Entrevista a Manuel Martin Polo (el abuelo vegano)
Manuel Martin Polo, el «abuelo vegano», es ahora un defensor de los Derechos Animales. En esta fotografía aparece junto con su gato.
Una entrevista a un abuelo vegano
E: Buenas, Manuel. Gracias por aceptar esta entrevista. Su caso es algo excepcional. La mayoría de los veganos somos jóvenes porque, por regla general, no llevamos demasiado tiempo. En cambio, usted se hizo vegano hace 20 años y ya entrado en la madurez. Podría decir que es todo un «abuelo vegano». ¿Le importaría que lo tutease?
M: En absoluto.
E: Cuéntanos un poco sobre ti.
M: Tengo ahora 65 años, me hice vegano con 45. Me crié en Titaguas, un pueblo de Valencia. Soy hijo de ganaderos y creo que mis experiencias desde la niñez pueden ayudar a que la gente conecte con los animales. Desde los 6 a los 12 años, más o menos, me encargaba de abrevar y apacentar a una decena de ovejas. Eran una propiedad comunal y los granjeros nos repartíamos el cuidado de ese rebaño. Tenía que pastorearlas y luego meterlas de nuevo en el establo. Más tarde, mi padre abrió una granja porcina y estuve trabajando con él hasta los 20 años. Entonces me fui al servicio militar y no volví a regresar al pueblo.
E: ¿Por qué decidiste no regresar?
M: Pues por lo que les hacíamos a los animales. Desde pequeño he sentido una fuerte empatía con ellos y las prácticas ganaderas me horrorizaban. Siempre noté en ellos una nobleza inconmensurable, incluso diría que me querían. Si alguno se escapaba o saltaba una valla, iba a buscarlo antes de que se diera cuenta mi padre. Él no era cruel, pero carecía de tacto y a veces se le iba la mano. Yo sufría un verdadero trauma. Era muy triste que aquéllos de nosotros que teníamos la oportunidad de pasar mucho tiempo con los animales y llegábamos a conocerlos bien, éramos los que después les causábamos dolor y muerte con nuestras propias manos.
Lechones echados unos junto a otros en una granja porcina.
E: ¿Puedes explicarnos qué tenías que hacer y que veías en tu pueblo?
M: Verás. Hacíamos de todo. A los dos meses de nacer, yo sujetaba a los cerditos a media altura para que mi padre los castrara de un tajo con una cuchilla. Todavía recuerdo sus chillidos y la sangre. Entonces, mi padre los tiraba como un bulto y me mandaba a agarrar al siguiente. Teníamos 12 cerdas de vientre que parían todos los años y 150 cerdos de engorde, así que era una práctica muy recurrente. También recuerdo que todos los años veían corredores de animales para regatear y comprarnos cabras y corderos. Lo pasaba muy mal. Cuando cogían a uno, el resto parecía saber lo que pasaría, se resistían y se les caían lágrimas entre balidos. Los capturaban a la fuerza maniatándolos con cuerdas y los subían a un camión. Respecto al pueblo, todo el mundo tenía un cerdo para cebarlo hasta que alcanzase los 120 o 140 kilos. Todos los años se montaba una fiesta alrededor de la matanza. Siete u ocho personas sujetaban al cerdo y una lo degollaba. Aún así, algunos cerdos grandes sacaban tanta fuerza por el horror que conseguían huir media calle mientras se desangraban.
E: ¿Llegaste a decirle a alguien de tu familia lo que te parecían esas acciones?
M: A mí madre le decía que no podía hacerlo porque después me hartaba de llorar. Ella me respondía que era mi trabajo para traer el pan a casa. Yo no era el hermano mayor, pero ejercía como si lo fuera. La mitad de nuestros ingresos venían de la ganadería y la otra mitad de la agricultura. Y, además, en la familia, como en todas, me decían que necesitaba comer carne para crecer y estar sano. Criarlos y matarlos era, por tanto, algo normal y necesario.
Huerta ecológica de Manuel Martin Polo.
E: ¿Hacías alguna labor agrícola también?
M: Sí. Yo araba el campo con dos mulas. Eso lo llevaba mejor. Ahora comprendo que es una explotación igualmente, pero no me afectaba tanto porque no las hacía sufrir ni tampoco contábamos con otros medios para hacer las labores más que con nuestros aperos tradicionales de labranza. A las mulas les poníamos alforjas para el transporte de fardos y sacos de forraje. Para la cosecha del trigo, usábamos un carro...
E: Que tiraban las mulas.
M: Que tiraban las mulas, claro. Yo nunca les pegaba ni las trataba mal. Mi padre sí lo hacía en momentos de frustración. Los caminos del pueblo eran pedregosos y si había llovido, el carro se quedaba atrancado por el barro y el lodo. Y las mulas, por mucho que tirasen, pagaban el pato. Pese a todo, la mayoría de mis momentos con ellas fue bueno. Las llevaba a abrevar a mediodía, jugaban conmigo y trotaban con júbilo. Una vez, yendo montado sobre una y llevando a la otra del ramal, perdí el equilibrio y caí de lado. La mula sobre la que iba se detuvo al instante para evitar pisarme, y la de detrás se paró en seco también. Si hubiera avanzado, me habría aplastado con sus cascos. Presenciar eso me marcó de veras, pues me hizo ver la bondad y cómo los animales muestran empatía y entienden mucho más de lo que creemos.
E: ¿Qué pasó cuando regresaste del servicio militar?
M: Me mudé a Valencia capital y estuve una pequeña temporada trabajando en una fábrica de muebles. Para entonces, volvía al pueblo en contadas ocasiones para ayudar a mi padre. Años más tarde monté mi propia empresa de productos naturales que suministraba a herboristerías. Mi relación con el veganismo fue tardía. No tengo todavía muy claro cómo di el paso. Cuando tenía unos 40 años conocí a gente vegetariana en Valencia, hablaba con ellos a menudo y me hice vegetariano. Después, a los 45 años, me hice vegano al contar ya con más información. Jamás pensé en mi salud o en el medio ambiente, sólo me importaban los animales desde mi infancia. Yo viajaba mucho y la verdad es que tenía serias dificultades para encontrar productos veganos y solventar dudas sobre nutrición. Ahora existe internet, antes no era tan fácil y uno podía sentirse realmente solo.
Javi, alias el «Chatarras», haciéndose un 'selfie' con una oveja de la «granja de los horrores» de Titaguas para el programa «A cara de perro». A dicho programa bienestarista le dediqué un artículo titulado el circo mediático del animalismo.
E: ¿Haces activismo?
M: Lo intento. Me planteo a diario cómo llegar a la conciencia de la gente sin juzgar a nadie. Sé que la sociedad vive engañada como a mí me engañaron de niño. Es difícil. No tengo una gran habilidad con los dispositivos móviles ni con las redes sociales, pero me las apaño. Trato de explicar los males de la ganadería que ocultan los medios de comunicación y el blanqueo informativo que hacen por dinero, como un caso de hace poco en que hubo una «granja de los horrores». Se trataba de un señor de mi pueblo que cobraba subvenciones por criar ovejas y las tenía hacinadas y muertas entre sus heces. Antes, a las afueras de Valencia, veía campo y montes. Ahora sólo hay macrogranjas, unas 50 granjas para 500 habitantes, y carreteras por las que pasan camiones cargados con balas de paja y heno, y animales metidos dentro para llevarlos al matadero. De chico, veía a lombrices salir de la tierra. Ya no aparece ninguna debido a la contaminación por nitratos causada por los purines de los cerdos. Y los ecologistas sólo mencionan los purines, no a los propios cerdos que están encerrados y que, por ello, se acumulan sus purines. La sociedad humana nunca se ha planteado que esté mal esclavizar a los animales. Lejos de eso, cada vez se crean más campos de concentración para suplir las altas demandas de nuestra sociedad. Comer carne no es justo para ellos. La cantidad de carne que debemos comer es cero porque cero son los animales que deben ser nuestros esclavos. Hablar de «trato humanitario» o condenar el «maltrato animal» perpetúa la esclavitud. Eso sí, reconozco que mi activismo está limitado principalmente por mi escasez de conocimientos. Nunca terminé la escuela porque mi padre me sacó para trabajar el campo. Era lo normal de la época. Ahora, soy un abuelo vegano, me ocupo de cuidar a mi nieto y el tiempo lo tengo ocupado al completo en lecturas de veganismo y salud natural. Doy paseos por la montaña e incluso muchas veces participo en carreras por esta superficie, pues la montaña es una de mis grandes pasiones junto con mi huerto ecológico.
Manuel Martin Polo vestido con la equipación del club deportivo «Unión deportiva vegetariana».
E: Tengo entendido que eres un gran aficionado al atletismo, ¿quieres contarnos algo sobre eso?
M: Claro, me encanta. Por ahí ronda el mito de que un vegano no puede ser deportista y mucho menos de alto rendimiento sin tomar proteínas de origen animal. Por lo que me he documentado y he comprobado yo mismo, es una reverenda estupidez. Corro con un club deportivo que se llama «Unión deportiva vegetariana». Cada uno de los corredores participa en las pruebas populares que desee. A mí me sirve para ir mostrando la enseña del club por donde voy y así desafiar este mito. Además, así puedo conocer a gente vegetariana interesante y hablarle del veganismo. Soy el más mayor en participar. En mi pueblo lo saben y más de una vez he oído comentarios al respecto.
E: ¿Puedes hablarnos de ese gato que vemos en la imagen?
M: Es el único animal que tengo, un gato de raza esfinge al que alimento de forma vegana. Lo llamativo es que por hacerlo recibo un aluvión críticas en internet provenientes de supuestos veganos, a pesar de que los veterinarios aprueban la dieta vegana en perros y gatos. Yo les respondo con que si alguna vez han visto a un gato cazar un atún o una ternera, dos de los animales más presentes en la comida vendida para gatos. Aunque alguien crea ser vegano por no comer animales ni vestirlos, no es vegano si sigue discriminando entre especies y ve a uno como alimento para otros. Es una forma de especismo de preferencias muy arraigada. Hay activistas que engloban esta actitud irracional en lo que denominan «el segundo adoctrinamiento». Por suerte, empieza a haber estudios académicos serios en torno a esta discriminación.
E: ¿Tu mujer e hijos también son veganos?
M: Por desgracia, no. Mi mujer tiene una dieta 100% vegetal pero lo hace por su salud y el medio ambiente. No ha hecho todavía la conexión sobre por qué los animales merecen respeto. Cuando vienen invitados no veganos, como mis hijos, ella les sirve comida especista. Yo no hago excepciones, venga quien venga. Aunque me haya dado el paso al veganismo en una etapa bastante tardía, tengo el propósito de convencer al 80% de mis conocidos. Basta con que los veganos actuales sepamos llevarle el veganismo a un par de decenas de personas para cambiar el mundo. Hay que hacerlo.