Más de 20.000 pollitos fueron abandonados a su suerte en el aeropuerto de Barajas. Esta noticia evidencia, una vez más, la disonancia de nuestra sociedad y el enfoque errado del movimiento animalista.
En consecuencia, dejaron allí tirados a estos 20.000 pollitos, en jaulas, sin agua ni comida, para que se murieran. La compañía explotadora de estos animales los había dejado en las inmediaciones de un hangar, junto al área de carga del aeropuerto, como si de una carga de objetos se tratase. Cuando fueron a rescatarlos, la mayoría ya estaban muertos o moribundos.
Acciones y reacciones por los 20.000 pollitos abandonados
Debido a que los animales están catalogados legalmente como «cosas», no se puede presentar ninguna denuncia formal contra la empresa avícola compradora. La Policía Nacional ha abierto una investigación sobre los responsables; pero dicha investigación tiene un carácter administrativo. Abandonar animales en un hangar —o en cualquier otra parte— es, legalmente, como dejar un frigorífico en la playa. El Estado puede sancionar a los culpables, sin embargo, eso no significa que los animales o los frigoríficos estén protegidos ante la ley.
Las leyes de «protección animal» no están redactadas para proteger a los animales; sino para velar por ciertos intereses humanos sobre los animales. Cabe recordar, una vez más, que un animal —objeto— no tiene derechos ante la ley. En algunos casos, tras estas denuncias se esconde un afán de protagonismo publicitario y recaudatorio.
Tales grupos no le explicarán a la gente las vicisitudes legales. Se limitan a vender humo y hacen pensar a la sociedad que este triste suceso de los 20.000 pollitos, abandonados en el aeropuerto de Barajas, sea una situación anómala o diferente de los miles y millones de animales que se transportan al día en el mundo y cuyo destino es el matadero.
De los más de 20.000 pollitos que la empresa avícola abandonó en el hangar del aeropuerto de Barajas, solamente unos 3.000 llegaron vivos a sociedades protectoras. De éstos, la gran mayoría hubieron muerto por las pésimas condiciones en que se hallaban; después de permanecer durante tantos días a la intemperie, sin comida ni agua. La crueldad de la industria alimenticia está regida por la misma mentalidad de quienes comen animales y participan en otras formas de explotación animal.
La muerte lamentable de estos 20.000 pollitos sólo habrá servido de algo si la sociedad comprende que toda esta situación está originada por el hecho de que los animales son legalmente mercancías. Carece de sentido que el movimiento animalista se indigne mientras es incapaz de entender el origen del problema, sigue hablando erróneamente de sufrimiento animal y cree que puede detenerlo a golpe de clic. El abandono y el maltrato animal son las consecuencias esperables y coherentes de un marco legal y social totalmente especista y antropocéntrico.
De nada nos sirve querer, amar y cuidar a unos animales si, al mismo tiempo, participamos en la explotación de otros animales por ignorancia o indiferencia.
Una conclusión sobre los 20.000 pollitos abandonados en el aeropuerto de Barajas
Millones de pollos y gallinas son criados y asesinados sistemáticamente por la industria avícola y la industria del huevo. En nuestra mano queda dejar de participar en su explotación y defender sus derechos como se merecen todos los animales. Las grandes organizaciones animalistas sólo exigen jaulas más grandes o cambiar la trituración de pollitos macho por gaseamiento al estilo nazi. Eso no tiene nada de justo.
La explotación de pollos y gallinas por la industria avícola y la industria del huevo
Tanto los pollos criados para carne como las gallinas explotadas para huevos pasan toda su vida confinados en jaulas o en el suelo de naves industriales (carne ecológica o huevos de corral).
Los pollos terminan en el matadero de aves apenas unos meses después de su nacimiento, cuando la curva de crecimiento alcanza su máximo respecto a la biomasa consumida. Y, las gallinas ponedoras se pasan en la granja unos dos años, aproximadamente, hasta que su producción de huevos desciende por desgaste fisiológico e innumerables lesiones internas. Entonces, todas ellas, por lotes, acaban enviadas al matadero.
La industria del huevo no mostrará en sus anuncios que todos los pollitos macho de la raza criada para la obtención de huevos son asesinados al nacer mediante trituración mecánica o asfixia en bolsas de plástico —y lo mismo ocurre en las granjas «ecológicas»—. El consumo de huevos conlleva que la vida de las gallinas ponedoras no correrá mejor suerte. Todos los animales esclavizados están condenados a la privación de libertad, al hacinamiento y al asesinato.
La industria del huevo causa una tragedia desde la eclosión
A primera vista, la fotografía superior podría ser impactante para algunos e irrelevante para muchos. Resulta comprensible; pues pocos conocen los aspectos lamentables de la explotación de animales y apenas algunos individuos humanos hacen la conexión con otras formas de explotación animal peor vistas en nuestra civilización moderna, como los festejos cruentos, la tauromaquia, los zoológicos o la peletería.
Arriba tenemos a un pollito macho —situado sobre una cinta transportadora en uno de los numerosos centros de cría de la industria del huevo— que está a punto de caer a la trituradora después de que una sexadora (trabajadora) haya comprobado su sexo. ¿El resultado? Le toca morir triturado por haber nacido macho; pues sólo las hembras ponen huevos.
Durante su corta vida, a los pollitos macho sólo les da tiempo de palpar el frío de una lámina metálica bajo las patas y un entorno viciado por el olor del vitelo desparramado y los cadáveres de sus hermanos de ciclo. ¿Asesinar a un animalito recién nacido? ¿Qué sentido tiene?, no faltará quién se lo pregunte.
Los pollitos recién nacidos tienen un futuro trágico en la industria del huevo. Si nacen machos, serán asesinados de inmediato. Si nacen hembras, serán asesinados cuando dentro un año y medio descienda su producción de huevos.
No existe ninguna industria ética basada en la explotación animal, la industria avícola y la industria del huevo no son una excepción
En la industria del huevo, sólo las hembras —«gallinas ponedoras»— salen rentables de mantener. Alimentar a un pollito macho significa invertir comida y espacio en un nohumano con una tasa de engorde menor al de la raza empleada para carne, es decir, una pérdida de beneficios potenciales.
Así pues, incluso aunque la misma empresa se dedicase a ambos negocios, optaría por explotar dos razas diferentes. Esto se aplica tanto a la crianza intensiva como esa cosa tan mal llamada «orgánica» o «ecológica». Los dos modos más usuales de efectuar este «descarte» de pollitos macho son trituración o asfixia. Esto último lo practican amontonando pollitos en bolsas de plástico; los cuales terminan falleciendo al quedar aplastados entre ellos.
La miseria de las gallinas ponedoras y de otros animales esclavizados por la industria avícola
Como han expuestos otros autores, el consumo de huevos implica consumo de esclavitud en el sentido tradicional del término. Las leyes «Bienestar Animal» únicamente sirven para calmar conciencia popular e incrementar la rentabilidad de una industria decadente mientras el consumidor mantiene su conciencia tranquila.
A los consumidores les resulta más cómodo seguir creyendo que exista un modo «correcto» de esclavizar y cosificar a un individuo por no pertenecer a nuestra especie si se mantienen unos ciertos límites establecidos. Tal como sucede en sociedad para asuntos entre humanos, nos tranquiliza nuestra propia suposición y fe en la existencia de un control externo.
La industria del huevo —y las restantes basadas en la explotación animal— publicita a diario la mentira de que dichos animales estén perfectamente cuidados y de que su bienestar compatibilice a la perfección con una esclavitud sistematizada. Sin embargo, a pollitos y a gallinas se los priva de experimentar una vida mínimamente próxima a la cual tendrían en su estado salvaje, y apropiada con sus necesidades y preferencias.
Y el problema, cabe recalcar, no reside en que estén en una jaula. Poco importa si ahora la mayoría van a ser criadas sobre el mugriento suelo de un corral sin ventilación ni luz natural; sino, ante todo, en que están cautivas y son propiedades del ser humano.
El hacinamiento es una consecuencia esperable de la búsqueda del rendimiento económico. Se hacina animales por la misma razón por la que se plantan semillas de tomates, maíz y trigo muy pegadas las unas a las otras: para ahorrar espacio. No nos importa que, al hacerlo, vulneremos sus intereses inalienables.
Las gallinas y otros animales explotados no son libres aunque aparezcan «sueltas» en el campo. Todos los animales pertenecen a un amo, y el mero hecho de existir para extraerles un producto (el consumo de huevos) implica que carecen de libertad y que no se respeta su integridad.
La mentira del trato humanitario para gallinas, pollitos y otros animales esclavizados
La atención veterinaria que recibe de un animal esclavizado en la industria del huevo o en cualquier otra industria —para bien o para mal— se correlaciona con su valor mercantil. Al fin y al cabo, la industria del huevo decide asesinar a los susodichos pollitos macho porque el valor inicial de éstos es 0€ y el valor futuro —un par de céntimos— carecería de salida comercial.
Todo animal esclavizado acaba de camino al matadero cuando alcanza el máximo precio del mercado con respecto a la curva general del mantenimiento de la explotación. En determinadas fechas, a la industria ganadera le resulta provechoso recibir ingresos sin invertir ningún esfuerzo en la crianza.
Una ciencia sin ética conduce a cometer todas las atrocidades imaginables. A raíz de nuestro desprecio hacia las vidas de otros animales, no dudamos aprovechar nuestros conocimientos científicos para modificar sus cuerpos como si fuesen máquinas.
Hoy, un ave seleccionada con el fin de engordar aumenta de peso varias veces más rápido que sus predecesoras de mitad del siglo XX. Para prueba de ello, un dato: durante la década de los cincuenta, el proceso de engordamiento cesaba entre los 84 y 91 días para las gallinas destinadas a convertirse en carne; actualmente, se requieren tan sólo 40 o 45 días. Transcurrido ese periodo, tales ejemplares suben al camión pertinente con un valor aproximado de 0,50€ (variable según zonas).
La industria del huevo, y el contexto especista en que vivimos, existe por la instrumentación de un ser considerado moralmente un objeto. A los pollitos, las gallinas y otros animales esclavizados no se les brindará nada por encima del fin que hemos dispuesto para ellos. A diferencia de lo que suele creerse, el consumo de huevos —junto con la leche y miel— fomenta una terrible esclavitud análoga al de otros animales no humanos.
Asimismo, dentro del convulso contexto animalista, hay quienes comentan a menudo que no tiene nada de malo aprovechar los huevos dejados por gallinas «propias» que están «libres» por su finca.
En primer lugar, todo lo proveniente de un individuo (sangre, saliva, etc.) le pertenece a dicho sujeto. Éstas no nos han dado su consentimiento —ni pueden— para que se los quitemos. Robárselos quebranta el principio de igualdad. Que dejen sus huevos tirados por ahí sin aparente atención no nos da permiso para apoderárnoslos. En muchas ocasiones, los engullen para recuperar parte del calcio perdido en cada puesta.
Aunque no nos consideremos sus verdugos y pretendamos lo mejor, cualquier aprovechamiento del producto generado por otro animal implica tratarlo como recurso para un fin y negarles el reconocimiento de sus derechos.
Y, por otra parte, las gallinas actuales ponen tantos huevos como fruto de la selección artificial —en su mayoría mueren por descalcificación crónica— y no son libres cuando sus «cuidadores» obtienen un beneficio de ellas. Para cuidarlas de verdad se requiere dejar de consumir sus productos y, a ser posible, una intervención veterinaria para evitar que continúen sufriendo esa descalcificación.
El consumo de huevos conlleva financiar el encierro, hacinamiento, esclavitud y asesinato de millones de animales esclavizados en la industria del huevo u en otras.
El fracaso y la traición de las medidas bienestaristas
Ante esta realidad que viven millones de pollos y gallinas, criados y asesinados sistemáticamente por la industria avícola y la industria del huevo, otros partidos y organizaciones animalistas se limitan a señalar la crueldad de la explotación avícola y piden jaulas más grandes o que los pollos y las gallinas tengan acceso al exterior. Lo que quiere un pollo o una gallina es vivir sus vidas tranquila y pacíficamente; no estar un poco mejor durante su corta existencia antes de que los pongan pico abajo en un cono de degüello para rajarles la garganta.
Las campañas bienestaristas contra la trituración de pollitos macho
En los últimos años ha cobrado fuerza el planteamiento erróneo de luchar contra la trituración de pollitos machos en la industria del huevo —los machos de esta raza no son rentables debido a que no producen huevos—. La trituración de pollitos macho es una mera consecuencia de la cosificación a la que están sometidos los pollos y las gallinas; proponer el gaseamiento de tales animales —al estilo nazi—, tal como proponen otros partidos y colectivos animales es poco menos que una aberración basada en el autoengaño y en la búsqueda de soluciones superficiales.
A los animales, pollos y gallinas explotados por la industria avícola y la industria del huevo en este caso, no les basta con vivir un poco mejor antes de terminar degollados por egoísmo. Pedir jaulas más grandes o el gaseamiento, como alternativa a la trituración de pollitos macho, incurre en una traición flagrante hacia las víctimas. Exigir menos que su libertad significa anteponer nuestros intereses a los suyos.
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