Muchos miembros de nuestra sociedad dicen o creen estar en contra de diversas injusticias mientras las excusan y justifican. Si la sociedad no comprende los Derechos Humanos, no puede entender los Derechos Animales.
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La sociedad adolece de un déficit de ética
En múltiples artículos, he dedicado largas explicaciones sobre cómo afrontar el activismo vegano. Entre mis menciones más habituales suele estar la autocrítica de señalar qué hago o hacemos mal los activistas en nuestro empeño de trasladar las bases del veganismo y de los Derechos Animales al resto de la ciudadanía. En esta entrada, por el contrario, quisiera lanzar una reflexión respecto a las dificultades inherentes de nuestro activismo debido a las carencias educativas, reflexivas y culturales de nuestra sociedad.
Al hacerlo, puede ocurrir que la otra persona vaya captando las bases de nuestros argumentos. Aunque muestre rechazo o exprese disconformidad, este primer paso de comprensión se vuelve indispensable para poder continuar.
En estas circunstancias, también puede suceder justo lo contrario: que el oyente excuse o rehuya de cualquier analogía o reflexión. Con bastante frecuencia, hay quienes, en este contexto, empiezan a justificar la explotación animal alegando que también verían bien en humanos ciertas acciones injustas.
Por ejemplo, recientemente mantuve una conversación en persona con una mujer que justificaba la experimentación científica en animales —entre otras formas de explotación animal— señalando que tampoco le parecía mal la experimentación forzada en humanos, incluidos bebés y niños, si esto salvaba la vida de millones de personas [humanas].
Este tipo de afirmaciones acontecen porque, en nuestros días, el grueso de la sociedad no comprende los Derechos Humanos. Una gran parte cree que conoce el significado de conceptos como el «respeto» o la «tolerancia», aun cuando su mentalidad asumida es la del utilitarismo moral, es decir, la asunción de que las acciones son correctas o incorrectas según la relación subjetiva entre el beneficio o perjuicio que causa en unos para beneficio de otros.
Si alguien con plenas facultades justifica la experimentación forzada u otras formas de explotación humana significa, inherentemente, que no ha comprendido ni reflexionado sobre lo que son los «intereses inalienables», los «derechos» ni acerca del propio significado de los Derechos Humanos.
Para que un miembro de la sociedad humana alcance a convertirse en vegano se vuelve imprescindible que posea algunas nociones éticas básicas. Dada la grave escasez de principios en muchos humanos, el principio humanitario cobra una especial relevancia para sentar una base ética en tales personas.
Las guerras o las manifestaciones violentas son otro ejemplo actual de que la humanidad adolece de un déficit de ética. Si la sociedad no comprende los Derechos Humanos, no puede progresar hacia la justicia. Dicha escasez limita gravemente los avances en materia de Derechos Animales.
Conclusión
Los activistas veganos, como herederos de quienes una vez fueron abolicionistas de la esclavitud negra, nos encontramos con unas enormes obstáculos para trasladar nuestro mensaje. Tales dificultades no dependen únicamente de nuestras habilidades verbales, de nuestra dialéctica o de nuestro conocimiento sobre diversas materias con que refutar falacias, falsedades y otras prácticas.
Muchos activistas veganos preferimos decir que somos veganos en lugar de animalistas. En esta entrada explicamos por qué muchos veganos decimos que no somos animalistas.
¿Los activistas veganos decimos que no somos animalistas?
Los veganos, en sentido estricto, somos animalistas porque presentamos una postura ideológica respecto a nuestra relación con los animales. Sin embargo, muchos activistas veganos, como la mayoría de las personas veganas en su día a día, preferimos recalcar que somos veganos o incluso llegamos a afirmar que no somos animalistas.
Al mismo tiempo, acontecen otros sesgos habituales, como el especismo de preferencias. Este prejuicio es el responsable de que muchos animalistas se indignen especialmente por las acciones sufridas por unos animales y no por otros. Esta doble vara de medir se convierte en una herramienta muy lucrativa para organizaciones animalistas que basan su discurso en unos animales por una mera razón de simpatía social.
Los videojuegos son una de las expresiones artísticas más recientes en la historia de la humanidad. Como en cualquier arte, el especismo de nuestra sociedad se plasma en los videojuegos. En este artículo se hace una revisión de tres juegos ARK: Survival Evolved, Stardew Valley y Planet Zoo.
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Una revisión sobre el especismo en los videojuegos
Cabe aclarar, de antemano, que este texto no tiene la intención de ser exhaustivo. Si me dispusiera a escribir un artículo sobre todos los ejemplos de especismo encontrados en los videojuegos, saldría un tratado de cuatro millones quinientos mil tomos, por lo menos. Además, no he jugado —ni creo que nadie— a todos los juegos del mundo ni tendría tiempo para analizar los matices de cada uno. Dado que hablamos de obras de ficción, no existe una razón ética para que alguien vegano se niegue a jugar, e incluso a disfrutar, juegos marcadamente especistas. Si bien, resulta comprensible que nuestros profundos cambios éticos nos impidan divertirnos como lo hacíamos antes.
¿Y cómo puede ser esto posible? Pues, a mi juicio, porque todos los juegos se basan en el patrón de esfuerzo-recompensa que caracteriza nuestro instinto lúdico. Los elementos involucrados son, hasta ciertos punto, meros decorados que nos llevan desde un estado A —en que no tenemos, no podemos, no alcanzamos a hacer algo— a un estado B —en que logramos nuestros objetivos— con fines recreativos.
Los videojuegos actuales siguen el mismo patrón que los clásicos. En la mayoría de los casos, los animales aparecen como recursos o elementos del paisaje que dotan de vida un entorno antropocéntrico.
Tres ejemplos paradigmáticos del especismo en los videojuegos
Entrando ya en materia, me conformaré con señalar tres videojuegos: ARK: Survival Evolved, Stardew Valley y Planet Zoo. Hablo sobre estos juegos con conocimiento de causa porque los he jugado durante más o menos tiempo. Los he elegido, entre una larga lista, porque su enfoque, argumento y desarrollo fomentan la explotación animal al partir desde una visión antropocéntrica distinta:
«ARK: Survival Evolved» refleja la visión antropocéntrica de los animales como bestias irracionales, cuyo dominio reafirma nuestra supremacía.
ARK: Survival Evolved
«ARK: Survival Evolved» es un videojuego de supervivencia que sitúa al personaje en un lugar ficticio donde hay criaturas de la Era Secundaria (dinosaurios, especialmente). Nuestro avatar es un hombre o una mujer desnudos, cuyos rasgos físicos podemos personalizar antes de cada partida, que se despierta en una isla —u otro mapa seleccionado— y debe cazar, construir un refugio y realizar diversas acciones para sobrevivir.
Nuestro personaje puede fabricar herramientas, máquinas y construcciones diversas; así como domar dinosaurios para usarlos como monturas, herramientas de trabajo y de guerra. Se trata, en líneas generales, de un juego que combina las mecánicas de «Minecraft» y de un battle royale multijugador en tiempo real permanente.
«Stardew Valley» refleja la visión antropocéntrica de los animales como seres que aceptan el manejo humano y con quienes mantenemos una relación mutualista y romántica.
Stardew Valley
«Stardew Valley» es un videojuego independiente, realizado por un único programador, en que el jugador hereda la granja de su abuelo y se muda al campo para «vivir de la Tierra». En este juego podemos practicar la agricultura, la ganadería, la minería, luchar contra todo tipo de criaturas ficticias y, en definitiva, construir una «finca de ensueño» con su invernadero, hortalizas, árboles frutales, corrales, establos, etc.
Ha sido tal el éxito de este videojuego, desde que se lanzó al mercado en el año 2016, que incluso hay publicado un artículo académico que busca analizar la relación entre el éxito comercial —su único creador se ha convertido en multimillonario— y el desconocimiento de los ciudadanos urbanitas sobre el mundo rural.
«Planet Zoo» refleja la visión antropocéntrica de los animales como recursos naturales que requieren conservación para evitar una desaparición de especies que perjudique a nuestros intereses.
Planet Zoo
«Planet Zoo» es un videojuego que permite a los jugadores construir su propio zoológico. Ya ha habido muchos juegos anteriores de esta temática; pero éste destaca por incorporar gráficos en alta definición, mecánicas muy realistas y por intentar imitar el comportamiento de los animales.
Como en la vida real, «Planet Zoo» permite a los jugadores esclavizar —virtualmente— a más de 90 especies animales que el ser humano disfruta cosificando como objetos movientes en un museo. Hasta aquí no habría nada destacable. Sin embargo, el juego sorprende por su enorme realismo. Integra todo tipo de opciones para la instalación de vallados, alambradas electrificadas, torres de vigilancia, e incluso podemos contratar guardias con fusiles armados y listos para disparar a cualquier animal que ose querer ser libre.
¿Te suena en algo al juego que mantienen las organizaciones animalistas con las empresas dedicadas a la explotación animal? Eso sí que es un verdadero mutualismo. Cualquier parecido con la realidad es simple coincidencia…
Los videojuegos también son un reflejo positivos de los avances éticos de nuestra sociedad. En «Stardew Valley», Marnie, la ganadera del pueblo, le comenta al jugador que se cuestiona si a las gallinas les sienta mal que ella les robe sus huevos. Todo el mundo puede hacer la conexión en algún momento de sus vidas.
El senador de Arkansas, Tom Cotton, da el argumento de que esclavitud fue un mal necesario. Este argumento respecto a negra en Estados Unidos sigue vigente en la sociedad para justificar la esclavitud animal.
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Las ideas de hoy tienen un pasado
La sociedad actual es el resultado de nuestra historia. Por ello, en los activistas veganos nos esforzamos por estudiar y analizar el origen, régimen y evolución de la esclavitud humana para así entender mejor cómo podemos conseguir la abolición de toda forma de explotación animal. En este artículo, queremos ahondar sobre cómo muchos de los argumentos existentes que tratan de justificar la esclavitud animal proceden —y todavía surgen— de la esclavitud humana. En concreto, vamos a cuestionar la creencia arraigada de que la esclavitud —humana o de otros animales— fue o es un mal necesario.
Para facilitar la comprensión de nuestro mensaje, hemos querido rescatar una noticia reciente que se ha hecho viral en redes sociales. Se trata de las palabras del senador republicano de Arkansas, Tom Cotton, quien presentó un proyecto de ley para impedir el uso de fondos federales en lo que él considera una reinterpretación de la historia de Estados Unidos:
Tal como lo expresaron nuestros próceres, [la esclavitud] fue un mal necesario sobre el cual se construyó la unión, pero la unión se construyó de manera tal, como dijo [el presidente Abraham] Lincoln, que puso a la esclavitud en la senda hacia su extinción final.
Como se observa, Tom Cotton alega el argumento de que la esclavitud fue un mal necesario. Esta visión, al contrario de lo que pudiera parecer a simple vista, no significa que este senador u otros humanos con este pensamiento sean racistas.
El origen de una antigua falacia respecto a la esclavitud negra
Como podemos leer en «Vida de un esclavo americano contada por él mismo», una obra magistral de la literatura testimonial de la esclavitud negra del siglo XIX, los esclavistas sureños repetían la idea de que el progreso iba asociado necesariamente con la esclavitud. Para aquel entonces, se argumentaba que los avances científicos y tecnológicos, así como la propia construcción de infraestructuras civiles, requería de una ingente mano de obra esclava que proporcionara los cimientos de una nueva nación. Y eso se les inculcaba a los niños y jóvenes.
Según los propios esclavistas, los humanos de raza negra tenían un carácter sumiso, una mayor fuerza y una serie de características ideales que los convertía en unos «subhumanos» perfectos para realizar aquellas tareas más arduas que exigían la construcción y mantenimiento de un imperio, de Estados Unidos. Así pues, de acuerdo con esta visión cosificadora, los negros debían servir al hombre blanco para que éstos crearan una sociedad de progreso que, paradójicamente, también los beneficiara con mejores herramientas de trabajo y atenciones médicas.
El argumento de que la esclavitud fue un mal necesario, y de que aporta beneficios para los esclavos, se muestra en nuestros días bajo la falacia de que está bien encerrar animales en zoológicos para «conservarlos» y de que ahí dentro están mejor que en la naturaleza.
Tom Cotton incurre en una falacia aplicada a la esclavitud animal
No es casualidad que, a tenor de las analogías empíricas, sociales y éticas existentes entre la esclavitud humana y la esclavitud animal, los humanos no duden en buscar, encontrar o recordar las mismas falacias con que hace dos siglos se intentaba justificar la violencia, tortura y asesinato de seres humanos.
Los humanos con plenas facultades tenemos el deber moral de respetar a todos los animales. Ayudar a los animales, ya sean domesticados o libres en la naturaleza, se engloba en el conjunto de acciones deseables o virtuosas mientras se ajusten a la ética.
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Los humanos tenemos el deber moral de respetar a los animales
Debido a la dificultad y al escaso dominio social en lo referido a conceptos teóricos, en esta entrada quisiera facilitar la comprensión de nuestro deber moral en lo tocante a la ayuda, solidaridad u auxilio aplicado hacia los animales. ¿Tenemos acaso el deber moral de ayudar a los animales? ¿Tenemos el deber de rescatar animales abandonados, de salvarles la vida si se encuentran en peligro, de ayudarlos en la naturaleza o de intervenir entre sus acciones?
Para entender cuándo es ético o virtuoso ayudar a los animales, primero debemos comprender que ninguno de ellos existe para servirnos ni tenemos legitimidad para usarlos como recursos. Estos peces koi quedan reducidos a meros objetos de decoración en un estanque japonés.
¿Qué es un deber moral?
Como he señalado en otras entradas, los humanos tenemos el deber moral de respetar los intereses inalienables de los animales. Esto ocurre así porque un deber moral es una obligación racional y ética que se desprende de nuestra voluntariedad y responsabilidad ante nuestras acciones o sucesos desembocados por éstas. Es decir, tenemos el deber moral de hacernos cargo de las consecuencias, racionalmente argumentables, que se hayan generado a raíz de nuestros actos sobre otros individuos —o los elementos relacionados con la vida de tales sujetos— porque somos agentes morales (sujetos responsables de sus acciones).
Establecer que ayudar a los animales es un deber moral significaría afirmar que tenemos la obligación de dedicar nuestras vidas al servicio de terceros. Esto no es racionalmente justificable en tanto que un sujeto siempre es un fin en sí mismo; no un medio para un fin.
Entonces, ¿dónde queda nuestra empatía y nuestro altruismo? ¿Es correcto o preferible ayudar a los animales ante las desgracias que sufren sin que ello sea un deber moral?
Aquellas acciones que realizamos por el bien de terceras personas, sin que exista una responsabilidad moral de realizarlas, se encuadran en lo que denominamos una virtud. Sin embargo, una acción sólo puede constituir una virtud cuando tales acciones no implican la explotación del individuo ayudado ni la de terceros.
La empatía y el altruismo no convierten una acción en ética aun cuando nuestras intenciones fueren buenas y genuinas. Por ejemplo, rescatar a un animal abandonado —per se— es una virtud; pues no hemos sido las causante de su existencia ni situación. No obstante, si al ayudar a ese animal obramos en detrimento de él mismo (p. ej. al beneficiarnos a su costa) o de terceros (p. ej. al alimentarlo con la muerte de otros animales), incurrimos de nuevo en acciones injustas de las que seríamos directamente responsables. Situaciones como éstas acontecen muy a menudo en el seno de una sociedad especista que privilegia y discrimina moralmente a unos animales respecto a otros.
Los animales libres en la naturaleza, cuya existencia y coyuntura no dependa de nuestras acciones, no han de quedar bajo nuestro cuidado o tutela a menos que existan razones racionales para ello.
¿Qué sucede con los animales libres en la naturaleza?
Para entender la moralidad de ayudar a animales libres en la naturaleza se vuelve necesario hacer hincapié en nuestra responsabilidad moral como individuos que obramos en sociedad. En muchas ocasiones, no queda bien clara la línea divisoria entre cuándo somos o no responsables de una situación o desgracia que padecen los animales.
Si regresamos al ejemplo del animal abandonado, resulta relativamente sencillo entender que se desprenden dos tipos de responsabilidad moral según si consideramos únicamente nuestras acciones o la suma de todas las acciones ejercidas por los agentes morales.
Por ejemplo, cuando nuestros gobiernos o empresas realizan —o permiten— vertidos tóxicos, arrojan sustancias contaminantes o emiten toneladas de metano y de dióxido de carbono —responsables del cambio climático— sí cabe afirmar que nuestra sociedad tiene el deber moral de evitar tales acciones y de afrontar las consecuencias que éstas tienen para los animales. Por desgracia, en estos casos siempre existe y existirá una incertidumbre acerca de nuestro grado de responsabilidad moral. En un sentido general, podríamos asumir que nuestra sociedad tiene el deber moral de ayudar a los animales siempre que existan evidencias y hechos suficientes para demostrar la existencia de nuestra responsabilidad moral.
Por último, debemos recordar que siempre debemos tratar y considerar a los animales como individuos; nunca como «poblaciones» o «especies». Pues tratarlos como conjuntos puede desembocar con facilidad en una visión reduccionista y cosificadora hacia los animales. Los demás animales, en tanto que no son responsables moralmente de sus actos, no pueden ser enjuiciados por la ética. Esto implica, por ejemplo, que salvar a un animal que va a ser comido por otro no es un deber, aun cuando uno pueda sentir empatía hacia la víctima. En caso de que uno intervenga, dicha acción sólo puede justificarse como una respuesta innata de nuestra empatía; pero nunca como una acción moral o virtuosa.
Resulta imposible defender a los animales y sus derechos si la sociedad se mantiene ajena a aquellos conceptos básicos que determinan su situación moral y legal. No podrán desaparecer los zoológicos si primero no se asume que los animales no debieran ser legalmente objetos.
Conclusión
En nuestra sociedad impera el antropocentrismo —sensu stricto— e ideologías derivadas del mismo, como el proteccionismo o el bienestarismo. Tales posturas desembocan en que algunos humanos nieguen su responsabilidad moral hacia los animales cuyas vidas perjudican o que, en un sentido inverso, asuma un deber inexistente que afecta negativamente a éstos o a otros animales.
En el caso de los animales libres en la naturaleza y expuestos a muy diversas circunstancias, nuestra sociedad tiene el deber moral de no perjudicarlos y de contrarrestar las consecuencias de nuestras acciones. Y, al igual que en el caso de animales domesticados o abandonados, es una virtud hacerlo siempre y cuando no perjudiquemos más sus vidas ni las de terceros. Obrar bien y con cabeza depende de nosotros.
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