Mientras unos nos esforzamos para que la sociedad comprenda que todos los animales merecen respeto, otros se afanan en explotar y asesinar animales con el argumento de la tradición. El PP pide incluir festejos taurinos en el canal público À Punt para promover el especismo, la crueldad y la idea de que el ser humano tenga potestad para dominar a los demás animales con quienes compartimos el planeta.
Isabel Natividad Díaz Ayuso, presidente de la Comunidad de Madrid, ha expresado su recelo particular hacia antitaurinos y veganos. En esta entrada deseamos cuestionar su enfoque y condenar el reaccionismo especista basado en el alegato de la libertad personal.
¿Ésa es la clase de libertad que la señora Ayuso desea para este mundo? Y nosotros nos preguntamos: Si los veganos no estamos defendiendo a los animales cuando pedimos una ley de igual consideración para todos los animales —sean de la especie que sean— y exigimos la abolición de toda explotación animal, ¿quiénes los defienden entonces? ¿El torero? ¿El público que ve a un ser indefenso morir lentamente desangrado —como sucede en otros animales— y se regodea con un alarde de supremacismo humano?
La reacción Ayuso, presidente de la Comunidad de Madrid, no es diferente de la del resto de la sociedad
La reacción de Ayuso es exactamente la misma que la de quienes nos increpan a diario a los activistas veganos alegando que buscamos imponer la ética o que atentamos contra el «derecho de comer carne». Las acciones que perjudican a terceros, por definición, no son personales.
Típico cartel publicitario antitaurino con que las organizaciones bienestaristas tratan de ganar dinero vendiendo humo. No existen las victorias.
Prohibir la tauromaquia no logrará salvar a los toros
El movimiento antitaurino pretende lograr la abolición (realmente sólo la prohibición) de la tauromaquia sin entendimiento de los requisitos legales. Si alguien fuese tirando piedras a carnicerías con el objetivo de que la gente dejara de comer carne, podría considerarse un tremendo sinsentido. Pues la gente seguiría explotando a éstos a otros animales e implica una discriminación moral entre víctimas. Incluso aunque fuera capaz de destrozarlas todas, ¿impide que se construyan otras? La lucha actual contra la tauromaquia carece de una base coherente debido al bienestarismo y el desconocimiento de por qué hemos llegado a estos espectáculos tan crueles.
Cuando este ejemplo se traslada al caso de la lucha antitaurina, muchos activistas se empecinan en convertir A en B. Que uno salte a una plaza con el objetivo de impedir una forma de explotación animal (ha habido una elección y preferencia previa) implica privilegiar a unas frente a otras y no supone ningún tipo de concienciación para los consumidores de la misma. ¿Evita que mañana hubiere una nueva corrida? ¿Que en un municipio fuere a crearse una nueva plaza si un alto pública lo demanda? En absoluto. Si acaso, sólo tendría sentido asistir a manifestaciones para conocer gente y hacer activismo por los Derechos Animales.
En este sesgo de percepción nace de la ninguneación del valor de la demanda. Es decir, aparece porque los activistas creen que una acción existe por sí misma y no sólo debe ser reprimida; sino que piensan que lo conseguirán sin más mediante el uso de la presión y fuerza; la misma presión y fuerza que ejercemos los humanos contra otros animales y nos ha llevado a esta tesitura. Por momentos, parecieran desconocer u olvidar toda la estructura del especismo y la cosificación moral.
Si no existe concienciación, lo único que puede obtenerse con alguna mayoría es una regulación de la explotación. Éste es el caso actual del movimiento antitaurino y la razón fundamental por la cual muchos activistas se autoengañan al ver una «abolición» en una simple regulación. No se persigue reconocer derechos; sino la abolición de una forma de explotación animal por ser cruel. Eso no es abolición. Abolicionismo no significa «prohibir» a secas; sino hacerlo por reconocimiento de derechos. El cese de la tauromaquia no implicará derechos para los toros. Terminar en un matadero en lugar de en una plaza no es precisamente un «derecho» como tampoco lo era que un negro en el siglo XIX terminara ahorcado en una finca o en la plaza del pueblo; sino una mera regulación sobre el uso de la propiedad. Luchar contra una forma de explotación animal (campaña monotemática) en una sociedad que mayoritariamente acepta el uso de animales no humanos como simples recursos implica, inherentemente, una regulación sobre el uso de la propiedad según si nuestra especie considera adecuada y justificada la relación entre medios y fines.
Luchar contra la tauromaquia no implicará ningún reconocimiento legal para los toros debido a que todos los no-humanos están catalogados como propiedades humanas. El cese de cualquier forma de explotación no salva necesariamente a las víctimas (no existe un derecho reconocido que lo permitiese) ni frena el desarrollo o adaptación de otras formas de explotación que fuesen «menos crueles».
Centrarse en unas víctimas por el «maltrato» que reciben es bienestarismo y este camino sólo lleva al regulacionismo.
Captura de pantalla en donde las organización bienestarista Anima Naturalis explica por qué debemos donarles dinero. Mentiras y manipulación al poder.
Modus operandi del negocio antitaurino y sus falacias dialécticas
1) Dice que el problema está en que mueren de forma agónica y dolorosa. El uso de adjetivos innecesarios genera una imagen de masacre que no cuestiona ni emite reflexión acerca del respeto que merecen la víctimas. Centra la atención en las sensaciones, en la emoción que transmite a los sentidos. Se trata de una estrategia típica de márketing.
2) Dice que la mayoría de los españoles está en contra de las corridas, como si la ética fuese algo relativo o democrático según el número de personas que apoyan o no una actividad. O sea, como en Arabia Saudí la mayor parte de la población concuerda con el hecho de lapidar mujeres infieles a sus maridos, entonces la lapidación estaría bien… Se trata de una burda falacia ad populum. El respeto que merecen las víctimas es independiente de cualquier consideración humana. Es imposible luchar por sus derechos mientras se niega inclusive su valor moral. Resulta vital reconocer cuándo nos engañan. La dialéctica ayuda un montón.
3) Dice que busca abolir el espectáculo, no evitar la explotación de tales toros. Especifica que una razón radica en que da mala imagen a la nación española. Esto ya ni siquiera es un argumento bienestarista; sino que evoca a la filosofía kantiana del siglo XVIII, quien decía que no debíamos «maltratar» a los demás animales porque entonces seríamos más violentos con los nuestros. A pesar de ser un argumento tristemente intuitivo, es tanto falso como falaz. Nosotros no los explotamos por ser violentos, sino porque los consideramos inferiores y que sus intereses carecen de valor. Justo el mismo prejuicio que publicitan con semejante información.
4) Dice que centra en atención en San Fermín porque es el más mediático. No importa ya ni las víctimas ni siquiera si es cruento como aseguran. Básicamente es una buena oportunidad para llamar la atención y ganar dinero. Por último, pasan el cepillo. Nada de esto sería posible si los «sensibilizados» actuasen por sí mismos en lugar de enriquecer negocios como éstos.
Si eres vegano, llámate como tal y defiende el veganismo
El movimiento antitaurino no solamente lo siguen quienes se declaran antitaurinos; sino también gente que se considera vegana pero prefieren decantarse por este movimiento y decir que son «antitaurinos» para evitar un «alejamiento» en el receptor. Ese planteamiento es tanto una petición de principio (no explican por qué hablar de veganismo aleja a la gente) tanto una falacia ad consequentiam: creencia de que dicho supuesto «alejamiento» justifica cierto uso manipulado de los términos. Si un vegano fingiera ser cazador tal vez lo atendieran más dentro de un grupo de cazadores a raíz del sesgo ad hominem (mayor confianza y consideración por las ideas de quienes conforman un grupo); sin embargo, sería poco ético que uno realizara activismo engañando y mintiendo a los demás. Eso nos convertiría en comerciales desalmados; no en activistas.
Los antitaurinos afirman luchar contra la tauromaquia para «poner fin a la tortura». Sin embargo, cuando se les señala que el fin de la tauromaquia sólo cambia las plazas por los mataderos, suelen verlo igualmente como un logro. ¿Cuál logro? ¿Que no vemos su muerte televisada? Aunque mañana mismo termine la tauromaquia en todos los países no habrá habido ninguna victoria; pues casi ningún toro se salvará. Así pues, quienes celebran por lo alto que cierto municipio prohíbe alguna forma de explotación taurina, no sé si es que prefieren autoengañarse o son ignorantes. Dentro del animalismo se vuelven demasiado comunes ciertas falacias: «pasito a pasito», unionismo, nihilismo, etc.
Las víctimas necesitan que llamemos a cada cosa por su nombre. El veganismo incluye, por sí mismo, una lucha moral contra toda injusticia que padecen los no humanos como fruto de nuestra explotación. Por tanto, es innecesario e incluso contradictorio usar otros términos. Quien no desee hablar de veganismo, que hable al menos de explotación y de Derechos Animales. El antitaurinismo es una rama del bienestarismo; puesto que acepta la explotación de otros animales e inclusive de los toros si se produce bajo ciertas condiciones, algo tan absurdo y aberrante como justificar el asesinato de vacas en mataderos si no se les practica con banderillas.
Con estas premisas expuestas, ¿por qué tantos y tantos activistas están más preocupados en la acción directa para llamar la atención de la ciudadanía y de los partidos en lugar de difundir el veganismo? ¿Por qué se empeñan en ver como abolicionismo una lucha que en ningún momento podría conseguir el reconocimiento de derechos al no existir una mayoría vegana que apoye los Derechos Animales?
Cuando explico todo esto suelo recibir comentarios soberbios por parte de antitaurinos que me presentan sus currículums, ataques ad hominem y otras evidencias de que, aunque no fuese ésta su intención, realmente usan a otros animales como alter ego para liberar tensión y sentirse mejor consigo mismo mientras la tormenta no amaina ni ellos tampoco están dispuestos a aceptar los errores; sino a atacar a quien les exponga, en pocas palabras, que están tanto perdiendo el tiempo como perjudicando sus propias vidas al terminar con delitos penales sin beneficio alguno para las víctimas.
Si realmente nos importan las víctimas, invirtamos en defenderlas, en ser coherentes al mismo tiempo y no alimentar negocios que explotan la explotación animal.
El toro se erige como símbolo de una fuerza impetuosa capaz de condenar a un hombre a la muerte y éste, pues, se enfrenta para demostrar la «superioridad humana» frente a las imposiciones de la naturaleza.
Este simbolismo inició su camino al apogeo a partir del siglo XII en España, donde empezaron a realizarse alanceamientos en plazas públicas y otros lugares abiertos para festejar victorias militares, conmemorar acontecimientos o meras trivialidades del vulgo. El interés entre los hispanos medievales hacia tal espectáculo, cargado de misticismo y evocador de una apática diversión, fue en incremento durante los siglos venideros.
Ya en el siglo XV aparecen fiestas populares con sus propios designios y se documenta una mayor extensión y ritualización. El toreo propiamente dicho, en cercados de madera y con la participación de distintos integrantes, adquiere entonces unos matices reservados para la realeza.
Como sucedió con el caballo y la equitación, el gusto de la nobleza por la tauromaquia supuso una vinculación socioeconómica entre los altos estamentos, sus hábitos y aquellos aspectos por emular. Castilla era la metrópolis de la península ibérica y, a causa de ello, sus rasgos culturales se recibían con especial devoción. Algo que, hasta fecha, queda bastante patente en otros aspectos de la vida cotidiana.
La tauromaquia es un festejo en donde se le da una muerte ritual a un toro como recreación de la superioridad y dominio del ser humano frente a los animales.
La historia reciente de la tauromaquia
En el siglo XIX, la consolidación y apogeo de la ganadería vacuna a lo largo de España conllevó el establecimiento de mataderos en las grandes ciudades para suplir las demandas especistas de la población. Los fatigosos trabajos relacionados con el manejo de las reses, los cuales precisaban de cierta pericia, suscitaron fascinación en torno a distintas personalidades. Poco tiempo después se asentó la estructura de las corridas de toros que aún persiste hasta nuestros días.
A partir de dicho momento, la tauromaquia fue ganando adeptos por motivos de embeleso o tentativa para salir de las clases humildes. En el primer tercio del siglo XX vivió su era dorada y se ha mantenido en alza hasta las últimas décadas. Ahora, en el siglo XXI, todo apunta a que dejará de existir: organizaciones animalistas al pie de guerra, asiduas manifestaciones en contra, críticas y reproches de índole política, recortes para los festejos, para las academias, para los nuevos ruedos, etc.
Hoy, los toreros, taurinos y defensores de la tauromaquia escriben una verdadera Crónica de una muerte anunciada, título que escojo intencionadamente con base en la célebre obra del escritor Gabriel García Márquez, defensor a ultranza del mundillo taurino.
Nadie conoce mejor esta realidad que el propio sector. Por eso, a continuación figura una arenga que, hace un tiempo, comenzó a distribuirse entre los taurinos:
Captura de un comunicado o arenga entre grupos taurinos para defender la tauromaquia ante su crónica de una muerte anunciada.
La tauromaquia vive una crónica de una muerte anunciada
Las palabras hablan solas: algo ha cambiado en la mentalidad de este nuevo siglo. Pronto los taurinos serán minoría y quienes pasen de la tribuna a manifestarse a pie de calle sin parar para preservar su particular barbarie. No se rendirán con facilidad; mas, finalmente, la ética se impone por sí sola. Sin embargo, no cabe todavía cantar victoria ni tener una visión optimista debido a la omnipresencia del bienestarismo y el desconocimiento actual existente hacia los Derechos Animales.
Los toreros y taurinos están preocupados, y los antitaurinos están confundidos
La sociedad actual, aunque ni siquiera conozca el significado del término, es bienestarista. Esto significa que percibe a los animales como seres inferiores a quienes está bien explotar mientras no se les cause un sufrimiento «innecesario».
Este sufrimiento «innecesario» se refiere, específicamente, a aquellas consecuencias negativas para el animal que no reporten un claro beneficio personal o social. Los taurinos defienden la tauromaquia porque disfrutan con esta ritualización de la dominación humana sobre los animales; mientras que los antitaurinos rechazan la tauromaquia por una mezcla entre razones éticas o sentimentales.
Las razones éticas o sentimentales de los antiturinos se basan en que el toro sufre innecesariamente en la plaza. Dado que la mayoría de los antitaurinos no consideran que los toros merezcan el mismo respeto que se le daría a un ser humano, sólo protestan ante la muerte violenta que se le inflige. Si los toros, como las vacas, fueran asesinados en mataderos, no habría manifestaciones antitaurinas.
Los antitaurinos rechazan la tauromaquia sin defender derechos legales para los toros. Y, al mismo tiempo, olvidan a otras víctimas visibles en las propias plazas de toros.
Una conclusión sobre el debate de la tauromaquia y el enfrentamiento entre toreros, taurinos y antitaurinos
¿Son los toros las únicas víctimas de la gestión humana? No. ¿Son los toros los únicos animales que desearían vivir? No. ¿Son los toros los únicos animales que mueren a manos del ser humano? No.
La tauromaquia es una manifestación cultural que no se distingue en nada del resto de las atrocidades cometidas por nuestra especie que también conforman nuestra cultura. La única diferencia estriba en la importancia y mediaticidad que se le otorga a esta forma de explotación animal por su origen castizo y la sangre que se derrama públicamente.
La tauromaquia no más injusta que los zoológicos, los circos, la pesca, la peletería, la experimentación animal u otras formas de explotación animal. La ética únicamente juzga las acciones (el qué), no en modo con estas se produzcan (el cómo). El porqué de la explotación es siempre irrelevante para la moral, como lo es para la justicia.
Resulta erróneo hablar de maltrato animal porque el quid de la cuestión no radica en cuánto torturamos a nuestros esclavos; sino en la creencia de que tenemos legitimidad para tratar a los animales como nuestros esclavos y para definirlos legalmente como tales
No existen animales superiores o inferiores, eso reside solamente en nuestra mente discriminatoria (especismo) y marcada cultura antropocentrista. Para ser justos debemos aplicar el principio de igualdad sin discriminación entre individuos.
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