata un concepto «unilateral» para zanjar un debate antes de siquiera empezarlo. Consideran que sólo los humanos merecemos respeto o que éste solamente cuenta cuando puede ser recíproco. El tema de la reciprocidad y el contractualismo (entre otros alegatos habituales) lo han tratado diversos autores contemporáneos.
De este modo, esgrimen el «respeto» como una petición de principio (una falacia dialéctica) con la cual dan por sentado que no tienen ninguna obligación hacia otros animales porque no son humanos o dicen que no tienen por qué respetar los derechos de los animales porque, supuestamente, no cumplen obligaciones en sociedad. La mayor parte de la sociedad presenta una mentalidad bienestarista como consecuencia de un prejuicio de supremacía —el antropocentrismo—, lo cual desemboca en especismo. Resulta fácil encontrar individuos que acepten el deber de tener compasión hacia las víctimas; pero no las respetan. Los demás animales necesitan respeto; no lástima ni ninguno de sus derivados antropocéntricos. Nosotros no estamos concediéndoles o regalándoles nada. El hecho de dejarlos vivir en paz no es un «obsequio» por nuestra parte; sino un deber moral. Faltaría más, vaya.
Asimismo, cabe recordar que su carácter recíproco no implica ningún perjuicio para los humanos. Aunque para mí resulta descabellado, muy frecuentemente aparecen quienes nos acusan de «discriminar» a los humanos por ponernos a la misma altura que el resto de los animales. El respeto no es algo que unos deban perder para otros ganar. Todos podemos, aquí y ahora, aplicarlo a cualquier sujeto. Por tanto, estimo que arremeten con esa estupidez debido a que se sienten ofendidos por haberlos bajado de su pedestal psicológico inculcado desde la niñez. Por fortuna, todos los que hoy somos veganos podemos dar fe de que los prejuicios pueden superarse mediante la razón. En esta misma web figuran varias entrevistas interesantísimas.
Para ser justos debemos respetar a todos los individuos con independencia de su especie. Ello conlleva, obviamente, rechazar su uso como recurso (medio) para un fin. Los prejuicios, las actitudes y las prácticas basadas en la violencia no merecen respeto. Las personas y sus derechos sí merecen respeto. El especismo y la explotación animal no merecen respeto, pues suponen violar los derechos de las personas nohumanas. Si eliminamos el especismo de nuestras mentes, podremos entender que el respeto implica necesariamente no utilizar a los demás animales para nuestros fines. El respeto implica veganismo.