Los sellos de bienestar animal son un invento reciente de la industria, en alianza con organizaciones animalistas, para lavar la imagen de la explotación animal. Inicialmente iba a mostrar la ilustración de un sello de bienestar animal como ejemplo, pero un colage ayuda a imaginar mejor cuánta creatividad tienen los humanos —y las organizaciones animalistas a la cabeza— a la hora de blanquear las más absolutas perversidades. ¿Alguien aceptaría un sello de bienestar humano?
Gracias a las organizaciones animalistas tenemos sellos de bienestar animal tan elocuentes como éste. Únicamente en una sociedad atestada de especismo cabría que tantos los emisores como receptores de esta imagen no torcieran el gesto. Ni siquiera han tenido el detalle de editar la imagen para suprimir los crotales con que les perforan las orejas. Incluso en los daguerrotipos y en las fotografías del siglo XIX en donde aparecían negros esclavos se cuidaban de que no aparecieran encadenados o con bozales puestos si se quería dar buena imagen. Desde luego, tengo claro que si todavía existiese la esclavitud humana, habría organizaciones «humanitarias» que propondrían sellos de bienestar humano análogos a éste.
¡Gracias organizaciones animalistas!
Un sello de bienestar animal no proviene, en teoría, del invento de un «geniecito maligno» al estilo de Descartes. Tales sellos de bienestar animal son el resultado del trabajo conjunto de la industria de la explotación animal y de sus relaciones públicas: las magníficas organizaciones animalistas.
¡Oh! Dichosas organizaciones que dicen defender a los animales y tanto los defienden que no pasa ni un mes sin que promuevan una pegatina nueva que poner sobre una bandeja con filetes de ternera por tal de que la gente siga comprando carne y consumiéndola con tranquilidad y en convencimiento ciego en que alguien, en alguna parte, controla que a tales animales asesinados, casualmente, no les importó estar en la fila sangrienta y hedionda de un matadero —a menos que el matadero venga a tu casa— y que recibieron el cuchillo o la pistola de pernos que sujetaba el matarife con un placer boato de quien da su vida por los demás.
Esta pequeña imagen pertenece a una campaña publicitaria de la organización animalista Certified Humane, la cual, sin tapujos, promueve a las empresas que adquieran sus sellos de bienestar animal para mejorar así las ventas a cambio de un «presupuesto» previo.
Las organizaciones animalistas, como la dichosa Igualdad Animal, son las primeras que promueven que la falsa idea de que es peor consumir aquellos «productos» —¡viva la cosificación!— que no siguen «estándares compasivos» —un eufemismo más para la saca— y aplauden, bajo contrato, a aquéllas empresas con las que han pactado un logo, una cámara en el matadero o cuatro estupideces variadas. Dicen importarles el «maltrato animal» mientras fomentan por dinero la crianza y asesinato de millones de animales al decirle a la sociedad que está bien hacerlo. ¡Qué maravilla!
Si creía haber visto todo, lo que se lleva la palma es que incluso los gobiernos empiezan a sacar tajada de hipocresía animalista. En imagen vemos una campaña del propio gobierno de Colombia, en la cual otorga un sello de bienestar animal llamado «sello zoolidario» —previo pago, obvio— según su calificación del trato que les dé. No me imaginaba hasta ahora que fuese «solidario» aumentar la velocidad con que se mata a un sujeto en un centro de exterminio. Me pregunto si les preguntan a los animales sobre lo cómodo que están o sobre el método de ejecución que prefieren. Es grotesco.
¿Alguien se imaginaría un sello de bienestar humano?
La sociedad humana no justificaría jamás la existencia de un sello de bienestar animal aplicado a humanos porque sabe que ningún ser humano encontraría «bienestar» alguno al atravesar estas situaciones, sin embargo, no se percata o no acepta que esto también es verdad para las víctimas que no son humanas.
El problema de fondo radica en que el engañado consumidor, cual masa irracional y títere de intereses ajenos que fusionan con los suyos, centra el asunto en esa entelequia abstracta e incuantitativa que se llama «sufrimiento». Un término de ésos que parece profundo pero que, en realidad, no significa más que una sensación negativa hacia algo. De manera que si el humano medio opina que se puede o se deben eliminar esas «sensaciones negativas» que los animales acostumbran a sentir cuando son manipulados, coaccionados, violentados y asesinados… pues, ¡hala!, todo solucionado. ¿Verdad?
Matadero móvil de la empresa sueca Hälsingestintan con su lema «Etisktkött» (carne ética). Los mataderos móviles se han vuelto populares en la ganadería ecológica para explotar un nicho de mercado basado en la hipocresía. Las pobres vacas y los terneros que se ven en la imagen, entre otros animales, no son conscientes de que les han traído a casa el lugar donde serán asesinados por el lucro, el egoísmo y el placer de los seres humanos con el beneplácito cómplice de las organizaciones animalistas, las cuales aplauden llamándolo «sacrificio humanitario».
En el año 2015, la empresa sueca Hälsingestintan lanzó el primer matadero móvil de Europa para el asesinato sistemático —sacrificio— de ganado vacuno. Hoy, esta empresa y otras más ya están implantadas en Suecia y Finlandia, y van abrirse paso por toda Europa y el mundo entero para satisfacer las demandas de la industria y de las grandes organizaciones animalistas, es decir, para satisfacer de las demandas de quienes viven de explotar a los animales y de quienes viven de explotar la explotación de los animales, respectivamente.
Tal invención consta de simples camiones o tráilers dotados de un dispositivos, máquinas y utensilios de alta tecnología destinados a la inmovilización, asesinato, desmembramiento y descuartizamiento de animales, así como de la rápida congelación de los cadáveres resultantes. Todo ello, cómo no, supervisado por un equipo de veterinarios encargado de vigilar que los animales fallezcan en tiempo récord y ensucien lo menos posible para que la matanza rente al máximo y los consumidores tengan la conciencia tranquila al saber que esos pobres animales no tuvieron que pasar por el infierno del transporte tradicional…
Ilustración con las partes de un matadero móvil. Según la publicidad vertida desde el sector ganadero, los mataderos móviles suponen una disminución ostensible del gasto y tienen todas las garantías sanitarias. Constan de un vehículo compartimentado en varios espacios y adaptado con lo necesario para para ejercer el asesinato de estos animales domesticados. Todo ello publicitado bajo los eufemismos de «sacrificio humanitario» y «carne ética».
El cinismo de las grandes organizaciones animalistas
A las grandes organizaciones animalistas siempre ha parecido «preocuparles» la deshidratación de los animales durante el transporte, así como de los posibles accidentes hasta que llegaban al matadero. Sin embargo, nunca les ha importado que aquel viaje fuese el primero y último para unos individuos que deseaban seguir viviendo. Ahora, gracias al trabajo en conjunto de la industria junto con las organizaciones animalistas, podrá obtenerse carne a un menor costo y, para colmo, podrán venderlo como una victoria del bienestar animal aduciendo que, a partir de este momento, los animales sufrirán menos.
Según la mente cínica y aberrante de la industria y de sus cómplices, esta innovación «se trata de un concepto ético para la producción de carne, que elimina todo el estrés del proceso de transporte, mejorando así el bienestar animal, porque el ganado se sacrifica en la granja. […] El concepto también incluye una cadena de custodia digital, informando al cliente de qué granja exactamente proviene el animal. El objetivo es lograr la producción de carne sostenible, con mejor bienestar de los animales y calidad de la carne» [Fuente].
¡Qué contentos se van a poner los animales! Ya no tendrán que ser llevados de madrugada a cientos de kilómetros para llegar al matadero o pasar una noche en vela hasta el comienzo de las «faenas», ahora directamente serán llevados a un camión dentro de su parcela o redil a base de porras eléctricas y terminarán degollados en tiempo récord.
Guau, ¡cuánto bienestar! Seguro que incluso a los inventores de estos mataderos móviles les gustaría probarlos. ¡Qué progres somos! ¡Cuánta humanidad! ¡Cuán humanitario es todo! Qué apañados son estos términos, pues tienen la extraordinaria virtud de suavizar cualquier cosa que se les ponga por delante. No entiendo de veras en qué cabeza cabe usar los términos «sacrificio humanitario» o «carne ética» cuando no hay ninguna manera ética de asesinar a quien no quiere morir ni de extraer los tejidos corporales de una víctima asesinada. Lo que tienen los eufemismos es eso: son eufemismos para ocultar una fea verdad.
Como bien ha comentado mi compañero activista Manuel Gil Estévez: «¡Qué buen rollo! Sólo falta que pongan unas butacas para visionar y controlar que la muerte sea lo menos traumática posible, y asegurarse así de que todo vaya conforme a la ley de bienestar animal».
¡Qué contentos se pondrán las vacas y su terneros! ¡Qué gran avance de eso que llaman «bienestar animal»! Ahora la vaca podrá ser descuartizada en el mismo prado donde se le ha permitido estar un par de años y su propia cría podrá contemplar cómo despiezan a su madre. Tanto los cadáveres de la madre como de la cría engrosarán las listas de eso que llaman «sacrificio humanitario» para obtener «carne ética». Maravillas de eso que llaman «progreso».
Mataderos móviles en España
Los mataderos móviles han empezado a aplicarse a la comunidad autónoma de Galicia y se prevé que en los meses y años subsiguientes lo haga en las restantes comunidades. Según fuentes consultadas, en Galicia hay más de 21.000 explotaciones de ganado ovino y caprino, que suman un total de 215.000 individuos esclavizados. Los mataderos móviles permiten reducir el alto coste del traslado de tales esclavos a los centros de exterminio —mataderos—, y evitará que cerca del 70% de los asesinatos se realicen de forma irregular. Y dichas «irregularidades» no les quita el sueño a ninguno por las víctimas, sino porque el Estado pierden millones en impuestos.
La pela es la pela, bien lo saben los animalistas de Igualdad Animal, Anima Naturalis, Libera, PETA, The Humane League y toda la mafia bienestarista. Lo gracioso del asunto es que uno de sus mantras más repetidos es que ellos luchan por el bienestar animal porque esto le supone más gastos a la industria. No dirás, por supuesto, que estas nuevas prácticas de sacrificio les permitirá agregar un sello de «carne ética» a los ya conocidos sellos de «carne ecológica» porque habrá tenido un «sacrificio humanitario». Mienten más que hablan.
Muchas organizaciones animalistas han descubierto un nuevo filón consistente en reunir socios y donaciones para detener o rodear camiones a las puertas de los mataderos. Lejos de importarles las víctimas, tales organizaciones lo venden como unas «experiencias inolvidables» para demostrar «compasión por los animales». En la práctica tenemos más vividores de la explotación animal y a muchos animalistas hipócritas que buscan hacer su buena acción del día y subir un ‘selfie’ en Instagram para verse a sí mismos como héroes. No quisiera saber qué van a hacer si se les cierra este chiringuito.
Reflexiones sobre la recepción social de los mataderos móviles
La única forma de ser justos y coherentes con los animales es dando el paso hacia el veganismo y defendiendo el cese de toda forma de explotación animal. Considerando lo que ya ha sucedido, de lo que ya se ha hablado y de cómo piensa un grueso social especista e ignorante pastoreado por gobiernos corruptos, empresas sin ética y organizaciones sin escrúpulos, daré por terminado este breve artículo sobre los mataderos móviles y sus proclamas publicitarias sobre el «sacrificio humanitario» y la «carne ética» citando las reflexiones que ha vertido mi compañero activista Igor Sanz:
Pues hala, ahí tienen ustedes. Un nuevo triunfo que sumar al palmarés bienestarista. Tantos años denunciando las condiciones en que se transporta a los animales al matadero han dado por fin sus frutos. A partir de ahora, las víctimas serán degolladas y desangradas en la familiaridad de su entorno. Un gran logro… Un gran logro para los ganaderos, digo, que verán reducidos sus costes al mismo tiempo que se reconcilian con los consumidores (una vez más).
También salen ganando los grupos animalistas, que tendrán en estos mataderos portátiles una excusa potencial para futuros reclamos de donaciones. Entretanto, podrán hacer alarde de ellos como prueba de su eficacia proclamada. Algún partido les sacarán, descuiden. Aquí las únicas que salen perdiendo son las víctimas y la justicia (sin olvidar, por supuesto, a esas personas a quienes les encanta parar camiones a las puertas de los mataderos para sacarse fotos acariciando vacas y cerdos aterrorizados).
Las normativas de «bienestar animal» son quizá uno de los mejores exponentes de la capacidad de alienación social. Y no sólo por lo ridículo de concebir siquiera la idea de «bienestar» en relación a esclavos destinados a su engorde, asesinato y troceado (que también), sino por el hecho de que están diseñadas… ¡por la propia industria!
Son quienes explotan animales quienes determina cuál es la forma «correcta» de tratarlos y quienes se reparten entre sí sus propios distintivos de aprobación. Vamos, es como si se legalizase la prostitución y fuesen los proxenetas quienes determinaran cuáles han de ser la condiciones de las prostitutas. Es surrealista. Todo lo relacionado con el especismo lo es.
El bienestar animal y la carne ecológica son unos conceptos meramente publicitarios y un instrumento lucrativo de las organizaciones animalistas para vender sellos de bienestar animal. Que esta vaca esté en un prado verde no significa ni que sea libre ni que sea feliz. No existe ningún bienestar en ser marcada, inseminada, separada de tus crías y terminar en el matadero. Todos los animales domesticados son esclavos, tanto en un sentido legal como biológico.
¿Qué es el bienestar animal?
En ciencias aplicadas, el bienestar animal se refiere al estudio empírico del bienestar objetivo (corporal) y subjetivo (mental) de los animales no-humanos esclavizados para intentar asegurar que sus condiciones materiales permiten el buen desarrollo de la explotación y la calidad del producto que se pretende conseguir. Es un área de estudio que se practica dentro de la veterinaria o la zootecnia.
En muchos lugares lo llaman, sin pudor, una «nueva ciencia». Eso es falso. En primer lugar, porque no tiene nada de nuevo aplicar la ciencia a la productividad de una industria; ya hablemos de objetos o seres cosificados. En segundo lugar, porque el fin de la veterinaria, desde su origen en la Antigüedad, siempre ha sido velar por el bienestar animal para permitir o garantizar la explotación de los animales. Y, en tercer lugar, una ciencia pudiera definirse como un campo de estudio realizado mediante una metodología y unas técnicas que buscan recabar y estudiar datos objetivos.
El bienestar animal se convierte en una consideración completamente subjetiva cuando se pretenden establecer relaciones entre variables fisiológicas y psicológicas para concluir que el bienestar del animal de turno es bueno o malo.
¿Están afirmando tales «expertos» que conocen una fórmula mágica para evaluar la felicidad animal frente a la esclavitud? ¿En qué se basan? ¿En los niveles de cortisol en sangre? ¿Les dice el cortisol en sangre qué siente la vaca cuando la separan de su cría? ¿Se pondrán a hacer estadísticos multivariantes para tratar de entender qué siente un cerdo en la línea del matadero? ¿Dirá un estudio de hormonas en sangre si la carne obtenida puede denominarse «carne ecológica» o no?
La industria de la explotación animal y sus aliadas —las organizaciones animalistas— promueven la idea de que existe un paradigma ético en la esclavitud animal y que sea posible explotarlos con cariño, amor y compasión. Todos los animales, con independencia del tipo de crianza, reciben el mismo trato y obtienen el mismo final. Que su cadáver pueda ayudarse «carne ecológica» o no, es una estupidez.
La mentira del bienestar animal
A diario nos encontramos con anuncios publicitarios que tratan de mostrarnos un supuesto bienestar animal en las granjas, ganaderías y otras explotaciones ganaderas; muchos de los cuales reciben el apoyo, la colaboración y difusión explícitos de organizaciones animalistas (por ejemplo, PETA). Si bien los humanos acostumbramos a criticar supuestos casos de sexismo o racismo en la publicidad, no somos tan conscientes de cuándo nos venden especismo, una mentira para que el consumidor siga financiando un negocio aberrante.
En el caso de la explotación animal, esa mentira reconfortante se llama «bienestar animal». No existe tal cosa como la «ganadería ecológica», la «carne ecológica» o ni tampoco los productos con «garantía del bienestar animal» conllevan ningún tipo de respeto a los animales. El bienestar animal es un fraude para tranquilizar conciencias. En los enlaces que aparecen a lo largo del artículo podrá ahondar en argumentos y casos específicos.
El «bienestar animal», como ocurrió igualmente —aunque con menos tecnología— hace siglos con el «bienestar negro», se presenta con dulces palabras, una sonrisa ante las cámaras, caricias y elementos rimbombantes (danza, música clásica, masajes en el lomo, etc.) que se practican «en favor» del ganado o de otros animales.
La sociedad ha olvidado que, no hace mucho, bien entrado el siglo XIX, se vendía todavía la imagen tranquilizadora, mostrada en periódicos y folletines, de que los negros esclavos en plantaciones de azúcar vivían incluso mejor que la mayoría de los blancos. Eso comentaban nuestros antepasados tan alegremente.
Para entonces, las organizaciones humanitarias asumían el mismo rol depravado que las actuales organizaciones animalistas: colaboraban para perpetuar el statu quo de la industria por motivos económicos. A tenor de que los humanos no suelen aprender de la historia o tan siquiera llegan a conocerla, hoy demasiados consumidores de «carnes ecológicas» creen una vaca «vive bien» porque un supuesto ganadero la acaricia en un anuncio o porque aparece «libre» en un prado verde y lozano, entre innumerables ejemplos similares.
Es para echarse las manos a la cabeza y preguntarle a la sociedad: ¿te gustaría a ti ser un esclavo bien tratado? ¿Qué crees que pensaban los esclavos humanos cuando se vendía esta imagen de ellos mismos en los campos de algodón desde la época colonial?
Los animales con quienes compartimos el planeta están subyugados por nuestra especie y sólo se diferencian de los seres humanos de antaño en que a ellos también los explotamos como alimento. El hecho de que los animales son nuestros esclavos se evidencia en que los usamos como simples medios para nuestros fines, y en que los criamos y asesinamos (fabricar y destruir) como cualquier objeto creado por el ser humano. Entonces, partiendo desde la premisa palpable de que son criados, manipulados (marcados, castrados, descornados, etc.) y asesinados, ¿cómo cabe esperar que entre estas acciones haya un «buen trato»?
Es más, ¿cómo calza eso de un trato ético con que finalmente terminen en el matadero? ¿Forma parte dicho destino final de una «ética humanitaria»? ¿Cómo es posible que las autodenominadas organizaciones animalistas defiendan y promuevan tales aberraciones?
La esclavitud humana frente a la de otros animales
Comparar la esclavitud humana y la esclavitud animal no es un capricho de los activistas veganos. El veganismo y los Derechos Animales están basados en los mismos argumentos racionales que forjaron los Derechos Humanos, a saber, que tanto un humano como otro animal valora su vida, defiende su integridad y no quiere ser privado de libertad. En ambos casos se produce que grupos humanos con poder determinan que únicamente los miembros de su grupo tienen derechos.
Todos los humanos, por el simple hecho de contar con unas altas habilidades cognitivas, podemos aprovecharnos de los demás animales. Sin embargo, si no consideramos justo abusar de otros humanos más débiles (p. ej: niños) o con una deficiencia cognitiva, ¿por qué acaso va a estar bien aprovecharnos de de los animales?
La empatía, que motiva y alienta a multitud de animalistas, debiera llevarlos a profundizar en las razones de por qué cometemos tales actos contra otros sujetos por pertenecer a una especie diferente. Cabe basarnos en nuestra propia sintiencia (sensibilidad) para ponernos en su situación y así comprender por qué merecen respeto en lugar de sólo «bienestar». El «bienestar animal» es un paradigma engañoso que pretende mejorar la productividad e imagen pública de la explotación animal.
Las organizaciones animalistas intentan asumir el rol de «agencia moral» de los animalistas y entran en complicidad con la industria para tratar de suavizar y manipular la opinión pública para que el consumidor medio mantenga su conciencia tranquila mientras no hace nada o creer salvar animales siendo antitaurinos.
Ternero recién nacido y marcado en la oreja. La mayoría de los machos terminará en el matadero a los pocos meses sin haber probado una gota de la leche de su madre. En la industria del huevo, otro ejemplo típico, los pollitos macho son triturados el mismo día en que eclosionan. Para las organizaciones animalistas, estos hechos no existen o forman parte del «bienestar animal». Los consumidores tratan de tranquilizar sus conciencias pensando que alguno de esto es «natural».
Ignorancia voluntaria y fe en el bienestar de los esclavos
Como ya se ha explicado, el bienestar animal es un concepto subjetivo y vacío, un aforismo comercial, un reclamo para incautos, crédulos y gente que se necesita encontrar un sentido a sus acciones ególatras y su mentalidad especista cuando participa, trabaja o paga para que un animal sea criado, hacinado, manipulado y asesinado sin sentirse culpable por ello.
Por muy educado y asertivo que uno intente ser, basta con explicar esto mismo en público y siempre saltan vegetarianos —u otros hipocritarianos— y veterinarios que se ponen prepotentes y violentos cuando, además, se critica a los zoológicos porque ellos trabajan o quieren especializarse en ellos. A todos ellos les sale su vena irracional y especista por un claro conflicto de intereses.
Resulta desolador que la sociedad general no quiere saber adónde va el dinero que paga y prefiere creer que existe esa entelequia llamada «bienestar animal». No quiere saber si el dinero va destinado a separar familias, a inseminar forzosamente a hembras, a vender crías recién nacidas, a comprar o fabricar herramientas de tortura o asesinato, o a encerrar, electrocutar o descuartizar individuos que querían seguir viviendo y un largo etcétera. No quiere saber que los humanos estamos exterminando a todos los animales sobre la Tierra.
En el caso de los demás animales, la mayoría de la gente considera que a ellos les valen las simples caricias cuando su vida se basa en ser un producto de consumo cuya fecha de caducidad está marcada en una oreja desde el nacimiento. Las organizaciones animalistas, ni cortas ni perezosas, se limitan a reforzar este prejuicio para sacar tajada.
No existe una igualdad práctica entre humanos y otros animales porque no existe una asunción de igualdad moral, es decir, es imposible en la práctica que exista un trato igual de justo para un miembro ajeno a nuestra especie porque los humanos consideramos dogmáticamente que sólo los miembros de nuestra especie merecen consideración moral.
Este fenómeno, tan bien descrito por múltiples autores, es el especismo, un prejuicio moral que lleva a la sociedad a pensar que los demás animales sean seres inferiores y que, por ende, no merecen el mismo respeto que aplicamos a otros seres humanos. La analogía con el racismo es evidente.
Mucha gente se indigna ante estas «comparaciones odiosas» cuando condenamos el concepto de «bienestar animal» y de «carne ecológica» pero ninguno de tales individuos es capaz de argumentar por qué, según ellos, la esclavitud animal sea excusable. Pensar que existe una ética para nosotros y otra diferente para ellos ha causado las mayores aberraciones de la humanidad. Y, por supuesto, las organizaciones animalistas jamás publicarían un cartel semejante. No sólo porque consideran igualmente que los animales son seres inferiores, sino porque hacer sentir culpable a la gente no da dinero.
Una revisión histórica sobre la esclavitud humana
Comencemos con la historia de la esclavitud humana: evidentemente, los esclavos no hubieran podido por sí mismos abolir su esclavitud si no hubiera habido otras personas que se solidarizaran con su causa. Es cierto que hubo revueltas violentas y acciones políticas; pero éstas no habrían tenido lugar ni efecto hasta nuestros días si un porcentaje de la población no afectada (blancos) no hubiera transformado, en algún un momento, su visión acerca de la moralidad de la esclavitud. Primero, hubo movimientos de divulgación en la sociedad, y esta información caló en un pequeño grupo de gente, el suficiente para, por ejemplo, organizadas jornadas y boicots para la liberación de esclavos, unas liberaciones clandestinas en que participaba gente de raza blanca.
Antes de estos hechos y mientras tanto, también había reformistas que abogaban por solamente mejorar las condiciones de los esclavos negros. Sin embargo, los reformistas no condenaban la injusticia de la explotación y, por ello, no concienciaban a nadie sobre por qué era injusto tener esclavos o aprovecharnos a su costa.
El cambio aconteció cuando se alcanzó un porcentaje poblacional tal que provocó las movilizaciones sociales que propiciaron la abolición de la esclavitud. Aunque hoy en día siga habiendo individuos racistas (y quizás siempre los haya), la sociedad general rechaza de pleno el racismo y la esclavitud, es decir, el prejuicio por el cual una raza se siente superior a otra y el fenómeno por el cual explotamos a otros sujetos por dicho prejuicio.
Cabe señalar que la liberación directa de animales, aunque legítima como el caso de los esclavos negros, es un asunto más complejo y delicado que en el de los humanos porque tales animales, muchas veces, carecen de hábitat o no pueden valerse por sí solos. Por ello, el boicot a las granjas de explotación animal, entre otros, es algo que rechazamos generalmente los activistas educativos porque no sirve para generar esa masa social consciente que se necesita.
La historia del negocio animalista y su relación con el fraude del bienestar animal
Al igual que durante los largos siglos de la esclavitud negra, las organizaciones animalistas y las empresas de la actualidad afirman seguir unos «estrictos protocolos» de «bienestar animal» basados en «compasión» y «respeto» hacia los animales «para consumo humano», lo cual, cualquiera con estudios en zootecnia sabe que no son sino directrices y regulaciones pertinentes que permiten incrementar la producción animal y los ingresos de venta.
Tales beneficios se producen directa o indirectamente, por un incremento de la productividad, un incremento del valor del producto o de la demanda por parte de consumidores que están dispuestos a pagar más por una pegatina sobre un envoltorio de plástico que les diga que los tejidos descuartizados de ese animal («carne ecológica») están en una bandeja con film porque lo mataron a cosquillas o fue el propio animal el que voluntariamente decidió poner fin a su vida, se subió al camión y avanzó en la línea del matadero sin necesidad de que les dieran con una porra eléctrica en las grupas y nalgas para hacerlo avanzar…
Frecuentemente, las organizaciones animalistas de corte neobienestarista —ya que ninguna actualmente se atreve a asumir públicamente su bienestarismo— abogan por el «bienestar animal» y argumentan que las regulaciones son un medio para conseguir la abolición de la explotación animal.
Otros más escépticos y, por ende, bienestaristas implícitos, se resignan a que nunca llegará el día de la abolición de la explotación de animales no humanos, y por ello, justifican las regulaciones alegando que el «bienestar animal» ayuda a los animales y que es lo mejor y mayor que podemos conseguir por ellos. Ahora bien, ¿hay alguna evidencia histórica que nos señale que regular la explotación de individuos trae como consecuencia la abolición?
Las primeras leyes de bienestar animal datan de 1824 en Inglaterra. En aquella época, se constituyeron asociaciones de bienestar animal que recibían donativos de gente «compasiva» y «sensibilizada» que se dedicaban a detectar formas de «maltrato animal» y denunciarlo. Fueron bastante vehementes, por ejemplo, con la tracción animal y el maltrato a los caballos que entonces se explotaban cotidianamente en las calles de las grandes ciudades. Sin embargo, no condenaban el propio hecho de que se los montase o se los obligase a arrastrar cargas. Hasta hoy, la explotación ecuestre y de otros animales sigue siendo vigente.
¿Se requieren más pruebas para demostrar que los animales seguirán sufriendo injusticias mientras la sociedad participe en su explotación? Si no se promueve un cambio de conciencia, las regulaciones habidas o por haber no solucionarán nada para los animales.
¿Cuál ha sido desde 1824 la aportación más importante del bienestar animal?, ¿jaulas más grandes?, ¿sin jaulas?, ¿asesinatos «humanitarios» para obtener «carne ecológica»? Si dichas organizaciones animalistas hubieran promovido el abolicionismo, como en el caso de la esclavitud negra, ya habría en el mundo un porcentaje mucho mayor de veganos conscientes del problema de la cosificación de los animales no humanos, conscientes de su estatus de propiedad, ante la ley y ante la sociedad, y que estaríamos luchando codo con codo para educar a más y más personas humanas.
Así no ha sucedido porque las organizaciones animalistas obtienen mucho más dinero pactando con la industria y porque, si desaparecieran las injusticias que padecen los animales, se les acabaría el chiringuito. Sólo cuando los seres humanos queramos entender y reconocer el valor de la vida en los demás animales, entonces habrá algún tipo de justicia práctica. El desconocimiento, la fe y la credulidad no son buenas conductas que permitan el progreso social en ningún sentido.
Dado que la práctica depende primero de la ética y ésta depende a su vez de los razonamientos lógicos, no cabe tampoco ese desprecio generalizado entre muchos presuntos activistas hacia la teoría vegana o sus puntos más controvertidos por prejuicios especistas.
Tal desprecio les nace a raíz de que quieren ejercer acciones para salvar vidas sin asumir primero la necesidad de formarse. Los animales esclavizados están desprotegidos por partida doble: quedan a merced de la industria y de activistas que quieren acabar con la injusticia sin siquiera entender conceptos básicos ni conocer el origen de la explotación animal. Los animales no necesitan «héroes», sino a gente con las ideas claras.
La última gran maniobra de la industria, dirigida a quienes nos les importan los animales sino si su consumo puede suponer un gran impacto en el medio ambiente, es la propaganda de la mal llamada «carne ecológica». No existe tal cosa por dos razones.
En primer lugar, todo animal criado por el ser humano, incluso cuando el ganadero evita el uso de antibióticos, hormonas y otras sustancias comunes, todos están obligados por ley, o por un sentido de la rentabilidad, a alimentarlos con todo tipo de sustancias que llegan a ser perjudiciales para los consumidores y más, si sabe, cuando se infiltran en las tierras a partir de sus deposiciones. Y, en segundo lugar y más importante, conviene recordar que la FAO hizo hace poco un estudio titulado «La larga sombra del ganado» sobre el impacto de la ganadería y en éste expuso:
En total, a la producción ganadera se destina el 70 por ciento de la superficie agrícola y el 30 por ciento de la superficie terrestre del planeta.
La ganadería intensiva es la culpable directa de más de la mitad de los gases de efecto invernadero, eutrofización de aguas y ocupación de tierras fértiles. Y, para colmo, frente a la publicidad de la «carne ecológica», muestra que la ganadería extensiva y tradicional supone una ocupación todavía mayor de tierras que, dada la población humana, es absolutamente inviable.
Como trata de representar este cartel activista, el bienestar animal equivale a permitirles elegir a los esclavos el tipo de reja, alambrada o vallas que los mantengan confinados y cautivos.
El bienestar animal y la carne ecológica es la crónica de una muerte anunciada
A pesar de nuestro pasado, la razón siempre termina imponiéndose y lo hará por nuestras obras. Decenas de miles de familias vivían de la trata de esclavos negros en el siglo XIX. También temían como los que más el cese de la esclavitud negra, pero, por fortuna, la ética está por encima de los intereses de quienes «viven del ganado». Únicamente les quedará cambiar su modelo de negocio a uno que no implique explotar animales o desaparecer.
El veganismo ha llegado para combatir una injusticia histórica. Y esto no lo decimos (argumentamos) «cuatro fanáticos», sino algunas de las mentes más brillantes de nuestro tiempo. Hacerse vegano es dar un paso hacia la justicia universal. No tiene ningún misterio.
El «carnismo» es un concepto ideado por la autora bienestarista Melanie Joy para referirse a una forma específica de especismo según la cual a los animales se los reduce como objetos para carne.
¿Por qué el concepto de «carnismo» está errado?
Entre veganos o gente afín al veganismo y a los Derechos Animales suele aparecer la palabra carnismo. Esta palabra es un artificio ideológico de la ensayista Melanie Joy, quien se refiere en su obra «¿Por qué amamos a los perros, nos comemos a los cerdos y nos vestimos con las vacas?» a un «sistema invisible de creencias» que considera a otros animales como meros productos cárnicos.
Melanie Joy copia el concepto de especismo y lo reduce a una de sus infinitas manifestaciones. Sin embargo, ¿qué tiene de peculiar esa expresión de supremacía en concreto? ¿Qué tiene de peculiar el hecho de considerar a otros animales como objetos para carne que no tenga el hecho de considerar a otros animales como objetos para vestimenta, en transporte, en instrumentos de laboratorio, o en elementos para el entretenimiento? Por tanto, el «carnismo» sería ni más ni menos que un tipo concreto de expresión especista.
El «carnismo» no existe; pues todas las formas de explotación animal, incluidas aquéllas para alimentación, son una mera consecuencia del especismo. Lo que existe es una ideología explícita y muy visible que trata a los animales como recursos para satisfacer los deseos humanos. Sí podemos decir, además, que existe un prejuicio específico de creer que la carne sea necesaria. Se me ocurre que puede ocurrir por tres razones:
Los humanos confunden el sentido de «omnivoría» al confundir posibilidad de «poder comer de todo« con la «necesidad de comer de todo».
Los humanos siempre han asociado la carne a la riqueza, al igual que, por ejemplo, la explotación ecuestre. Pues es un artículo de lujo.
El concepto de «carnismo» no tiene nada de nuevo. Es una copia literal de la noción de especismo, a la que se le pone otro nombre y se limita artificialmente al hecho de considerar a otros animales cual medio para servir de carne a los humanos. No hay nada nuevo en lo que argumenta Melanie Joy. No aporta ninguna novedad que no hayan repetido muchos otros autores que analizaron el especismo, comenzando por Richard Ryder y el adalid bienestarista Peter Singer.
Melanie Joy no condena el uso de animales en sí mismo —sólo la violencia explícita— y un problema añadido de este término, además de ser inconsistente, radica en que puede resultarles agradable a quienes rechazan la explotación animal para carne pero justifican o participan en otras formas de «explotación compasivas» o sin aparente sufrimiento, como montar a caballo. A esas personas sin duda les conviene mucho la obra de Melanie Joy para así no cuestionar sus propias posiciones especistas.
El «carnismo» sirve para intentar justificar una discriminación privilegiada sobre la carne al mismo tiempo que se ignora el resto de la explotación animal; lo implica considerar que unas víctimas, explotaciones o procedimientos sean mejores o peores que otros. Esto es todo lo contrario de lo que pretende el veganismo y los Derechos Animales.
Por sus argumentos empleados, se observa que Melanie Joy se posiciona dentro delbienestarismo. Éste se resume en la idea de que la única cuestión relevante a la hora de relacionarnos con los otros animales es tener en cuenta el bienestar que ellos experimentan. Al bienestarismo no le importan conceptos morales tales como la libertad, la dignidad, la igualdad, los derechos, el valor inherente. Sólo le preocupa el bienestar y todo lo demás queda ignorado o supeditado a un incoherente criterio de bienestar.
De hecho, Melanie Joy menciona expresamente al pensador utilitarista Jeremy Bentham, quien fue el creador filosófico del bienestarismo, como su punto de referencia moral. Además, ella apoya las reformas de «bienestar animal» sobre la explotación de los animales con la excusa de que eso supuestamente «reduce el sufrimiento»; lo cual resulta bastante más que discutible.
Banteng (Bos javanicus), una especie de bóvido del sureste asiático.
Motivos para desechar el concepto de «carnismo»
El «carnismo», aparte de ser un reduccionismo artificioso del especismo, es una noción perjudicial para la concienciación de la sociedad. La razón para desechar este concepto obedece al deber activista de ser precisos en nuestro mensaje y no incurrir en sesgos que puedan desembocar en malentendidos. Carece de coherencia concienciar a la gente de manera restringida sobre la carne e ignorando adrede el resto de las formas en que se explota a los demás animales.
A veces, hay quienes esgrimen que separar entre formas de explotación animal facilita el entendimiento por parte de los ciudadanos. La defensa de este término, no en vano, proviene de aquéllos que promueven campañas monotemáticas bajo el argumento falaz de que así se consiguen pequeñas mejoras. En absoluto. Cualquier reduccionismo de la realidad desemboca en una comprensión limitada y parcial del problema.
Siguiendo la exposición de Sergio Greif podríamos clasificar a los animalistas en dos grupos según sus posiciones ideológicas: los partidarios de la «Liberación Animal» y los partidarios del «Bienestar Animal». En otras palabras: los defensores de la liberación animal y los asesores de la explotación animal. Estos últimos se denominan «bienestaristas» y constituyen lo que actualmente entendemos como organizaciones animalistas.
Los primeros defienden que los animales no humanos sean liberados de nuestra opresión, es decir, que dejen de ser considerados como «seres inferiores», y como objetos y recursos para beneficio humano. Postulan que los animales sean considerados como sujetos de derechos y sea abolido su estatus de propiedad. Asimismo promueven el veganismo como un imperativo moral. A nivel activista, hay diferencias de opinión sobre la manera adecuada de conseguir liberar a los animales, pero el activismo educacional es una de las opciones más apoyadas y es la que yo considero como la más apropiada.
Los segundos defienden que los animales sean tratados de forma «compasiva» o «humanitaria». No consideran que merezcan derechos no defienden que dejen de ser propiedades humanas; sino que se limitan a exigir que se los trate de una forma algo más «humanitaria». Se oponen al «maltrato»; pero no a la explotación y esclavitud de los animales no humanos.
Los bienestaristas defienden que la explotación animal sea reformada legalmente y, en ocasiones, que se prohíban algunos determinados usos que consideran «crueles». Los bienestaristas no pretenden ninguna revolución del paradigma actual sino que sólo pretenden una modificación de la tiranía que los humanos ejercemos sobre los otros animales.
No importa cómo te audenomines a ti mismo. Lo que importan son tus palabras y acciones. Si tus palabras y acciones son soporte para la explotación de los animales entonces no defiendes su liberación.
Origen y auge de los bienestaristas
Esta ideología utilitarista se vio reforzada por las obras del filósofo Peter Singer. sin embargo, No nos dejemos engañar por su libro titulado «Liberación Animal»: lo relevante al final son las ideas y las acciones; no las etiquetas. Ese libro, aunque denuncia el especismo, defiende la posición del «Bienestar Animal» y está basada en la filosofía del utilitarismo.
El propio Singer explica en el prólogo de este libro que él estuvo influido al titularlo por expresiones como «liberación de las mujeres» y denominaciones similares que se pusieron muy en boga durante la década de los 70 del siglo XX cuando lo escribió. Pero la elección no fue acertada; puesto que Singer no defiende en ningún momento que a los animales se los libere de la dominación humana —no defiende su emancipación—; sólo propone una reforma en la manera en que esclavizamos a los demás animales.
Singer reforzó la mentalidad antropocéntrica y alentó la formación de grupos animalistas que se convirtieron en asesores de la explotación animal.
Los bienestaristas actúan como asesores de la explotación animal
Casi todos los grupos autodenominados «animalistas» están conformados por bienestaristas. Tal es el caso de Mercy For Animals y también de IgualdadAnimal. Estos colectivos se dedican a asesorar sobre la forma «correcta» de explotar a los animales. Con dicho adjetivo se refieren a una hipotética manera en que no les causase sufrimiento, o bien, el menor sufrimiento posible.
En una reciente noticia aparecida en la publicaciónSin Embargovemos un ejemplo notorio que ilustra la posición bienestarista:
«Por su parte, Mercy for Animals pide firmar aquí para solicitar a las autoridades que fortalezcan las leyes, protejan a los animales y aseguren que sean insensibilizados antes de que se les corte la garganta.»
Aquí comprobamos que los bienestaristas actúan como asesores de la explotación animal. No estoy usando ninguna figura retórica cuando digo que son asesores. Los bienestaristas son literalmente asesores de la explotación animal. Ellos están a favor de la explotación de los animales, y colaboran en que ésta se mantenga, aunque les preocupa el sufrimiento que les causamos y pretenden reducirlo. Si bien, como veremos ahora, el bienestarismo no ayuda a reducir ese sufrimiento ni a evitarlo.
En otra campaña similar, la directora de «Igualdad Animal México» denuncia que la normativa legal no se cumple en los mataderos y exhorta a que los animales sean asesinados cumpliendo con lo que dice la ley de «Bienestar Animal». Por tanto, «Igualdad Animal» funciona en la práctica como una asesoría para los explotadores institucionales y así la gente pueda estar tranquila sabiendo que los animales supuestamente son «sacrificados sin dolor».
Consecuencias de las acciones bienestaristas
Lo que hacen los grupos bienestaristas al difundir ese tipo de medidas no es ayudar a los animales —que seguirán siendo agredidos y asesinados igualmente— sino que están reforzando la idea de que si los animales «sufren menos», o no sienten dolor en el momento de matarlos, entonces es aceptable usarlos de comida. Lo que hacen al promover esa medida es reforzar el mito de que puede haber una explotación «humanitaria». Pero se trata sólo de eso: de un mito.
Los bienestaristas muestran con sus investigaciones que esas leyes de «bienestar animal» no protegen ningún bienestar real y que su contenido consiste sistemáticamente en vulnerar los intereses básicos de los animales para el beneficio humano: su interés en continuar existiendo, su interés en evitar el daño, su interés en no estar sometidos a la voluntad ajena.
Nos encontramos con el asburdo de que los bienestaristas reconocen que estas leyes no funcionan para proteger a los animales y se incumplen sistemáticamente en la abrumadora mayoría de los casos ¡pero insisten en defenderlas a pesar de la toda evidencia del fracaso del «Bienestar Animal» como presunta estrategia para beneficiar a los animales explotados.
Lo que sí consigue el engaño del «bienestar animal» es perjudicar todo el trabajo que hacemos en favor del veganismo, porque el bienestarismo refuerza la creencia de que está bien explotar animales si no se hace de forma «cruel», que es precisamente lo que buscan los explotadores institucionales con esta propaganda. Gracias al apoyo de los grupos bienestaristas, los explotadores institucionales se presentan ante el público como «compasivos» y «humanitarios» con los animales. Esto no ayuda a los animales, sólo ayuda al beneficio de la explotación animal como actividad económica; lo cual agrava y perpetúa el sufrimiento de tales víctimas.
«Organizaciones exigen que el maltrato y la tortura registrada en los rastros y granjas en México sea considerado como un delito que se castigue con cárcel, para así garantizar un trato digno para los animales».
Esto es, según las organizaciones bienestaristas matar a los animales para servirnos de comida es compatible con darles un «trato digno». Según ellos, usarlos como recursos y mercaderías es compatible con darles un «trato digno». ¿Estaríamos de acuerdo en hablar así si se tratara de seres humanos?
En la misma noticia, la directora de «Igualdad Animal México», Dulce Ramírez, declara que ellos buscan que los animales queden inconscientes antes de matarlos:
«Mientras los animales sigan siendo asesinados para convertirse en comida, lo menos que podemos hacer es asegurarnos de que estén inconscientes antes de que los abran a puñaladas o los sumerjan en tanques de agua hirviendo […] Es momento de fortalecer las leyes en México para ayudar a prevenir este tipo de crueldad en contra de los animales. Esta es una medida de sentido común, urgente y necesaria, que aliviaría en gran parte el sufrimiento de millones de animales al año»
¿«Lo menos» que podemos hacer es asegurarnos de que las víctimas estén inconscientes en el momento de matarlas? ¿Y cómo se supone que van a conseguir eso? ¿Van a estar los bienestaristas vigilando en cada ejecución de cada matadero del país asesorando a los matarifes? Además, ¿qué sucede con todo lo anterior a la ejecución? ¿Acaso los animales no padecen toda clase de coacciones y agresiones contra su integridad física?
El uso de animales incumple todos los principios éticos básicos y, además, ni siquiera se puede excusar apelando a la necesidad, ya que no necesitamos consumir animales para vivir y tener buena calidad de vida.
Las leyes anti-crueldad no sirven para proteger a los animales ni pueden funcionar de esta manera, porque no se crearon para proteger los intereses de los animales sino que su función consiste en proteger la eficiencia de la explotación animal. Todos los partidarios de la explotación animal están a favor del «Bienestar Animal», porque saben bien que esto favorece sus intereses, y no los intereses de los animales que explotan.
Este fracaso del «Bienestar Animal» como supuesta herramienta para proteger a los animales ha sido analizado detalladamente en su trabajo por el profesor Gary Francione,quien explica que esta aparente preocupación por el bienestar de los animales está en realidad motivada por la preocupación real acerca de la eficiencia de la explotación.
Estas leyes persiguen como objetivo que la explotación de los animales mejore en su productividad y rendimiento económico. Pero si ese rendimiento puede continuar adelante sin acatar dichas leyes esto será lo que suceda. A los responsables de esas leyes no les preocupará que se incumplan mientras la explotación funcione adecuadamente, porque el objetivo del «Bienestar Animal» no es proteger a los animales —si así fuera comenzaría por condenar su explotación— sino proteger el bienestar de la industria y de sus consumidores.
La propia organización IgualdadAnimal al comienzo de su vida denunciaba el Bienestar Animal que ahora apoya y promueve; tal y como se puede ver, por ejemplo, en este artículo del año 2007 titulado «Reformar la esclavitud como forma de perpetuarla: el caso del consumo de carne de ternera». No hay un solo dato que indique que la situación haya cambiado desde entonces. Los bienestaristas simplemente han decidido apoyar una estrategia que saben que no ayuda a los animales; pero que saben que les proporciona ingresos económicos para financiar sus sueldos.
Los bienestaristas descubrieron un filón económico basado en la compasión
Los bienestaristas descubrieron que mucha gente prefiere dar dinero a organizaciones antes que tener que cambiar sus hábitos y costumbres. Descubrieron además que mostrando imágenes de granjas y mataderos industriales aumentaba la demanda de gente dispuesta a dar dinero para que se terminara con la «crueldad» hacia los animales. Así han creado un lucrativo negocio.
En última instancia, los bienestaristas proponen como opción —no como obligación moral— que no comamos animales porque entienden que ésa sería la «mejor» manera de evitar el sufrimiento de los animales. Pero ellos no están en contra de la explotación, sólo están en contra del sufrimiento:
«Por favor, firma la petición para instar al Gobierno federal a que sea un crimen matar a los animales mientras estén aún conscientes y puedan sentir dolor. [Hacerlo] sería un paso en la dirección correcta, pero en última instancia, la mejor manera de que los individuos compasivos protejan a los animales de granja de la crueldad y el sufrimiento innecesario es simplemente dejarlos fuera de nuestros platos”, exhortó a la sociedad en general.»
Los bienestaristas consideran que explotar animales no es intrínsecamente inmoral, y sólo les importa la manera en que lo hagamos. Su ideología se basa en la filosofía del utilitarismo, y esta filosofía postula que sólo importa reducir el sufrimiento y aumentar la felicidad en términos generales. Cualquier cosa que consiga ese objetivo es aceptable para el utilitarismo aunque suponga utilizar a los individuos como simples recursos y destruir sus vidas para lograr ese objetivo. Los bienestaristas llevan a la práctica esa filosofía en el contexto de la relación entre los humanos y los demás animales.
Una síntesis del problema actual de los bienestaristas
Los bienestaristas defienden que hay una formas «mejores» que otras de explotar a los animales. Pero cualquier forma de explotación que supuestamente cause menos sufrimiento que otra ya es «mejor», con lo cual el bienestarismo sirve para condonar cualquier forma de explotación siempre que podamos compararla con otra que supuestamente fuera «peor». Y siempre podremos encontrar otra que sea peor en el sentido de conllevar más daño y sufrimiento a los animales.
El bienestarismo no reduce el sufrimiento sino que lo agrava, porque favorece que los animales sean explotados de la peor manera posible para así poder proponer indefinidamente reformas para conseguir «mejorar» la explotación, que en todos los casos será siempre violenta y brutal.
El bienestarismo existe dentro del mismo esquema mental que el especismo: ambas ideologías consideran que los demás animales son cosas —«cosas que sufren»— que existen para estar a nuestro servicio y disposición y que carecen de personalidad moral y derechos inalienables. Nada de esto tiene que ver con respetar y defender a los animales. Esto es defender que los animales sigan siendo explotados. Los bienestaristas son los asesores de los explotadores institucionales. Son los colaboracionistas de la opresión.
Hay una perspectiva moral diferente y opuesta a la del utilitarismo o bienestarismo: la filosofía de los Derechos Animales. Según esta filosofía, dejar de consumir animales no es la «mejor» opción; es la única. Ante la explotación animal dejar de consumir animales es la única manera de respetar a los demás animales. Por la misma razón que ante la esclavitud humana, dejar de esclavizar a seres humanos no es la «mejor manera»; es la única manera de ser respetuosos con los seres humanos. Dentro de esta filosofía se encuentra su base fundamental que es el veganismo.
Podemos elegir entre trabajar por liberar a los animales de la opresión o podemos elegir apoyar que sigan siendo explotados bajo leyes que dicen que son tratados de forma «humanitaria». Pero antes de elegir deberíamos tener claro que apoyar el «Bienestar Animal», y la regulación de la esclavitud animal, no puede ser coherente ni compatible con la primera opción.
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